sábado, 6 de agosto de 2016

Lanzarote: Recorrido por La Graciosa


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Realizada durante la mañana del 20 de noviembre de 2013.
Previamente y como es lógico, habíamos hecho la travesía en barco desde Órzola, lo que tengo relatado en otra entrada, tanto en Wikiloc como en este blog, por lo que retomo el relato donde terminé aquel.
Habíamos tomado el barco de las 11 que, en poco más de media hora nos dejó en Caleta de Sebo.


Caleta de Sebo es el único núcleo de población, habitado, de La Graciosa (660 habitantes). En el mismo litoral, pero más al norte, está Pedro Barba, un lugar donde hay docena y media de casas pero en las que no vive nadie de forma habitual.
Según relata el historiador Agustín Pallarés, haciéndose eco de testimonios verbales recibidos en primera persona, los primeros habitantes fijos de La Graciosa fueron cuatro matrimonios, amigos, originarios de Haría pero residentes, como pescadores, en Arrieta (los formados por Francisco Álvarez Rijo y Agustina Quintero; Claudio Betancort Barrios y María Cruz; Pedro González y Casimira, y Fernando Páez y María Villalba). Todos ellos venían, con frecuencia y para pasar largas temporadas, a marisquear en la Isla hasta que se pusieron de acuerdo para quedarse a vivir en la misma con carácter permanente.
Este asentamiento se produjo con posterioridad al cierre de “La Sociedad”, nombre con el que los gracioseros han llamado siempre a la empresa pesquera que se instaló aquí en torno a 1880 y con la que los cuatro matrimonios indicado no tuvieron ningún tipo de relación laboral. Dicho cierre tuvo lugar unos cinco o seis años más tarde. La persona que proporciona tal testimonio vivo fue el graciosero Domingo Alvarez Quintero, hijo del primero de los matrimonios citados, que fue la primera persona nacida en esta isla, lo que tuvo lugar el 1 de enero de 1899.
La isla tiene una superficie de 20 km cuadrados y toda ella, excepto los dos núcleos de población, pertenecen a Patrimonio Nacional.
Caleta de Sebo tiene un pequeño, pero suficiente, puerto.




Allí mismo pueden alquilarse bicicletas con las que recorrer la Isla. A este respecto conviene advertir (porque nadie te lo dice) que los escasos senderos que hay en La Graciosa están absolutamente tomados por la arena por lo que pedalear viene a convertirse, después de 10 minutos, en una labor de titanes. Es dificultoso pedalear en un camino en el que la rueda se hunde varios milímetros en la arena. Desde luego, puede hacerse, pero no tiene absolutamente nada que ver con hacerlo en asfalto o en la tierra, bien apisonada, de un parque.
Hay dos o tres empresas de alquiler de bicis, con precios idénticos.




También allí mismo, en la explanada del Puerto, pueden contratarse los servicios de un jeep con conductor que hará un recorrido por los lugares a los que es posible acceder con vehículos (puede verse en mi track). El recorrido dura hora y cuarto aproximadamente y comprende la parada del vehículo en los puntos más turísticos de la Isla. Cuando estuvimos nosotros, si no recuerdo mal, costaba 35 euros el vehículo. Lo ocupase una persona o cinco.
A título de anécdota, indicar que en la Isla no están permitidos otros coches que los que tengan registrados y autorizados oficialmente los que allí residen de forma permanente.



Por nuestra parte, nos decidimos por contratar un jeep y tengo que decir que tuvimos una suerte inmensa pues nos tocó la suerte de conocer a Gustavo Betancort, dueño de uno de estos jeep con el que se gana la vida. En él se dan dos circunstancias: la primera, ser Graciosero, es decir, haber nacido aquí, en La Graciosa, lo que le hace conocer esto con absoluto detalle ya que ha recorrido hasta los más ocultos rincones desde los días de su niñez y juventud.
La segunda circunstancia es su inmensa amabilidad. Tiene un trato amable, cercano y enormemente servicial que, sencillamente, nos encantó. Se ofreció, incluso, a buscarnos alguna casa si un día nos decidimos a venirnos a pasar unos días aquí, en La Graciosa.
Si algunos de los que lean esto tiene programado ir a La Graciosa, puede contratar sus servicios llamado al teléfono de la tarjeta de visita que nos dio y que adjunto.


Tras montarnos en el jeep, nos acercamos a casa de Gustavo a recoger algo que había olvidado para volver luego, a través del pueblo, a tomar una salida que hay a la altura del puerto al objeto de hacer el recorrido.




Vamos a hacer un trayecto de 28,5 kilómetros. La isla es muy llana, no existiendo desniveles de relieve más que las cinco formaciones volcánicas existentes (las dos Agujas, Grande y Chica, Montaña Bermeja, Montaña del Mojón y Montaña Amarilla), a las que no vamos a subir en esta ocasión. Espero poder tener la oportunidad de volver, en un viaje más pausado, echando aquí dos o tres días y patear cada palmo de la isla y hollar todos los volcanes.


Cuando salimos a campo abierto, un panel informativo facilita al visitante alguna información de carácter general.


Enseguida queda a la vista las Agujas, dos volcanes que ocupan el centro de la Isla. El primero que encontramos es la Aguja Grande y el otro, más a la derecha y que todavía no vemos, la Aguja Chica.


Casi pegadas a la falda del volcán, vemos a nuestra derecha unas pequeñas huertas que, según nos dice Gustavo, son de gente del pueblo y les ayudan en el sustento diario. Es el sitio llamado “El Aljibe de la Tierra”.



A nuestra izquierda queda la Montaña del Mojón, con su cráter abierto en dirección a Caleta de Sebo y que desde aquí no vemos. Espero tener la oportunidad de patearlo íntegro y poder acceder a su interior.


Aunque no tenemos dudas sobre el camino a tomar, un propio del lugar nos señala la dirección correcta.


En un momento en que vuelvo la vista atrás me queda ante los ojos la inmensa mole pétrea que es la punta norte de Lanzarote, con una forma casi perfecta de punta de lanza. Desde donde estamos se ve toda la pared donde termina el Risco de Famara y la formación a la que denominan “El Valichuelo”, toponimia típicamente lanzaroteña. Y, en el colmo de lo que a mi me parece que es un “decirse-a-sí-mismo” de Lanzarote, el último silabeo de la isla, expresado en el Farión de Tierra y en Punta de Fuera, las dos pequeñas rocas que quedan separadas de la isla cuando la marea está alta. Punta de Fuera tiene un pequeño faro, autónomo, junto al que pasamos cuando íbamos en el barco.


Muy a lo lejos, a unos 12 kilómetros, vemos también el Roque del Este. Es lo que queda de un antigua cráter, absolutamente erosionado por la acción del oleaje. Mide unos 500 metros de largo por unos 100 en su parte más ancha y tiene dos promontorios, uno en cada extremo. El que está más al norte, el más alto, se denomina El Campanario (por su forma, labrada de forma natural), y tiene 84 metros de alto. La otra elevación, al sur del Roque, alcanza los 63 metros.
Una gruta submarina de unos 5 metros de ancho, recorre todo el Roque, de norte a sur.
No puedo dejar de advertir que toda la superficie en una milla a la redonda es zona natural protegida, estando prohibida CUALQUIER TIPO DE ACTIVIDAD: ni baño, ni pesca ni, mucho menos, la práctica del submarinismo.


El recorrido hacia Pedro Barba no puede ser más sencillo, siempre dejando Las Agujas a la nuestra izquierda.
Cuando llegamos a la altura de Morro Negro, una pequeña huerta queda a nuestra derecha. Allí, detrás de ese promontorio, está Pedro Barba que, enseguida, nos queda a la vista.
Según cuenta el ya citado Agustín Pallarés, fue el afamado marino Pedro Barba de Campos quien dejó la impronta de su nombre en una ensenada del extremo nororiental de esta isla, a cuya orilla se ha levantado este pequeño poblado. Este noble hidalgo fue enviado a Lanzarote por la Corona en noviembre de 1418 con la misión de llevar a Castilla al gobernador de Lanzarote Maciot de Bethencourt con objeto de proceder en Sevilla a la transferencia de la isla a favor del prócer andaluz don Enrique de Guzmán conde de Niebla.



Al llegar al pequeño caserío, lo primero que vemos es una barca elevada a la categoría de monumento al pescador.
Este poblado surgió en el último tercio del siglo XIX a consecuencia de la iniciativa de un empresario canario, Ramón Silva Ferro, fundador de las Pesquerías Canario-Africanas que asentó aquí. Para trabajar en ellas se trajo a marineros de Lanzarote que hicieron surgir el pequeño poblado. La iniciativa empresarial se fue al traste cuando Ramón Silva murió desnucado en el interior de uno de sus barcos a consecuencia de un golpe que se dio en la caída producida por un golpe de mar. Con él murió el proyecto empresarial y las viviendas y almacenes fueron abandonados.


En los años 60 varias personas compraron las casas abandonadas para restaurarlas, pero como toda la Graciosa es Reserva Natural, no se pueden salir de lo que eran las cuatro paredes que eran las casas originales, por lo que el aprovechamiento de las casitas es muy limitado. Además, dado el material con que están construida las casas las hace muy susceptibles a la humedad, lo que encarece mucho el mantenimiento.







La Caleta de Pedro Barba es pequeña, recogida, con forma de coma invertida y en ella hay una antigua estructura que debió estar destinada en mejores tiempos a recoger, quizá para reparar, algunas embarcaciones.






A la derecha de donde nos encontramos, mirando al mar, están Los Morros de Pedro Barba, pequeña elevación del terreno que discurre paralela a la costa y por cuyo lado de allá discurre el camino por el que hemos venido.


Volvemos al jeep para regresar unos metros por el camino por el entramos en Pedro Barba. En cuanto llegamos donde terminan Los Morros antes citados, seguimos el sendero hacia la derecha. A unos 300 metros veremos que sale otro sendero también a la derecha (que nosotros NO tomamos) que lleva a El Barranquillo y a una playa denominada El Jable de la Fragata.
Gustavo dejó ese desvío y continuamos de frente, quedando ante nuestra vista, a lo lejos y hermosísima, Alegranza. Es una isla deshabitada. Durante muchos años vivió allí el farero que fue, precisamente, el padre de tantas veces citado Agustín Pallarés y después, durante decenios, el propio Agustín, que tiene escrito un precioso libro contando su experiencia y sus conocimientos de cada recoveco de Alegranza.



Hacemos una parada en La Playa del Ámbar, también llamada Playa Lambra, según Gustavo. Es una playa de arena blanca, preciosa y tranquila, desde donde vemos, ya a tiro de piedra, la Isla de Montaña Clara, también deshabitada y, un poco a su derecha, el Roque del Oeste, también llamado Roque del Infierno y Roquete.



Y con un campo mayor en el objetivo de la cámara nos aparece, por la derecha, Alegranza.


La Playa del Ámbar es la situada más al norte de toda la Isla. Tiene unos dos kilómetros de longitud y cuenta con una arena blanca y unas aguas limpísimas.



Más a la izquierda de donde estamos vemos también, casi a tiro de piedra, Montaña Bermeja, el volcán situado más al norte de toda la Isla.


Regresamos al jeep para continuar nuestro recorrido, que discurre por el sendero paralelo a la costa hasta que encontramos un giro a la izquierda de 90 grados por donde continuaremos después. Aparcamos en ese lugar y Gustavo nos invita a continuar a pie para ver un precioso caletón.




La verdad es que en este punto hay cuatro caletones juntos, uno a continuación del otro: el de Juan López, el de Los Callaos, el de Los Arcos y el de La Arena.
Los dos primeros que vemos son el de Juan López (derecha) y el de los Callaos (izquierda).


Gustavo nos quiere hacer ver, especialmente, el tercero, el de Los Arcos, que nos deja admirados por su belleza. Tiene forma de punta de cuchillo, triangular.







La verdad es que fue una suerte inmensa que nos tocara Gustavo como conductor y guía en nuestra visita. Una persona absolutamente recomendable, no solo por su gran conocimiento de la Isla, sino también por su exquisita educación y su derroche de amabilidad.


Volvemos al camino, tomando la desviación que va en dirección sur y dejando siempre Montaña Bermeja a nuestra derecha. Cuando estamos aproximadamente a mitad de recorrido, me llama la atención un hueco en la parte baja de la falta, con toda la pinta de que puedan haberse realizado extracciones de tierra.



Pasada Montaña Bermeja, el camino gira a la derecha, pasando sobre el promontorio formado por las lavas que, hace miles de años, escupió ese volcán.
En un cruce, giramos a la derecha (en dirección al volcán) para llegar enseguida a un parking para bicicletas y, desde allí, bajamos andando a la preciosa Playa de las Conchas.
El acceso a la playa esta prohibido para vehículos, bicicletas y animales y está también indicado que no se puede acampar en el lugar.






La playa es amplia, de arena fina y blanca y una delicia para bañarse. En sí misma es bastante recta en lo que se refiere a la superficie de arena, si bien desde la Baja de los Entraderos, su extremo norte, hasta la Baja de la Playa de las Conchas, en el sur, forma una suave curva.





Desde la playa podemos ver cuatro islas distintas: La Graciosa, en la que estamos, Montaña Clara a la izquierda, el Roque del Oeste enfrente y Alegranza a la derecha.


Volvemos, con pena, al jeep. Nos hubiera gustado disponer de más tiempo para haber disfrutado un rato largo de esta preciosa playa, habernos dado un buen baño. Pero el servicio estándar de los jeep está tasado y no caben paradas prolongadas que permitieran el baño.
Cuando comenzamos a rodar queda enfrente de nosotros, ligeramente a la derecha, La Montaña del Mojón (187 metros), otro volcán que tiene un cono casi perfecto.


El camino describe una curva hacia la izquierda, para pasar por entre Las Agujas y el Mojón. Estamos en Las Maretas, donde volvemos a encontrar el cruce por el que antes fuimos hacia Pedro Barba. Hacemos un pequeño alto para poder fotografiar a derecha e izquierda.
A la derecha nos queda la Montaña del Mojón y a la izquierda la Aguja Grande (254 metros), con el característico dibujo que hace la tierra en su falda.



El camino nos conduce a Caleta de Sebo, donde no llegamos a entrar ya que giramos a la derecha, bordeando el pueblo. Desde aquí damos vista al interior de la caldera de la Montaña del Mojón.


A unos 200 metros de donde hemos girado a la derecha, volvemos a tomar el camino de la derecha para ir a las inmediaciones del helipuerto, que lo dejaremos a nuestra derecha. Y un centenar escaso de metros más allá, el pequeño cementerio de La Graciosa.



Desde ese cruce bajamos directamente, por el camino de la izquierda, en dirección a la Playa del Salado, cuyas arenas están lamidas por las aguas de la Bahía del mismo nombre.
Hay zonas de esta playa que tienen piedra volcánica. Es lo que llaman Las Piconas del Salado. Supongo que por el picón de que están hechas.


Llaman La Hoya de la Lagunita a la parte más ancha de este playa, en la que suele quedar agua aún cuando baja la marea. Al otro lado de la misma, El Río, por antonomasia, que es la parte del mar que discurre entre Lanzarote y La Graciosa.


Se puede ir con el jeep hasta la Punta de la Herradura, el lugar donde la costa hace un brusco giro a la derecha en dirección a Montaña Amarilla. Ahí está la Playa Francesa, pequeñita, recoleta, de unas arenas blancas y limpias y un lugar gratísimo. Un pequeño ensanche permite aparcar el jeep y desde ahí hay que ir andando si se quiere llegar hasta la Playa de la Cocina, al pie mismo de Montaña Amarilla.




Hemos consumido el tiempo pactado con Gustavo para el viaje en el jeep y hemos de regresar, de modo que retomamos el mismo camino por el que vinimos, bordeando Caleta de Sebo.
Desde aquí, una vista estupenda del Risco de Famara al lado de allá del Río, con las casas de Caleta de Sebo que están más al sur. También alcanzo a distinguir, gracias al teleobjetivo de la cámara, el Mirador del Río, en lo alto del Risco, perfectamente camuflado.



Cuando ya hemos entrado en el pueblo, Gustavo nos dice que se le ha olvidado enseñarnos dónde está el camping, situado justo donde termina el pueblo, en la parte más al sur, casi pegando ya con la Playa del Salado. Así que, sin bajarnos del coche, nos lleva hasta allí para que veamos el sitio y regresa ya definitivamente al centro del pueblo.




Terminamos el recorrido junto al puerto y nos fuimos a comer.
El pulpo estaba excepcional.

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