domingo, 5 de febrero de 2017

Ruta de la Lana 10: La Villa Romana de Monroy


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Realizada el 18 de febrero de 2014, día soleado pero con un frío propio de la época.
Desde que oí hablar del descubrimiento de los restos de la villa romana de Monroy estaba deseando acercarme a verla. En estos primeros días de febrero tuve la oportunidad de hacerlo por lo que salí temprano y solo, dispuesto a pasar una mañana tranquila en el campo.



Es un recorrido muy agradable, con apenas desnivel, que discurre por una amplia dehesa que estaba preciosa en las fechas en que la hice, rebosante de agua en arroyos y charcas. Es recomendable huir de época de mucho calor para hacerla.
Yo decidí iniciar la ruta en Monroy, aunque también puede hacerse justo desde la entrada a la Finca La Amapola (ver waypoint) y terminarla también allí, con lo que la ruta podría reducirse en unos dos kilómetros, restándole uno al principio y otro al final.
Personalmente creo que el recorrido merece la pena tal y como lo hice, dejando así el coche en un lugar donde la vista de otras personas le proporciona mayor seguridad.
Yo dejé el coche junto a la Iglesia de Santa Catalina, a la entrada misma del pueblo, aunque puede dejarse también en la Plaza del Ayuntamiento.



Desde la Iglesia se sale a la carretera CC-47 que lleva a la EX–390 (que es la que lleva a Cáceres). A unos 800 metros del pueblo veremos, a la derecha, la Cruz de los Caídos.


Trescientos metros más adelante veremos un ensanchamiento en el lado izquierdo de la carretera. Es la entrada a la finca La Amapola, que cuenta con un paso canadiense.



En cuanto hayamos entrado en la Dehesa Boyal veremos un cartel que señala la dirección a la Villa Romana así como un panel informativo al respecto.



Todo el recorrido discurre por una pista bien acondicionada que fue especialmente acondicionada para los trabajos arqueológicos que se llevaron a cabo a finales de los años ochenta y que aprovechan los ganaderos del entorno.
Quinientos metros después de adentrarnos en la dehesa vamos a cruzar el Arroyo de la Amapola Chicha. El caudal de agua no es mucho, pero suficiente para producir un continuo y grato soniquete.



Un poco más adelante llegamos a una intersección: un camino nos sale por la izquierda. Este es al que me refería más arriba: a la vuelta, cuando lleguemos al “Cobertizo de Francisco”, podremos tomar este camino para llegar a este punto y, de aquí, a la entrada a la dehesa. Con ello, como he dicho, podríamos acortar la ruta en unos 2 kilómetros si hemos dejado el coche a la entrada de la dehesa.
En ese mismo camino, unos doscientos metros más allá, hay una nave ganadera que se ve perfectamente desde el camino que sigo.



Es temprano y la luz preciosa. Unos doscientos metros más adelante a la izquierda, veo una pequeña laguna, alimentada por un ramal del Arroyo de la Amapola, que me encontraré más adelante. Es sugestiva y me siento tentado de acercarme a ella, pero no quiero detenerme en todo lo que veo ya que prefiero detenerme, con calma, en la Villa Romana objeto de final de la ruta.


A uno y otro lado del camino afloran formaciones graníticas que parecen, literalmente, clavadas en el suelo por mano del hombre. No creo que sea así, sino formaciones naturales que, en algún movimiento geológico, pasaron de una posición horizontal a la vertical. Me llaman mucho la atención.



El terreno es llano, lo que me permite, hasta relativamente lejos, por donde va el camino, que describe un pequeño zig-zag. En la curva más pronunciada del zigzagueo se atraviesa el Arroyo de la Amapola, con muy poco caudal.



En el mismo sitio, pasado el arroyo, a la derecha del camino y como a diez o doce metros hay unos abrevaderos y un pozo. Ambos son construcciones de ladrillo y cemento en los que me detengo un momento para verlos más de cerca. Todo denota que el uso que actualmente se hace de uno y otro es práctica, si no totalmente, nulo.



Muy pocos metros más allá sale, por la derecha, otro camino que lleva, a través de la dehesa, a la carretera de Cáceres. Nosotros hemos de seguir de frente.


Un poco más allá, en una bajada que hace el camino, se ve atravesado por el caudal de agua del Arroyo del Corcho que un poco más abajo, a nuestra izquierda, se une al de la Amapola que he cruzado antes conservando a partir de ahí el nombre del segundo (Arroyo de la Amapola).




Poco a poco nos adentramos entre encinas acompañadas de torviscos y escobas amarillas. Encontramos otro cruce, a izquierda y derecha, que no tendremos en cuenta, pues hemos de seguir de frente.




Muy pocos metros más adelante y a nuestra izquierda veremos la Charca del Gamonital, preciosa para mi gusto y ubicada entre encinas.
Por “gamonital” (también llamado “gamonal”) se define al terreno o lugar donde abundan los gamones o gamonitas y que se hallan con frecuencia en las dehesas de pastos y que son muy provechosas para el ganado vacuno.
El entorno donde se ubica la charca es precioso, por lo que me salgo del camino para caminar un rato en torno a la misma.




Vuelto al camino se inicia una subida a un pequeño cerro y cuando llego a la parte más alta (estoy como a 4,5 kms. desde el punto de partida), veo a mi espalda Monroy, un tanto desdibujado. De frente según venía caminando, en línea recta, un pequeño conglomerado de casas que me da la sensación que no se trata de chalet, sino de algo distinto. Y a mi derecha, como a 300 o 400 metros y entre encinas y retamas, distingo ya el yacimiento arqueológico de la Villa Romana.




En este punto el camino se bifurca a izquierda y derecha. Nosotros hemos de tomar por la derecha. No hay peligro de despistarse ya que un letrero nos indica la dirección correcta pero es que, además, como ya he dicho antes, los vestigios arqueológicos están a la vista.


En pocos pasos me encuentro al borde del recinto de la Villa Romana. Hay una alambrada, con acceso por varias partes, que marca los límites “de respeto” y paneles que indican dónde estamos y qué estamos viendo.




Los restos de la Villa fueron descubiertos en 1971 por dos vecinos del pueblo, José María Sierra Simón y Santiago García Jiménez que comunicaron el descubrimiento al Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Salamanca que tras diversos trámites realizó una primera excavación al año siguiente. Fue entonces cuando se pusieron a la vista algunas zonas de la llamada “pars urbana” (zona señorial o vivienda del propietario) y, entre ellas, el peristilo, la galería y las habitaciones provistas de mosaicos, así como la entrada, algunas salas contiguas y otras dependencias de uso agrícola al Sur.
El trabajo in situ fue abandonado durante casi diez años, hasta que en 1981 se hizo cargo de las mismas el catedrático de Arqueología de la Universidad de Extremadura Enrique Cerrillo Martín de Cáceres y continuaron de forma ininterrumpida hasta 1985.
Las ruinas ocupan una superficie aproximada de 5 hectáreas y se ubican en las laderas de dos cerros, por medio de los cuales corre el Arroyo Aguzaderas en el que, en la época en que la Villa estuvo habitada, se hizo un pequeño embalse para aprovechamiento de sus aguas.
El arroyo divide en dos partes las edificaciones, por lo que se ha denominado a los dos grupos Complejo Sur (primera excavada, donde se ubica la casa señorial y de los campesinos, siervos y esclavos que tenían a su servicio) y Complejo Norte, excavada en 1984 y 1985 y donde se ubican almacenes, áreas de trabajo, establos, hórreos, etc…


Las “villas” fueron el modelo más difundido de explotación agrícola y ganadera en época romana. Sus actividades principales estaban centradas en el cultivo de la vid, el olivo y los cereales, combinado con el mantenimiento de una cabaña ganadera formada principalmente por ovejas, cerdos y vacas.
El conjunto de construcciones que forman esta villa de los Términos constituye el núcleo desde el que se dirigía la explotación.
El complejo sur es el más extenso. Las construcciones se distribuyen en torno a un gran patio central o zona de tránsito. El edificio más importante es la casa del propietario, que incluye la zona de servicios, las termas y diversos espacios destinados a usos funcionales, talleres y viviendas.


Es la parte de la villa de construcción más reciente en el tiempo. Para su creación se procedió a un allanamiento de la colina y a la habilitación de un espacio destinado a la vivienda del señor. Se construyeron, además, otros edificios que pudieran brindar servicios a éste, como las cocinas y los talleres de producción artesanal.





La vivienda del propietario de la villa se situaba en el lado oriental del gran patio del complejo sur. La casa se estructuraba alrededor de un patio central porticado o peristilum, al que se accedía por un pasillo pavimentado con lajas de pizarra.



En torno al patio porticado se distribuían las habitaciones de la vivienda. La más importante se llamaba tablinum, un salón don el paterfamilias solía celebrar reuniones. El mismo está realizado con pavimento de mosaico decorado con motivos geométricos que actualmente está tapado para evitar su deterioro, por lo que no queda a la vista.
Otras dependencias importantes de la residencia señorial se destinaban a dormitorio, comedor y cenador (cubiculum, triclinium y oecus respectivamente).



Como complemento a la zona residencial, y sin acceso desde la misma, se encuentran las estancias destinadas al buen funcionamiento del conjunto, como las viviendas del servicio y las cocinas.




La villa contaba con talleres artesanales destinados tanto a las necesidades interiores de la villa como a la venta en mercados cercanos.
En la propia villa estos talleres elaboraban materiales de construcción y se encargaban del mantenimiento de las infraestructuras y de los aperos agroganaderos.
El edificio que albergaba estos espacios se emplazaba en el sector norte del gran patio que articulaba el área residencial de la explotación. La forma de la planta era rectangular. Un punto de entrada en su frente meridional conducía a un pasillo longitudinal que facilitaba el acceso a cuatro habitáculos en los que se compartimentaba eta construcción. Se han podido identificar los espacios correspondientes a la carpintería, la forja (en la que todavía se conserva el hogar) y un alfar.




Por doquier trozos de arcilla, algunos con marcas o dibujos, así como ladrillos macizos.




Como ya he dicho, entre un complejo y otro discurre el Arroyo Aguzaderas. En el cauce del mismo, y muy cerca de la zona de las termas (donde también estaban los baños), hubo un muro semicircular realizado a base de rocas de cuarzo blanco cuya finalidad era retener el agua, tanto proveniente de las lluvias como la que proporcionaba un manantial que existe en las inmediaciones. Hoy el muro ha sido eliminado en su parte central.




El complejo norte posee un carácter principalmente funcional. Las edificaciones se distribuyen dejando un gran patio poligonal, posiblemente de uso ganadero, La zona más alta está ocupada por el hórreo o granero de la explotación.


Nada más pasar el arroyo vemos la otra colina sobre la que se asienta el Complejo Norte, también rodeado por una alambrada. Esta parte de la villa es la primera que se construyó y habitó y continuó en uso aún después de construirse y habitarse la más moderna.
En cuanto accedemos al interior del recinto vemos a nuestra izquierda varias edificaciones rectangulares. Al parecer aquí no se encontraron restos de arcilla, lo que ha llevado a los investigadores a pensar que su cubierta debió estar hecha a base de ramajes. Esto y las características de la estructura lleva a pensar que fueron destinadas a establos o cobertizos, razón por la que se encuentra alejada de la parte dedicada a vivienda.





Un poco más arriba está el edificio principal en torno a un trapezoidal. Las edificaciones ubicadas en la parte más baja de la pendiente parece que también fueron establos.
La parte derecha del complejo (zona este) forman un conjunto de cinco habitaciones a las que se accedía desde el patio central. Algunas conservan los restos de hogar. En alguna de las dependencias se han encontrado restos de fundición, lo que ha dado pie a pensar que pudiera haberse destinado a actividades metalúrgicas.


Un panel instalado en el lugar, bastante deteriorado y que he limpiado como he podido, nos da una idea de la estructura que pudo tener esta parte del Complejo Norte.


Como ya he indicado, esta parte del Complejo está peor conservado que lo que hemos visto anteriormente.






En la parte más alta de la colina está lo que, para mi gusto, es el elemento más singular del Complejo Norte: el hórreo.
La producción de cereales constituía la base sobre la que se asentaba la economía dela villa, por lo que resultaba importantísima la conservación y almacenaje del grano. Parte del cereal cosechado se guardaba en una habitación denominada “hórreum”, que era el granero situado en lo más alto de la colina.
Era una edificación rectangular asentada sobre ocho muros paralelos entre sí y de igual longitud. Sobre esos muros iban colocadas lajas de pizarra que unían un muro con otro y que formaban el pavimento del hórreo. Este sistema permitía que el aire pasara por debajo, evitándose la humedad que hubiera generado un contacto directo con el suelo.
El edificio tenía paredes de madera y una cubierta de materiales vegetales.
Al estar el edificio separado también de la zona habitada, se evitaban los peligros del fuego.
Una panel informativo (cuyo dibujo también he tenido que retocar al estar parcialmente deteriorado), presente cómo debía verse el edificio:


Lo que ha llegado hasta nosotros son, básicamente, los ocho muros que servían de apoyo al hórreo.





Aún tuve tiempo, antes de iniciar el regreso, de poder ver allí mismo alguna piedra magníficamente tallada, con ángulos rectos perfectos y que debió ser utilizada como sillar en su momento.


Un último vistazo al Complejo Sur desde la colina donde se emplaza el Complejo Norte me sirve para despedirme, con cierta pena, del emplazamiento que ha estado lleno de sugerencias de las conversaciones de la gente, las risas de los niños que habitaron este lugar hace 1.600 años que, a su vez, tendrían unas preocupaciones muy parecidas a las que tenemos ahora.


Regreso por el mismo sendero por el que llegué a la Villa. A doscientos metros volvemos a llegar a un cruce que ahora tomaremos por la derecha ya que de otro modo volveríamos por el mismo camino que utilizamos al venir.


Estamos, aproximadamente, a tres kilómetros en línea recta de Monroy, lo que me permite fotografías sus tejados entre las retamas.


El sendero por el que voy ahora se ve mucho menos transitado que el utilizado al ir a la Villa. Está más abanado y se ve que el tráfico de vehículos es mucho menor.
En el primer cruce hemos de girar a la izquierda, lo que nos llevará a cruzar el Arroyo del Bote, 300 metros más allá.


Pasamos junto a una pequeña explotación agrícola donde solo hay un pequeño encerradero de ganado, aunque algún animal campa a sus anchas por el camino.



Nos topamos con la presa del Pantanillo, de humildes dimensiones. El camino pasa directamente por el azud de la presa al otro lado de la cual un cartel semicaído informa de que se trata de una explotación de acuicultura.




Al otro lado de la presa veo el aliviadero. Elemental y rústico, como procede.


Nada más pasar la presa nos topamos con el Cobertizo de Damián, a cuyo lado paso, saliéndome del camino.


En cuanto vuelvo al camino me llama la atención una extraña estructura que veo a mi izquierda, a siete u ocho metros del sendero. Es una especie de torre, construida con lajas de pizarra y una gran roca de cuarzo blanco. Mide como metro y medio de alto y no tengo ni la más remota idea de lo que pueda ser. Esta levantada con cuidado y se ve que las piedras han sido puestas con esmero, buscando una forma redondeada.



Ochocientos metros más adelante, con Monroy a la vista y casi al alcance de la mano, veremos un cruce de senderos, Hemos de tomar el de la izquierda que nos llevará directamente al Arroyo y al Pozo de las Amapolas.


Situado junto al arroyo de las Amapolas el Pozo recibe su nombre de él. La fuente o pozo de las Amapolas es muy popular entre los monroyegos, puesto que, como todas las fuentes de los pueblos, suponía el lugar de reunión de jóvenes, lugar de chascarrillos, noticias, et… a la par que suministraba agua para beber y lavar la ropa.
Según cuentan algunos vecinos, la fuente estuvo techada con cristales y se restauró en tiempos de la II República, aunque hay opiniones discrepantes al respecto. En el centro del pozo se erige un pilar que supuestamente tendría la finalidad de sustentar la techumbre acristalada.



Se cuenta también que aquí se venía a lavar los vellones de las ovejas; quizá por este motivo junto al arroyo se conserva todavía un enlosado de pizarra en pendiente para dejar secar la lana esquilada.




El pozo, de planta circular, construido con ladrillos, tiene cuatro brocales abiertos a media altura en arco de medio punto enmarcados en falsa cantería; el resto del muro está revocado con cal. Además contaba con tres surtidores que bombeaban el agua para llenar los cantaros; el agua sobrante se reconducía a una pila adosada al muro para abrevar el ganado que pastaba por la dehesa.


En los alrededores del pozo hay un espacio para el esparcimiento con fuente y barbacoa. También pueden verse los restos de alguna antigua construcción ubicada entre lascas verticales de pizarra.




Pasado el río y tras una pequeña cuesta dejamos a la izquierda el Cobertizo de Francisco y, justo en ese punto, debemos tomar un camino secundario que sale por la derecha, justo antes de llegar a dicho cobertizo y que se dirige, en línea recta, hacia Monroy.



El camino es cruzado por un regato. En el punto en que esto sucede podemos ver en el suelo toda una serie de lanchas de pizarra que debieron ser puestas, más bien clavadas, ahí hace muchísimos años con el objeto de que los carros no se hundieran en la tierra. No se ven muchos así.



El camino, en ligera pendiente de bajada, vuelve a encontrarse con el Arroyo de la Amapola Chicha, que ya vimos al inicio de la ruta. En esta ocasión lo cruzamos sobre un viejo y rústico puente de mampostería y lanchas de pizarra.



El camino es muy antiguo y se ve que estuvo muy buen cuidado. No solo es que el trazado esté perfectamente definido, sino que los laterales del camino, y a veces el propio firme, está habilitado con piedras y pizarra.
A nuestra izquierda tenemos la oportunidad de ver una buena pared hecha con pizarra  en la que, al construirse, fueron practicados unos huecos para que el agua que pueda discurrir tuviera salida.



El camino nos lleva en ascenso a un punto cerrado con unas angarillas que podemos abrir sin dificultad para volver a cerrar.


El callejón termina cuando llegamos al Arroyo de Monroy que se salva a través de un puente hecho a base de tubos de hormigón sobre los que se ha echado una cubierta cemento, con factura que pudiera ser de los años 60.



Tras salvar una pronunciada cuesta llegamos a Monroy donde entramos a través de la calle Manantío para llegar, en dos pasos, a la Plaza de España, donde nos espera su fuente y su castillo. La vista del castillo se embellece, ¿cómo no? con los consabidos cables de luz o teléfonos que, en España, somos especialistas en tender de manera que salgan en todas las fotos de monumentos.



El castillo data de tiempos de la Reconquista, año de 1329, se ha ido configurando con los siglos a base de añadidos, como pasa con todos los que son fortaleza.
Lo más antiguo es el cuerpo cuadrangular –recinto interior- con las tres torres, del siglo XIV, a lo que se añadió durante la segunda mitad del XV la barbacana –recinto exterior- y los espacios residenciales interiores.
Es propiedad privada y su visita no está abierta al público.

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