jueves, 20 de abril de 2017

Julián Iglesias Iglesias: hombre y empresario ejemplar


Julián Iglesias Iglesias nació en Majadas de Tiétar en 1821 de padre y madre desconocidos, pues fue abandonado nada más nacer motivo por el que, siguiendo la costumbre de la época, al bautizársele se le pusieron por apellidos “Iglesias” en uno y otro, ya que se desconocían quiénes eran tanto la madre como el padre.
Fue enviado a la casa-cuna de Plasencia, donde se crió y aprendió el oficio de espartero y marroquinero, especializándose en la confección de cinchas para cabalgaduras.
Poco antes de cumplir los 30 años (en torno a 1850) se vino a Cáceres, donde montó inicialmente un comercio dedicado a su especialidad que fue ampliando a otras ramas del comercio con notable éxito.
En torno a 1860 ya lo encontramos ubicado en la esquina de las calles Audiencia 8 y Camberos 2 (anteriormente, hasta el siglo XVIII, llamada “calle Oscura”), en la casa que hacía esquina con la calle de la Audiencia (actual Muñoz Chaves), en la misma confluencia con la calle Moreras. Era una época en que los escaparates no contaban demasiado y lo importante era el espacio destinado a la venta, generalmente con buenos mostradores. El acceso al comercio estaba por Camberos y ocupaba desde la misma esquina hasta casi mediada dicha calle.

Julián Iglesias Iglesias

Fue un hombre de amplia cultura adquirida escuchando, observando y discurriendo, con un acusado sentido de la justicia y profundas convicciones religiosas, cualidades que siempre estuvieron presentes en su actividad comercial.
Era proverbial en Cáceres su capacidad para discernir la posible rentabilidad de cualquier actividad comercial o industrial que se le proponía o sobre la que él mismo discurría, lo que le llevaba a embarcarse en negocios que otros rechazaban y a rechazar  otros que no veía claros y, generalmente, acertaba en sus apreciaciones lo que le llevó a prosperar con rapidez y amplitud.
Como siempre que alguien prospera a base de trabajo y riesgo, pronto surgieron algunos comentarios que apuntaban a que contaba con el respaldo económico del Marqués de la Constancia del que se insinuaba que podía ser su padre, extremo que nunca se demostró ni siquiera con pruebas leves ni al que él hiciera el más mínimo caso.
Según testimonio verbal que recogí personalmente de boca de su nieta Andrea Candela Iglesias el 25 de agosto de 1995, en su casa de Camberos 4, siendo ya una venerable anciana, Julián Iglesias se casó dos veces. La primera sobre 1861 con una señora llamada Gertrudis que vivía, soltera, en el Convento de San Pablo, donde tenía su residencia. Gertrudis falleció al poco de contraer matrimonio sin que del mismo hubiera ningún hijo. Cuando estaba en el lecho de muerte Gertrudis aconsejó a Julián que volviera a contraer matrimonio. Julián así lo hizo, casándose en 1862, en segundas nupcias con Vicenta Caldito Marchena, originaria de Brozas, nacida en 1844 (23 años menor que Julián), con la que tuvo 11 hijos, de los que únicamente he logrado rescatar el nombre de seis de ellos de los que, más abajo, doy detalles. Los otros cinco debieron morir muy pronto ya que las dos nietas que yo conocí sabían de su existencia pero no sus nombres.
Vicenta Caldito Marchena

Julián tuvo la prudencia de diversificar sus inversiones y negocios de la manera más variada. En Camberos tenía venta y almacén de tejidos y chacinas, éstas últimas elaboradas en el matadero de su propiedad que tenía al final de la calle Trujillo, cerca de su confluencia con Picadero.
Además de lo anterior se dedicó a otros negocios, destacando en el de lanas, que le proporcionó numerosos beneficios. Así mismo tuvo amplias explotaciones agrícolas en fincas que eran de su propiedad.
Dentro de la ciudad adquirió numerosas propiedades. De ello puede darnos una idea el hecho de que en el Padrón de la Riqueza Urbana de 1887 figura como propietario de 28 casas, con un valor líquido de 2.121 ptas.
A pesar de su riqueza, prestigio y reconocimiento dentro de los estamentos de la ciudad, jamás se preocupó por tener un aspecto distinguido del que se pudiera deducir su condición social, lo que no evitó que fuera Regidor en el Ayuntamiento en los periodos 1875-77 y 1881-85 aún a pesar suyo y solo por responder a peticiones de otros cacereños.






Un aspecto de la vida de Julián Iglesias que a mi, personalmente, siempre me impactó, fue el hecho de que sus profundas convicciones religiosas le animaron siempre a atender a cuantos acudían a él en demanda de ayuda hasta el punto de que, ya en el lecho de muerte, su mujer, preocupada siempre por la marcha del negocio, mostrándole las listas en que Julián tenía apuntados los nombres de sus numerosos deudores y las cantidades que le debían, le preguntó si la lista estaba actualizada. Julián le respondió que nadie había pagado nada y que como Dios había sido generoso con ellos, debía olvidarse de la existencia de la lista, voluntad que fue respetada por su mujer y sus hijos, saldándose todas las deudas que habían en el momento de su muerte.
También fue larga su generosidad con las Hermanitas de los Pobres cuando llegaron a Cáceres y se instalaron en la calle de Caleros, siendo frecuente tanto sus visitas al Asilo como los envíos de sacos de productos para alimentación de los asilados.
Muestra también de su forma de ser y de entender la vida fue su actitud en dos acontecimientos que afectaron a su actividad empresarial y que le produjeron cuantiosas pérdidas. Por un lado, el incendio devastador que sufrió su casa e instalaciones de la calle Camberos el 3 de agosto de 1874, que acabó con todas las existencias de tejidos y chacinas que tenía allí. Le dieron el nombre de quien había provocado el incendio, pero él no quiso que la justicia actuara, indicando que cualquier persona puede sufrir un mal momento y cometer una locura como la de provocar aquel incendio, pero que prefería aguantar las pérdidas que arruinar el futuro de nadie dando su nombre a la Justicia.
Andrea Candela Iglesias, nieta de Julián y a la que ya me he referido, me contó durante mi entrevista con ella en agosto de 1995 que cuando se produjo el incendio de 1874 una persona que era muda dijo que había visto al que provocó el incendio en el momento en que pegaba fuego al almacén, llegando incluso a dar el nombre del mismo. Según Andrea Julián Iglesias se negó en redondo a que se tomaran en consideración las acusaciones del mudo manifestando que siempre cabía la posibilidad de que se interpretara mal lo que el mudo decía, por lo que era preferible aguantar las pérdidas que formular una sola acusación contra un posible inocente.
Como se ve, dos versiones distintas pero con el mismo fondo respecto al mismo hecho.
La casa fue reconstruida y hoy podemos ver en los rosetones de herrajes de la balconada de la primera planta el año de reconstrucción (1874) y las iniciales de Julián (JI).




El segundo quebranto importante en la economía de Julián Iglesias tuvo lugar durante la noche del 13 de febrero de 1883, cuando le robaron 175.000 pesetas ¡¡de la época!!. Todas las pruebas demostraban que había sido uno de los tres de dependientes de confianza, sin que cupiera ningún género de dudas. Incluso, diversas indicios muy claros apuntaban hacia uno de los tres en concreto en concreto. Sin embargo y a pesar de los indicios, como no se consiguieron pruebas determinantes que inculparan al mayor sospechoso, Julián Iglesias no permitió que la justicia actuara, limitándose a despedir a los tres dependientes. Nunca recuperó lo robado.
Según me contó Andrea Candela Iglesias unas semanas después del robo Julián Iglesias recibió la visita del padre de uno de los dependientes, con el que estuvo encerrado en su despacho durante todo el día comiendo, incluso, juntos. Al terminar el día se despidieron y nunca nadie fue capaz de sacarle una palabra de lo que se había hablado aquella jornada.

Julián Iglesias Iglesias falleció en Cáceres en 1887, a los 66 años de edad, dejando esposa y seis hijos vivos.

Vicenta Caldito Marchena, la esposa de Julián, había nacido en Brozas en 1844 y falleció en Cáceres en 1919 a los 75 años de edad.
Tras la muerte de su marido los negocios giraban a su nombre (y así fue hasta su muerte) aunque el hijo mayor, Dionisio, era quien realmente los dirigía.

En los movimientos que se produjeron en España entre los comerciantes reclamando la creación de Cámaras de Comercio en todas las provincias, fue Vicenta Caldito la que, junto a otros industriales cacereños, el 24 de noviembre de 1898 firmó el telegrama que se dirigió al gobierno con dicha demanda y que daría lugar a la creación de la cámara cacereña en febrero de 1899 cuyo primer presidente fue su hijo Dionisio.
De los 11 hijos habidos por Julián Iglesias de su matrimonio con Vicenta Caldito 6 llegaron a la edad adulta:

Dionisio Iglesias Caldito: El mayor, nacido en 1863 y fallecido el 4 de enero de 1924, con 61 años. Permaneció soltero toda su vida y, según me contó su nieta Asunción Iglesias Zubiaga, jamás consintió que se le tomase una foto.
El mismo año de la muerte de su padre, en 1887, consiguió la adjudicación, por subasta, de la colocación del servicio de alumbrado en Cáceres por la suma de 19.000 ptas.
Fue el primer presidente que tuvo la Cámara de Comercio e Industria de la provincia cuando se fundó en 1899.
En 1905 y 1906 participó de forma muy activa en la fundación de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres.

Paula Iglesias Caldito, nacida en 1864. Se casó con Dionisio Acedo Castellanos (año y medio más joven que ella). Fruto de este matrimonio fue el nacimiento en 1898 de Jesús Dionisio Acedo Iglesias (+1979), director del periódico Extremadura desde 1939 hasta su jubilación en 1971.

Raimunda Iglesias Caldito, nacida en 1865. Se casó poco después de morir su padre, contando 22 o 23 años, con Rufino Murillo Vecino (nacido en Talaván en 1859, hijo de Juan Murillo Valencia, mesonero, originario de Berlanga, y de Ceferina Vecino Fernández, natural de Talaván), que fue profesor de pedagogía en la Escuela Normal y ayudó a sus cuñados en el negocio familiar en tareas de administración.
Fruto del matrimonio de Raimunda y Rufino fueron:
— Julián Murillo Iglesias, afamado médico cacereño nacido el 25 de julio de 1889 y muerto el 27 de julio de 1967, recién cumplidos los 78 años; nieto suyo es el cardiólogo cacereño Jesús María Larrazábal Murillo, que ha sido Mayordomo de la Cofradía de la Virgen de la Montaña);
— Tomás Murillo Iglesias (Abogado del Estado y que ejerció como tal en la Delegación de Hacienda de Cáceres y fue el primer director del periódico Extremadura, a partir de 1923) y
— José Murillo Iglesias, fallecido en febrero de 1972, también Abogado del Estado y fue presidente de la Diputación Provincial; su hija Felisa Murillo Bernáldez se casó con Juan Rovira Tarazona (1930-1990), que llegó a ser Ministro de Sanidad en tiempos de la UCD.

Julián Iglesias Caldito, nacido en 1871 y fallecido en 1851, a los 80 años. Casado con Primitiva Zubiaga Chaves, fallecida cinco años después que su marido, en 1956. Fue miembro de la directiva de la Cámara de Comercio, en la que ostentó el cargo de Tesorero desde 1918 a 1920, año en que cesó en su actividad como comerciante, traspasando sus negocios a los Vela. Al mismo tiempo se construyó la casa de corte modernista de Antón 25, que hace esquina con el paseo de Cánovas, donde se trasladó a vivir con su mujer e hijos.

Julián Iglesias Caldito y Primitiva Zubiaga Chaves




Era uña y carne con sus dos hermanos Dionisio y Carlos (ambos solteros), llevando entre los tres, siempre en armonía, los negocios familiares. Su hija Asunción, en la entrevista que tuve con ella el 24 de agosto de 1995 en su casa de San Antón 25 de Cáceres, me contó la anécdota de que, con ocasión de una grave enfermedad que tuvo su hermano Dionisio y que lo mantuvo en cama durante dos semanas, Julián no se apartó de su lado ni un instante.
Primitiva Zubiaga Chaves, la mujer de Julián, era hija de Valentín Zubiaga Aguirre (y de Gabriela Chaves) al que su tío Francisco Aguirre se había traído de Respaldiza (Álava), junto a sus primos Daniel y José Acha.
Valentín Zubiaga fue socio de Gabino Díez Huertas. De su asociación comercial nació la firma “Diez y Zubiaga”, que pasó después a ser “Gabino Díez” y enseguida a “Sobrinos de Gabino Díez”.





Según me contó Andrea, la sobrino de Julián Iglesia, la generosidad de éste distaba mucho de aquella de la que había hecho gala su padre.
Frutos del matrimonio fueron 8 hijos:
Carmen Iglesias Zubiaga, (nacida en Cáceres en 1900 y fallecida en Sevilla el 2-12-1994, con 94 años). Casada con Manuel Beca Mateos (*7-2-1895 — +1-11-1962, con 76 años), abogado penalista de fama, político integrado en la CEDA y empresario,  que había venido destinado a Cáceres en 1920 como Inspector del Timbre recién sacada su plaza con tan solo 25 años. Gran aficionado al cine, constituyó la productora cinematográfica “Sevilla Films”. En 1924 Manuel Beca pidió la excedencia y el matrimonio se trasladó a Sevilla y tuvieron dos hijos: María del Carmen y Carlos Beca Iglesias.

Manuel Beca Mateos


Manuel Beca (marcado con una X), en una reunión de la plana mayor de la CEDA en Sevilla a principios de 1933. Presidía la reunión José María Gil Robles, marcado con (1)


Reunión de la Minoría Popular Agraria presidida por Gil Robles durante el segundo bienio. Manuel Beca marcado X.

Áurea Iglesias Zubiaga, fallecida con 90 años.
Manuela Iglesias Zubiaga, casada con Antonio del Campo, médico del Instituto de Sanidad en Cáceres. Creo que tuvieron un hijo (Antonio del Campo Iglesias) que ejerció como anestesista y fue maestro de muchos en Galicia, su tierra de adopción, donde casó y dejó descendencia.
Adela Iglesias Zubiaga, que permaneció soltera y murió con 87 años.
Julián Iglesias Zubiaga, único hijo varón, casado con Rosa Albi, de Ávila (tuvieron 4 hijos: Julián, ingeniero industrial; Joaquín, ingeniero aeronáutico; Rosa María, enfermera y Carlos, economista. Residen todos en Madrid excepto Rosa María, que vive en Cáceres.
Asunción Iglesias Zubiaga, persona a la que pude entrevistar. Permaneció soltera hasta su fallecimiento poco después de nuestra entrevista.
María José Iglesias Zubiaga, casada con Enrique Fernández, militar, capitán de la Guardia de Asalto. Tuvieron una hija, María José, casada con Damián Muñoz García, aparejador del Irida.
Isabel Iglesias Zubiaga, casada con Joaquín Jiménez Acedo (hijo de Ramón Jiménez Hurtado, último heredero de la Imprenta Jiménez) con la que tiene cuatro hijos:
— María del Carmen, casada con Faustino Muñoz García, que fue diputado con la UCD en las Cortes Constituyentes, residentes en Cáceres;
— Isabel, casada con Alfonso Higuero López-Montenegro y residen en Madrid;
— José Ramón, casado con María José Labadie Bobo, residentes en Zamora;
— María Asunción, casada con Juan Luis Ordóñez Carbajal, residentes en Madrid.

Juana Iglesias Caldito, nacida en 1875 y que se casó dos veces:
— primero con José Candela Galván. Fruto de este matrimonio fue Andrea Candela Iglesias, a la que me he referido varias veces como fuente de alguna de mis informaciones. Tras enviudar de José Candela en el año 1904, casó
— en segundas nupcias con Cipriano Campillo López, procurador de los tribunales que había llegado a Cáceres en 1907 acompañando a su padre Cipriano Campillo Parraguer, leonés ponferradino que se vino a Cáceres en dicho año a ejercer como Escribano en el Juzgado de Primera Instancia. Fruto de este matrimonio fue, entre otros, el procurador de los tribunales José María Campillo Iglesias, con el que tuve el gusto de tratar profesionalmente.

Carlos Iglesias Caldito, nacido en 1878 y fallecido el 2 de abril de 1939. Permaneció soltero toda su vida y dedicado a los negocios familiares. Era asiduo participante en la tertulia que tenía lugar en la trastienda del comercio.

domingo, 16 de abril de 2017

General Ezponda 3: sucesión de comercios


El local de General Ezponda 3a, que hace esquina con la Calle de la Cruz-Ríos Verdes, siempre ha resultado un local atractivo para los comerciantes. Seguramente por contar con doble entrada y escaparate. Sus entrañas han conocido de todo y cosas bien dispares, desde vinos hasta joyas.

He de advertir que en “General Ezponda 3” han habido, simultáneamente, hasta tres tipos de negocios distintos en la planta baja. En mis archivos los tengo catalogados con tres ubicaciones distintas: 3a, 3b y 3c. En esta entrada voy a hablar del número 3a el que, como he dicho, hace esquina con de la Cruz.

Hasta donde yo tengo noticias, primero fue el almacén de tejidos de Juan Antonio González allá por 1880.

Un poco más tarde la fábrica de gaseosas y tienda de ultramarinos de Fernández Hermanos a finales del XIX y primeros años del siglo XX. Los mismos tenían una dedicación especial al tema de cafés y chocolates y pusieron a su negocio el nombre comercial de LA LONJA con el que se publicitaban en esa especialidad.



A principios del XX se instaló allí Honorio Jiménez Calado (cuñado del investigador cacereño Tomás Martín Gil), con su almacén de vinos y bebidas, continuando también con el negocio de chocolates de los anteriores dueños, por lo que al principio se anunciaba como “Sucesor de Fernández Hermanos”. Honorio también tenía al principio de la calle San Pedro una tienda de ultramarinos muy famosa a la que también le puso el nombre de “La Lonja”.

De la ubicación de Honorio Jiménez en este local de General Ezponda tenemos un precioso testimonio gráfico: la foto de una mujer con zancos subiendo hacia la Plaza Mayor y que era el anuncio de una actuación circense que hubo en la ciudad. A la izquierda de la foto se ve el local con toldo en la planta baja y el anuncio en la pared de la planta superior.

Honorio utilizó con frecuencia los anuncios en prensa, como puede comprobarse hojeando la de la época. En “El Fomento” de 4 de mayo de 1905 se publicaba este anuncio: “La Lonja”. General Ezponda 3. Ultramarinos y Coloniales. Depósito de chocolates LA LONJA, vinos finos para mesa “Rioja Alta” y “Valdepeñas”.— Ricos cafés Moka, Caracolillo y Puerto Rico, crudos y tostados.— Jerez, Champagne y Cognac de las marcas más acreditadas.— Conservas de todas clases.

Y unos años más tarde, y respecto al local de San Pedro, la “Guía Artística Mercantil e Industrial de Cáceres” publicada el 1 de septiembre de 1912, publicaba un anuncio con este texto: La Lonja. San Pedro 4 y 6.— Comestibles finos. Depósito exclusivo de los ricos chocolates marca La Lonja y de los vinos amontillados “María Teresa”, y del fino de González Byas marca “Dora”.

Seguramente no muchos sepan que Honorio Jiménez compró la casa nro. 19 de la calle Pintores, donde había estado durante muchos años la Papelería El Alcoyano, propiedad primero de Eugenio García Semper y luego de su viuda.


Tras derribar la casa citada, construyó allí la suya poniendo en sus bajos, solo durante un brevísimo periodo, otra sucursal de su propio negocio.




Allí mismo se instaló poco después la relojería de Jorge Capdevielle Rino, que permanecería en el lugar bastantes años, hasta bien entrados los 60 o muy a principios de los 70 y, más tarde, la joyería  de Rafael Barriuso que había estado primero en la calle Paneras, esquina a calle de la Cruz y desde allí se vino a Pintores.

Aquí, en una foto de 1954, la Joyería Barriuso en Paneras. En el centro de la foto vemos a un jovencísimo Rafael Barriuso Vicente (hijo del fundador, Rafael Barriuso Arias). A la izquierda Francisco Suárez Trenado y a la derecha Juan Medina López.


A Honorio Jiménez le sucedió, con el mismo negocio, y durante unos años Miguel Pacheco Simón, que cambió los vinos por ultramarinos e introdujo también la venta de calzados. Este Miguel Pacheco, por estas mismas fechas de principios del siglo XX, abrió otro pequeño negocio dedicado exclusivamente a calzado en la calle Andrada 4 (también conocido por La Machacona) en el que le sucedieron su hijo Luis y su nieto Eduardo. En este anuncio lo vemos anunciado con las dos ubicaciones (Ezponda y Andrada) aunque la imprenta equivocó la primera de las calles y en lugar de “General Ezponda” coló un “General Esponceda”.


Muy poco después el negocio giraba a nombre de la Viuda de Juan Pacheco, de quien no tengo noticia alguna. Quizá el tal Juan fuera un hermano de Miguel. Como quiera que fuese, este negocio de los Pacheco en General Ezponda no se prolongó más allá de 1917.


Es en el local de la calle Andrada 4 donde se ubicó Miguel Pacheco primero y sus hijo y nieto después, donde todos los que tenemos más de 40 años pudimos conocer la zapatería de José Millo Méndez, casado con una hija del que fuera alcalde de Cáceres Antonio Canales, que se instaló en el local en los años 60 y se mantuvo allí hasta principios de los 90.


A Miguel Pacheco y a la Viuda de Juan Pacheco les sucedió en el local Victoriano García Liberal cuyo hermano Manuel, farmacéutico, tenía su negocio de farmacia y droguería justo en el portal de por cima de la misma Ezponda. Ambos se habían iniciado en el comercio que el padre de ambos, Manuel García García, tenía al principio de Pintores, justo donde ahora se encuentra una croissantería. Allí continuó, después del padre, Enrique, otro hermano comerciante.

Manuel García García había establecido su comercio en Pintores en torno a 1885 y en cuanto sus hijos Victoriano y  Enrique crecieron le acompañaron en sus actividades comerciales, lo mismo que su mujer, Amalia Liberal. El otro hijo, Manuel, estudió la carrera de Farmacia.

Este comercio de Pintores permaneció bajo la titularidad de Manuel hasta 1922 aproximadamente haciéndose cargo del mismo a partir de esa fecha su hijo Enrique, que lo mantuvo abierto hasta poco después de terminar la Guerra Civil.



Manuel, el farmacéutico, ya tenía montada su farmacia y droguería en el segundo local de General Ezponda 3 (lo que hoy diríamos 3-b) en 1910.

Pocos años después, cuando se enteró que su vecino Pacheco dejaba el local de por bajo (el que hacía esquina), se lo advirtió a su hermano mayor, Victoriano, que se apresuró a quedarse con el mismo, montando allí su comercio de ultramarinos en 1917.

Ambos hermanos permanecieron en General Ezponda siete u ocho años más, pues en 1924 ambos se deshacen de los respectivos negocios. Manuel, el farmacéutico, traspasó su farmacia a Julio Castellano Rubio, mientras que Victoriano traspasó su negocio a Juan García Agúndez que, a pesar de la coincidencia del apellido, no tengo noticias de que tuviera parentesco directo con Victoriano.

La foto que inserto a continuación es, precisamente, de la época en que el propietario era Juan García Agúndez, como puede leerse sobre la puerta que da a General Ezponda aunque la misma debe ser de los años 60.


A Juan García le sucedió en el local el joyero y buen amigo mío Juan Borrella Román, que años más tarde daría a su negocio el nombre de Joyería Bomar y que se instaló en Cánovas, antes de llegar a lo que fue oficinas de Banesto y ahora del Santander.


A Juan Borrella le sucedieron una serie de negocios de vida bastante fugaz: una papelería-copistería, un bar (El Archiperre) y toda una sucesión de negocios hasta hoy.



Y aún hoy, siguen sucediéndose negocios en esa ubicación.

domingo, 5 de febrero de 2017

Ruta de la Lana 10: La Villa Romana de Monroy


En Wikiloc:    pulsar aquí

Realizada el 18 de febrero de 2014, día soleado pero con un frío propio de la época.
Desde que oí hablar del descubrimiento de los restos de la villa romana de Monroy estaba deseando acercarme a verla. En estos primeros días de febrero tuve la oportunidad de hacerlo por lo que salí temprano y solo, dispuesto a pasar una mañana tranquila en el campo.



Es un recorrido muy agradable, con apenas desnivel, que discurre por una amplia dehesa que estaba preciosa en las fechas en que la hice, rebosante de agua en arroyos y charcas. Es recomendable huir de época de mucho calor para hacerla.
Yo decidí iniciar la ruta en Monroy, aunque también puede hacerse justo desde la entrada a la Finca La Amapola (ver waypoint) y terminarla también allí, con lo que la ruta podría reducirse en unos dos kilómetros, restándole uno al principio y otro al final.
Personalmente creo que el recorrido merece la pena tal y como lo hice, dejando así el coche en un lugar donde la vista de otras personas le proporciona mayor seguridad.
Yo dejé el coche junto a la Iglesia de Santa Catalina, a la entrada misma del pueblo, aunque puede dejarse también en la Plaza del Ayuntamiento.



Desde la Iglesia se sale a la carretera CC-47 que lleva a la EX–390 (que es la que lleva a Cáceres). A unos 800 metros del pueblo veremos, a la derecha, la Cruz de los Caídos.


Trescientos metros más adelante veremos un ensanchamiento en el lado izquierdo de la carretera. Es la entrada a la finca La Amapola, que cuenta con un paso canadiense.



En cuanto hayamos entrado en la Dehesa Boyal veremos un cartel que señala la dirección a la Villa Romana así como un panel informativo al respecto.



Todo el recorrido discurre por una pista bien acondicionada que fue especialmente acondicionada para los trabajos arqueológicos que se llevaron a cabo a finales de los años ochenta y que aprovechan los ganaderos del entorno.
Quinientos metros después de adentrarnos en la dehesa vamos a cruzar el Arroyo de la Amapola Chicha. El caudal de agua no es mucho, pero suficiente para producir un continuo y grato soniquete.



Un poco más adelante llegamos a una intersección: un camino nos sale por la izquierda. Este es al que me refería más arriba: a la vuelta, cuando lleguemos al “Cobertizo de Francisco”, podremos tomar este camino para llegar a este punto y, de aquí, a la entrada a la dehesa. Con ello, como he dicho, podríamos acortar la ruta en unos 2 kilómetros si hemos dejado el coche a la entrada de la dehesa.
En ese mismo camino, unos doscientos metros más allá, hay una nave ganadera que se ve perfectamente desde el camino que sigo.



Es temprano y la luz preciosa. Unos doscientos metros más adelante a la izquierda, veo una pequeña laguna, alimentada por un ramal del Arroyo de la Amapola, que me encontraré más adelante. Es sugestiva y me siento tentado de acercarme a ella, pero no quiero detenerme en todo lo que veo ya que prefiero detenerme, con calma, en la Villa Romana objeto de final de la ruta.


A uno y otro lado del camino afloran formaciones graníticas que parecen, literalmente, clavadas en el suelo por mano del hombre. No creo que sea así, sino formaciones naturales que, en algún movimiento geológico, pasaron de una posición horizontal a la vertical. Me llaman mucho la atención.



El terreno es llano, lo que me permite, hasta relativamente lejos, por donde va el camino, que describe un pequeño zig-zag. En la curva más pronunciada del zigzagueo se atraviesa el Arroyo de la Amapola, con muy poco caudal.



En el mismo sitio, pasado el arroyo, a la derecha del camino y como a diez o doce metros hay unos abrevaderos y un pozo. Ambos son construcciones de ladrillo y cemento en los que me detengo un momento para verlos más de cerca. Todo denota que el uso que actualmente se hace de uno y otro es práctica, si no totalmente, nulo.



Muy pocos metros más allá sale, por la derecha, otro camino que lleva, a través de la dehesa, a la carretera de Cáceres. Nosotros hemos de seguir de frente.


Un poco más allá, en una bajada que hace el camino, se ve atravesado por el caudal de agua del Arroyo del Corcho que un poco más abajo, a nuestra izquierda, se une al de la Amapola que he cruzado antes conservando a partir de ahí el nombre del segundo (Arroyo de la Amapola).




Poco a poco nos adentramos entre encinas acompañadas de torviscos y escobas amarillas. Encontramos otro cruce, a izquierda y derecha, que no tendremos en cuenta, pues hemos de seguir de frente.




Muy pocos metros más adelante y a nuestra izquierda veremos la Charca del Gamonital, preciosa para mi gusto y ubicada entre encinas.
Por “gamonital” (también llamado “gamonal”) se define al terreno o lugar donde abundan los gamones o gamonitas y que se hallan con frecuencia en las dehesas de pastos y que son muy provechosas para el ganado vacuno.
El entorno donde se ubica la charca es precioso, por lo que me salgo del camino para caminar un rato en torno a la misma.




Vuelto al camino se inicia una subida a un pequeño cerro y cuando llego a la parte más alta (estoy como a 4,5 kms. desde el punto de partida), veo a mi espalda Monroy, un tanto desdibujado. De frente según venía caminando, en línea recta, un pequeño conglomerado de casas que me da la sensación que no se trata de chalet, sino de algo distinto. Y a mi derecha, como a 300 o 400 metros y entre encinas y retamas, distingo ya el yacimiento arqueológico de la Villa Romana.




En este punto el camino se bifurca a izquierda y derecha. Nosotros hemos de tomar por la derecha. No hay peligro de despistarse ya que un letrero nos indica la dirección correcta pero es que, además, como ya he dicho antes, los vestigios arqueológicos están a la vista.


En pocos pasos me encuentro al borde del recinto de la Villa Romana. Hay una alambrada, con acceso por varias partes, que marca los límites “de respeto” y paneles que indican dónde estamos y qué estamos viendo.




Los restos de la Villa fueron descubiertos en 1971 por dos vecinos del pueblo, José María Sierra Simón y Santiago García Jiménez que comunicaron el descubrimiento al Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Salamanca que tras diversos trámites realizó una primera excavación al año siguiente. Fue entonces cuando se pusieron a la vista algunas zonas de la llamada “pars urbana” (zona señorial o vivienda del propietario) y, entre ellas, el peristilo, la galería y las habitaciones provistas de mosaicos, así como la entrada, algunas salas contiguas y otras dependencias de uso agrícola al Sur.
El trabajo in situ fue abandonado durante casi diez años, hasta que en 1981 se hizo cargo de las mismas el catedrático de Arqueología de la Universidad de Extremadura Enrique Cerrillo Martín de Cáceres y continuaron de forma ininterrumpida hasta 1985.
Las ruinas ocupan una superficie aproximada de 5 hectáreas y se ubican en las laderas de dos cerros, por medio de los cuales corre el Arroyo Aguzaderas en el que, en la época en que la Villa estuvo habitada, se hizo un pequeño embalse para aprovechamiento de sus aguas.
El arroyo divide en dos partes las edificaciones, por lo que se ha denominado a los dos grupos Complejo Sur (primera excavada, donde se ubica la casa señorial y de los campesinos, siervos y esclavos que tenían a su servicio) y Complejo Norte, excavada en 1984 y 1985 y donde se ubican almacenes, áreas de trabajo, establos, hórreos, etc…


Las “villas” fueron el modelo más difundido de explotación agrícola y ganadera en época romana. Sus actividades principales estaban centradas en el cultivo de la vid, el olivo y los cereales, combinado con el mantenimiento de una cabaña ganadera formada principalmente por ovejas, cerdos y vacas.
El conjunto de construcciones que forman esta villa de los Términos constituye el núcleo desde el que se dirigía la explotación.
El complejo sur es el más extenso. Las construcciones se distribuyen en torno a un gran patio central o zona de tránsito. El edificio más importante es la casa del propietario, que incluye la zona de servicios, las termas y diversos espacios destinados a usos funcionales, talleres y viviendas.


Es la parte de la villa de construcción más reciente en el tiempo. Para su creación se procedió a un allanamiento de la colina y a la habilitación de un espacio destinado a la vivienda del señor. Se construyeron, además, otros edificios que pudieran brindar servicios a éste, como las cocinas y los talleres de producción artesanal.





La vivienda del propietario de la villa se situaba en el lado oriental del gran patio del complejo sur. La casa se estructuraba alrededor de un patio central porticado o peristilum, al que se accedía por un pasillo pavimentado con lajas de pizarra.



En torno al patio porticado se distribuían las habitaciones de la vivienda. La más importante se llamaba tablinum, un salón don el paterfamilias solía celebrar reuniones. El mismo está realizado con pavimento de mosaico decorado con motivos geométricos que actualmente está tapado para evitar su deterioro, por lo que no queda a la vista.
Otras dependencias importantes de la residencia señorial se destinaban a dormitorio, comedor y cenador (cubiculum, triclinium y oecus respectivamente).



Como complemento a la zona residencial, y sin acceso desde la misma, se encuentran las estancias destinadas al buen funcionamiento del conjunto, como las viviendas del servicio y las cocinas.




La villa contaba con talleres artesanales destinados tanto a las necesidades interiores de la villa como a la venta en mercados cercanos.
En la propia villa estos talleres elaboraban materiales de construcción y se encargaban del mantenimiento de las infraestructuras y de los aperos agroganaderos.
El edificio que albergaba estos espacios se emplazaba en el sector norte del gran patio que articulaba el área residencial de la explotación. La forma de la planta era rectangular. Un punto de entrada en su frente meridional conducía a un pasillo longitudinal que facilitaba el acceso a cuatro habitáculos en los que se compartimentaba eta construcción. Se han podido identificar los espacios correspondientes a la carpintería, la forja (en la que todavía se conserva el hogar) y un alfar.




Por doquier trozos de arcilla, algunos con marcas o dibujos, así como ladrillos macizos.




Como ya he dicho, entre un complejo y otro discurre el Arroyo Aguzaderas. En el cauce del mismo, y muy cerca de la zona de las termas (donde también estaban los baños), hubo un muro semicircular realizado a base de rocas de cuarzo blanco cuya finalidad era retener el agua, tanto proveniente de las lluvias como la que proporcionaba un manantial que existe en las inmediaciones. Hoy el muro ha sido eliminado en su parte central.




El complejo norte posee un carácter principalmente funcional. Las edificaciones se distribuyen dejando un gran patio poligonal, posiblemente de uso ganadero, La zona más alta está ocupada por el hórreo o granero de la explotación.


Nada más pasar el arroyo vemos la otra colina sobre la que se asienta el Complejo Norte, también rodeado por una alambrada. Esta parte de la villa es la primera que se construyó y habitó y continuó en uso aún después de construirse y habitarse la más moderna.
En cuanto accedemos al interior del recinto vemos a nuestra izquierda varias edificaciones rectangulares. Al parecer aquí no se encontraron restos de arcilla, lo que ha llevado a los investigadores a pensar que su cubierta debió estar hecha a base de ramajes. Esto y las características de la estructura lleva a pensar que fueron destinadas a establos o cobertizos, razón por la que se encuentra alejada de la parte dedicada a vivienda.





Un poco más arriba está el edificio principal en torno a un trapezoidal. Las edificaciones ubicadas en la parte más baja de la pendiente parece que también fueron establos.
La parte derecha del complejo (zona este) forman un conjunto de cinco habitaciones a las que se accedía desde el patio central. Algunas conservan los restos de hogar. En alguna de las dependencias se han encontrado restos de fundición, lo que ha dado pie a pensar que pudiera haberse destinado a actividades metalúrgicas.


Un panel instalado en el lugar, bastante deteriorado y que he limpiado como he podido, nos da una idea de la estructura que pudo tener esta parte del Complejo Norte.


Como ya he indicado, esta parte del Complejo está peor conservado que lo que hemos visto anteriormente.






En la parte más alta de la colina está lo que, para mi gusto, es el elemento más singular del Complejo Norte: el hórreo.
La producción de cereales constituía la base sobre la que se asentaba la economía dela villa, por lo que resultaba importantísima la conservación y almacenaje del grano. Parte del cereal cosechado se guardaba en una habitación denominada “hórreum”, que era el granero situado en lo más alto de la colina.
Era una edificación rectangular asentada sobre ocho muros paralelos entre sí y de igual longitud. Sobre esos muros iban colocadas lajas de pizarra que unían un muro con otro y que formaban el pavimento del hórreo. Este sistema permitía que el aire pasara por debajo, evitándose la humedad que hubiera generado un contacto directo con el suelo.
El edificio tenía paredes de madera y una cubierta de materiales vegetales.
Al estar el edificio separado también de la zona habitada, se evitaban los peligros del fuego.
Una panel informativo (cuyo dibujo también he tenido que retocar al estar parcialmente deteriorado), presente cómo debía verse el edificio:


Lo que ha llegado hasta nosotros son, básicamente, los ocho muros que servían de apoyo al hórreo.





Aún tuve tiempo, antes de iniciar el regreso, de poder ver allí mismo alguna piedra magníficamente tallada, con ángulos rectos perfectos y que debió ser utilizada como sillar en su momento.


Un último vistazo al Complejo Sur desde la colina donde se emplaza el Complejo Norte me sirve para despedirme, con cierta pena, del emplazamiento que ha estado lleno de sugerencias de las conversaciones de la gente, las risas de los niños que habitaron este lugar hace 1.600 años que, a su vez, tendrían unas preocupaciones muy parecidas a las que tenemos ahora.


Regreso por el mismo sendero por el que llegué a la Villa. A doscientos metros volvemos a llegar a un cruce que ahora tomaremos por la derecha ya que de otro modo volveríamos por el mismo camino que utilizamos al venir.


Estamos, aproximadamente, a tres kilómetros en línea recta de Monroy, lo que me permite fotografías sus tejados entre las retamas.


El sendero por el que voy ahora se ve mucho menos transitado que el utilizado al ir a la Villa. Está más abanado y se ve que el tráfico de vehículos es mucho menor.
En el primer cruce hemos de girar a la izquierda, lo que nos llevará a cruzar el Arroyo del Bote, 300 metros más allá.


Pasamos junto a una pequeña explotación agrícola donde solo hay un pequeño encerradero de ganado, aunque algún animal campa a sus anchas por el camino.



Nos topamos con la presa del Pantanillo, de humildes dimensiones. El camino pasa directamente por el azud de la presa al otro lado de la cual un cartel semicaído informa de que se trata de una explotación de acuicultura.




Al otro lado de la presa veo el aliviadero. Elemental y rústico, como procede.


Nada más pasar la presa nos topamos con el Cobertizo de Damián, a cuyo lado paso, saliéndome del camino.


En cuanto vuelvo al camino me llama la atención una extraña estructura que veo a mi izquierda, a siete u ocho metros del sendero. Es una especie de torre, construida con lajas de pizarra y una gran roca de cuarzo blanco. Mide como metro y medio de alto y no tengo ni la más remota idea de lo que pueda ser. Esta levantada con cuidado y se ve que las piedras han sido puestas con esmero, buscando una forma redondeada.



Ochocientos metros más adelante, con Monroy a la vista y casi al alcance de la mano, veremos un cruce de senderos, Hemos de tomar el de la izquierda que nos llevará directamente al Arroyo y al Pozo de las Amapolas.


Situado junto al arroyo de las Amapolas el Pozo recibe su nombre de él. La fuente o pozo de las Amapolas es muy popular entre los monroyegos, puesto que, como todas las fuentes de los pueblos, suponía el lugar de reunión de jóvenes, lugar de chascarrillos, noticias, et… a la par que suministraba agua para beber y lavar la ropa.
Según cuentan algunos vecinos, la fuente estuvo techada con cristales y se restauró en tiempos de la II República, aunque hay opiniones discrepantes al respecto. En el centro del pozo se erige un pilar que supuestamente tendría la finalidad de sustentar la techumbre acristalada.



Se cuenta también que aquí se venía a lavar los vellones de las ovejas; quizá por este motivo junto al arroyo se conserva todavía un enlosado de pizarra en pendiente para dejar secar la lana esquilada.




El pozo, de planta circular, construido con ladrillos, tiene cuatro brocales abiertos a media altura en arco de medio punto enmarcados en falsa cantería; el resto del muro está revocado con cal. Además contaba con tres surtidores que bombeaban el agua para llenar los cantaros; el agua sobrante se reconducía a una pila adosada al muro para abrevar el ganado que pastaba por la dehesa.


En los alrededores del pozo hay un espacio para el esparcimiento con fuente y barbacoa. También pueden verse los restos de alguna antigua construcción ubicada entre lascas verticales de pizarra.




Pasado el río y tras una pequeña cuesta dejamos a la izquierda el Cobertizo de Francisco y, justo en ese punto, debemos tomar un camino secundario que sale por la derecha, justo antes de llegar a dicho cobertizo y que se dirige, en línea recta, hacia Monroy.



El camino es cruzado por un regato. En el punto en que esto sucede podemos ver en el suelo toda una serie de lanchas de pizarra que debieron ser puestas, más bien clavadas, ahí hace muchísimos años con el objeto de que los carros no se hundieran en la tierra. No se ven muchos así.



El camino, en ligera pendiente de bajada, vuelve a encontrarse con el Arroyo de la Amapola Chicha, que ya vimos al inicio de la ruta. En esta ocasión lo cruzamos sobre un viejo y rústico puente de mampostería y lanchas de pizarra.



El camino es muy antiguo y se ve que estuvo muy buen cuidado. No solo es que el trazado esté perfectamente definido, sino que los laterales del camino, y a veces el propio firme, está habilitado con piedras y pizarra.
A nuestra izquierda tenemos la oportunidad de ver una buena pared hecha con pizarra  en la que, al construirse, fueron practicados unos huecos para que el agua que pueda discurrir tuviera salida.



El camino nos lleva en ascenso a un punto cerrado con unas angarillas que podemos abrir sin dificultad para volver a cerrar.


El callejón termina cuando llegamos al Arroyo de Monroy que se salva a través de un puente hecho a base de tubos de hormigón sobre los que se ha echado una cubierta cemento, con factura que pudiera ser de los años 60.



Tras salvar una pronunciada cuesta llegamos a Monroy donde entramos a través de la calle Manantío para llegar, en dos pasos, a la Plaza de España, donde nos espera su fuente y su castillo. La vista del castillo se embellece, ¿cómo no? con los consabidos cables de luz o teléfonos que, en España, somos especialistas en tender de manera que salgan en todas las fotos de monumentos.



El castillo data de tiempos de la Reconquista, año de 1329, se ha ido configurando con los siglos a base de añadidos, como pasa con todos los que son fortaleza.
Lo más antiguo es el cuerpo cuadrangular –recinto interior- con las tres torres, del siglo XIV, a lo que se añadió durante la segunda mitad del XV la barbacana –recinto exterior- y los espacios residenciales interiores.
Es propiedad privada y su visita no está abierta al público.