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La Agencia de Dinamización del Valle del Ambroz,
DIVA, dentro de las actividades del Otoño Mágico que convoca
cada año, había previsto celebrar el 2 de noviembre de 2013 la 4ª subida al Picuruju
(Picurujo,
en los mapas oficiales) desde La Garganta.
Se trata de una ruta que no llega a los 12
kilómetros y con un desnivel de poco más de 200 metros a lo largo de cuatro
kilómetros de recorrido, es decir, de alrededor del 5%. Es, por tanto, una ruta
cómoda y muy agradable. Y, además, una ruta ideal para hacerla en las fechas
propuestas, en pleno otoño.
Vicente Pozas, mi habitual compañero de rutas, me había
hablado muchas veces de esta, indicándome que a la primera oportunidad habría
que hacerla. Y como quiera que ésta se dio, decidimos no desaprovecharla.
Tuvimos una mañana inicialmente clara y
despejada, aunque fría, si bien la mañana nos deparó mucha niebla que nos
impidió disfrutar de las vistas hasta bien avanzada la misma.
Los vecinos de La Garganta se llaman Paporros,
que tal es el gentilicio del lugar, que cuenta con unos 500 habitantes.
Nos habíamos dado cita en el ayuntamiento a
las 9,30 donde, unos quince o veinte minutos antes de comenzar, ya nos
encontrábamos cerca de 100 personas.
Salimos del pueblo por la calle
San Juan y enseguida tomamos, por la derecha de la carretera, el Cordel
de los Lobos. A nuestra derecha queda el pequeño valle por cuyo fondo
discurre el Arroyo de la Garganta en dirección a Baños de Montemayor. Y un
poco más allá el Alto de la Hondilla y el Lomo de Monte Puerto.
En este valle se agarran las nubes al suelo
y enseguida tenemos claro que podemos tener problemas para disfrutar de las
vistas.
El recorrido por el Cordel de los Lobos
resulta agradable. El sendero es claro, primero en forma de calleja, entre
paredes de piedra y un poco más adelante con abundante vegetación a uno y otro
lado.
Por momentos, las nubes bajas llegan hasta
nosotros, no siendo molestia para caminar pero sí impidiéndonos ver todo lo que
se extiende en dirección a Baños de Montemayor, que intuimos
debe ser precioso.
Poco antes de llegar al Cordel del Berrocal (o Cordel
de los Beruecos, o Cordel del Lomo, como me dijo algún lugareño
que también lo llamaban) que recorre la cuerda de toda esta sierra de punta a
cabo y llega hasta el Embalse de Navamuño, ya en la
provincia de Salamanca, más allá de La Garganta, nos encontramos con la
que me dicen que se llama Fuente del Fraile. Está junto a un
ensanchamiento del camino donde Vicente, el responsable de DIVA,
hace un alto para reagrupar a los participantes y dar algunas explicaciones al
grupo sobre particularidades de la ruta.
Al lado del camino hay una sencilla casa de
labradores. Alertado su ocupante, seguramente, por las conversaciones en alta
voz de los senderistas, se asoma a la puerta a curiosear. Y una de sus cabras,
quizá curiosa, se encarama a una pared también para tratar de enterarse a qué
se debe el ruido en un sitio tan tranquilo habitualmente.
Estamos a dos kilómetros del inicio de la
ruta. Solo cuatrocientos más y llegamos ya al Cordel del Berrocal,
camino público, de trashumancia, propiedad de todos que con demasiada
frecuencia se apropian algunos desvergonzados con el consentimiento tácito de
las autoridades que deberían velar por la protección del bien común, de eso
que, ya desde tiempo inmemorial, llamamos el demanio, o dominio
público.
Los cordeles tienen una anchura
establecida de 37,71 metros (las cañadas
reales de 75,22, las veredas de 20,89 y las coladas
una anchura inferior a las veredas).
Este Cordel del Berrocal tiene, desde
luego, la anchura indicada. Al llegar a él nos volvemos a detener para que
Vicente imparta más explicaciones. Es un hombre amable con todos, siempre
sonriente y atento a cualquier cuestión que se le plantea. Da gusto caminar con
él.
Estamos ya en lo que se llama La
Esquina del Lomo, en la cuerda de la sierra. Realmente es una
estribación de la Sierra de Béjar cuyo extremo más al sur es el Picurujo.
Al principio del recorrido nos encontramos, a la derecha del camino, con un
vertedero donde se acumulan electrodomésticos, colchones… Una pena que la gente
sea tan poco cuidadosa.
Desde este punto en que nos encontramos
vamos en descenso, con algunos tramos muy pedregosos, hacia el Collado
Carnicero.
Uno de los senderistas con los que camino,
que es paporro, es decir, natural de La Garganta, me dice que
este apelativo “carnicero” le viene al collado desde la Guerra de la Independencia,
nuestro conflicto con los franceses, allá a principios del siglo XIX. Me dice que,
además de Collado Carnicero, también se le denomina “no-sé-qué de los franceses”,
y que hace referencia a un degollamiento masivo que se hizo de franceses que,
en su retirada en 1812-1813, fueron acorralados en este lugar. El hombre se
esfuerza en hacer memoria, pero no logra acordarse con exactitud y me dice que
tratará de preguntarle a otro de los participantes a ver si, entre los dos,
hacen memoria.
Al llegar al collado nos detenemos una vez
más. Vicente, de DIVA, está preocupado por la niebla que tenemos y se lamenta
porque, dice, nos va a impedir poder contemplar las hermosísimas vistas que, a
nuestra izquierda, hay hacia la Cordillera del Molinillo y del Hornillo por un
lado y hacia Hervás por el otro. Le decimos que no se preocupe y que así
tenemos pretexto para volver en otra ocasión.
A partir del collado hay una subidita que se
desarrolla por un sendero estrecho, pedregoso, no tan claro como el que hemos
traído hasta aquí y, a ratos, entre jaras. Se camina peor, pero no es incómodo.
Discurre por el lado izquierdo del Picuruju, en cuya inmediatez estamos
ya.
La subida termina donde está el mirador al
que se refería Vicente y allí mismo sale, a la derecha, un sendero que sube a
lo alto del Picuruju, ligeramente más arriba (no mucho). Está todo
absolutamente cubierto de una niebla espesa, por lo que ni nos planteamos subir.
A partir del sitio del mirador el sendero
inicia una fuerte y pedregosa bajada. Conviene tener cuidado. A veces hay que
saltar de piedra en piedra para ir descendiendo.
Superado lo más fuerte de la bajada
encontramos un lugar en que el terreno se allana un tanto y hay amplitud
suficiente para que todos podamos parar a tomar algo. En ese mismo punto,
además, hay que hacer un giro de 90 grados a la derecha para ir hacia el otro
lado del Picuruju e iniciar el regreso.
Repuestos, iniciamos la marcha regresando
por la zona denominada La Umbría. El entorno cambia de
forma drástica pues si hasta ahora solo hemos contemplado monte bajo, ahora hay
castaños en abundancia.
Rodeado todo el Picuruju volvemos a
llegar al Collado Carnicero y desde allí, utilizando en parte el mismo
camino que trajimos, pero con una ligera variante, regresamos al punto en que
nos incorporaos al Cordel del Berrocal.
Es punto no tiene pérdida pues hay una
pequeña explanada y un camino que sale a izquierda y derecha del que traemos (y
que vamos a seguir en la misma dirección).
También en este punto, a la derecha en el
sentido de la marcha que traemos, existe una cerca en la que habían varios
caballos cuando nosotros pasamos. La abundante chiquillería que hizo la ruta
con nosotros disfrutaron de lo lindo con los animales y se hicieron una foto de
grupo, como también hicimos otras en las que aparecen casi todos los
participantes en la ruta.
A partir de este momento la niebla levantó
de modo ostensible, aunque no llegó a hacerlo del todo. Primero tímidamente y
de un modo más claro después, lo que nos permitió poder disfrutar, al menos en
esta última parte de la ruta, de los maravillosos paisajes de la zona. Aquí
abandonamos todo contacto con el camino por el que habíamos venido y tomamos
una desviación a la derecha. El camino va a ir ahora en un claro ascenso que no
terminará hasta que lleguemos al Corral de los Lobos.
Lo primero que llamó poderosamente mi
atención al levantar algo la niebla fue ver a nuestra derecha, al otro lado del
vallecito por el que discurre el Río del Valle que va a desembocar en
el Embalse
de Navamuño, el Cancho de la Muela. La primera
visión fue entre la niebla, pero claramente perceptible.
Vamos a toparnos enseguida con una
carretera. Es la que va desde La Garganta a Hervás y tendremos que
andar por ella unos cuantos metros.
Nada más llegar a la carretera, que en este
lugar describe una curva a la izquierda, estaremos en el sitio que se llama El
Cabezo y podremos ver a nuestra izquierda una fuente con siete
abrevaderos. El agua cae en el primero y va pasando, sucesivamente, de uno a
otro para acabar vertiendo en una charca artificial en la que se construyó,
hace años, una pequeña represa para que no se perdiera del todo el agua de la
fuente.
A nuestra derecha, al otro lado de la
carretera, queda el Cerro de las Chispas y el Mirador de la Ermita, a los que no
nos acercamos.
Como he dicho más arriba, solo andamos por
la carretera unos metros, pasando enseguida al lado derecho y adentrándonos de
nuevo en el campo. A poco de hacerlo nos encontraremos primero con un manantial
cuya ubicación señalan unas piedras y un tronco seco de árbol y, pocos metros
más allá y ligeramente apartada del camino otra fuente.
A nuestra derecha seguimos viendo la Sierra
del Molinillo con el Cancho de la Muela (1.626 y 1.619
mts) más a la izquierda y la Cruz de Jeromo (1,654 mts) más a la
derecha. Ambos están dentro de la provincia de Cáceres y pertenecen al
municipio de La Garganta aunque sus laderas del otro lado están ya en la
provincia de Salamanca.
No he encontrado referencia sobre el origen
del nombre de La Cruz de Jeromo, aunque sí unas referencias de Luis
Astola Fernández al respecto indicando que en La Garganta se rumorea, aunque
con escasa consistencia, sobre la muerte de un paisano “hace más de un siglo” al
caer de su cabalgadura cuando transitaba por la zona. Por otro lado, la
coincidencia de los nombres podría hacer pensar en la relación del tal Jeromo
con Jerónimo
Abdón Gómez-Rodulfo Hernández, industrial bejarano nacido a finales de
julio de 1809 en la cercana Cueva del Bocín de Navamuño,
huyendo sus padres de las tropas francesas.
Tras recorrer una praderita, nos queda una
ultima subidita de tierra y piedra suelta que se hace sin mayor esfuerzo.
Sabemos que estamos terminando la ruta y que ahora será casi todo bajada hasta
llegar de nuevo a La Garganta.
Enseguida nos encontramos con la carretera
que lleva desde La Garganta a la vecina Candelario, en la provincia de
Salamanca. Es una carretera estrecha, bien asfaltada y, probablemente,
suficiente para el tráfico que debe soportar.
Cuando nosotros llegamos allí la carretera
está tomada por un rebaño de cabras que tienen paso preferente pues no en
balde, justo en este lugar, coinciden la carretera y el Cordel del Berrocal
sobre el mismo trazado. Y ellas llevan pasando por aquí siglos, y los coches
no.
En este punto existen dos construcciones
singulares. La primera es una fuente, restaurada en su entorno. La pila parece
la original aunque no sé si el emplazamiento eran también el original; es
rectangular, de más de 1,5 metros de largo por algo más de 50 de ancho y con
una hendidura al lado contrario de donde está el grifo que la nutre para
evacuar el agua sobrante. Se ha construido a su alrededor una bancada de piedra
consiguiéndose un lugar grato.
Un poco más allá de la fuente, como a cinco
o seis metros, está el Corral de los Lobos. En el lugar hay un panel
informativo al respecto, realizado sobre una losa de granito pulido, del que
tomo, con libertad, la información que va a continuación.
El lobo ha sido visto, desde antiguo, como
enemigo del hombre por su ataque a los ganados, fuente de supervivencia del
hombre. Por ello desde la Edad Media se han organizado batidas
y monterías para cazarlo existiendo, también, la figura del lobero,
al que se le pagaban compensaciones por cada lobo que cazaba.
Los corrales de lobos son el testimonio
histórico de una ingeniosa arquitectura rural y de la lucha contra el lobo a lo
largo de la historia. El corral que hay aquí, junto con el Pozo de las Nieves
que está un poco más abajo, constituyen un ejemplo de la lucha de la
supervivencia en el medio rural, motivo por el que el ayuntamiento de La
Garganta decidió su restauración.
Los corrales de lobos se construían casi
siempre en el paso natural del lobo y en sus rutas de movilidad. Éste se
encuentra en el Cordel del Berrocal, que comunica la Ruta de la Plata con los
agostaderos de la sierra, por tanto lugar de paso de los rebaños que también
frecuentaban los lobos.
Además se situaban próximos a los pueblos,
utilizándolos sobre todo en invierno, cuando la comida escaseaba en la sierra y
el lobo se acercaba a las poblaciones.
Este tipo de edificaciones estuvieron
activas, generalmente, hasta la primera década del siglo XX; sin embargo,
éste terminó por derrumbarse en los años sesenta y algunas piedras se
reutilizaron en una obra de la plaza de la iglesia, aunque permanecieron los
cimientos a partir de los cuales, y de la memoria de las personas mayores de La
Garganta, se pudo reconstruir el corral.
El Corral de los Lobos consiste en una
construcción cerrada de planta irregular, más o menos circular, de un diámetro
aproximado de 12 metros y perímetro de unos 50, ocupando una superficie de unos
200 m2. Las paredes tienen una altura entre 2 y 3 metros y están coronadas por
unas pesadas losas que sobresalen por el interior para impedir que el lobo
salte la pared desde dentro u huya. Su construcción era un ejemplo de trabajo
comunitario de los vecinos del pueblo.
El corral es una trampa pasivo, por lo que
había que engañar al lobo y conseguir que entrara. Con este fin se colocaba en
el centro carne, como cebo que atrajera al lobo.
Según recuerdan los mayores de La
Garganta había, además, una original trampa cuyo mecanismo no se conoce
con exactitud. Parece que en la parte alta del muro había una abertura que
terminaba en una tabla de madera con un resorte que hacía que se moviera como
un balancín, de modo que cuando el lobo pisaba allí se inclinaba con su peso y
caía al interior del corral, mientras que la trampilla de madera volvía a su
posición inicial, impidiendo así la salida del corral y dejando atrapado al
lobo.
Normalmente el cebo permanecía intacto
porque el lobo se percataba de la imposibilidad de salir y del estrés lo
abandonaba, tumbándose contra la pared esperando su fatal destino.
En el mismo panel se transcribe el Romance
de la Loba Parda, originario de Extremadura
y difundido a Castilla y León por medio de los ganaderos trashumantes, y del que existen numerosas versiones.
La escasez de alimentos en el invierno
obligaba al lobo a capturar animales domésticos. Con su astucia era capaz de
salvar los más inverosímiles obstáculos con tal de saciar su hambre, tal como
queda de manifiesto en este romance que revive el secular enfrentamiento
lobo-pastor.
En el romance se observa cómo el pastor
confía en su redil y cómo, después de examinarlo, la loba consigue apresar la
mejor de sus ovejas. Sólo cuando el hecho se ha consumado, el pastor decide el
ataque de sus perros, pero no antes. Asistimos a una especie de pacto e no
agresión entre el vigilante del ganado y la fiera. La ruptura del mismo trae
consigo la drástica respuesta.
Estando un pastor en vela
pintando la su cayada
vio de venir siete lobos
y en medio la loba parda.
— Loba parda no te arrimes,
no seas desvergonzada,
que tengo yo siete perros
y una perra sevillana
y un perro con unos hierros
que te irá a sacar el alma
— Esos siete cachorritos
y esa perra sevillana
y ese perro de los hierros
para mi no valen nada
que tengo yo mis colmillos
que cortan como navajas.
Dio tres vueltas a la red,
sacó una cordera blanca
hija de la manituerta
nieta de la maniblanca
— Arriba mis siete perros
y mi perra sevillana
y ese perro de los hierros,
a correr la loba parda,
si se la sabéis quitar
os daré cena doblada,
siete calderos de leche
y otros tanto de cuajada,
y si no se la quitáis
os daré de la cayada
Anduvieron siete leguas,
todas siete barbechadas,
y al llegar a un arroyuelo
la loba ya iba cansada.
— Y toma y toma y perritos,
vuestra corderita blanca,
sana y buena como estaba.
— No queremos la cordera
de tus dientes maltratada,
que queremos tu pellica
pal pastor pa una zamarra,
el rabo para correas
pa remendar la zamarra,
las pezuñas pa corchetes
para abrocharse las bragas,
las tripas para unas
cuerdas
para tocar la guitarra,
las orejas pa abanicos
para abanicarse el alma,
los dientes para una vieja
pa que roiga las castañas,
y el culo para un salero
para la recién casada.
Habiendo disfrutado de la vista de estas
maravillas y de las explicaciones que Vicente, de DIVA, nos dio en el lugar,
continuamos ya la bajada hacia La Garganta. Para ello hay que bajar por la
carretera y como a unos doscientos metros de la fuente, en una curva poco
pronunciada, hay que tomar un sendero que baja, a la derecha, adentrándose
entre los pinos. Allí mismo, a escasos metros, está el pozo de las nieves.
El pozo es un agujero profundo, redondo, con
las paredes hechas de grandes bloques de piedra hoy impregnados casi por
completo de musgo. Tiene unos diez metros de profundidad por siete de ancho.
José Luis Majada Neila, sacerdote, escritor,
periodista e investigador, fallecido en 2003 e hijo de La Garganta, publicó en
1970 su “Historia de la nieve de Béjar”,
de la se extraen las breves notas que figuran a continuación.
La nieve de estas serranías comenzó a valer
dinero en el siglo XVI, cuando comenzó a apreciarse el vino fresco, los
helados y los sorbetes de bebidas frías.
El 5 de octubre de 1733 el rey Felipe
V otorgó al Duque de Béjar, Don Juan Manuel Diego López de Zúñiga Guzmán
Sotomayor y Mendoza, y a sus sucesores, por Real Cédula, el dominio de estas
tierras y es a raíz de ellos cuando, aprovechando la falda umbría y el
ventisquero de esta montaña, se construyó este pozo de nieve, llamado Del
corral de los lobos, así como otro pozo cercano, el Pozo
de la barrera.
Cuando nevaba, los hombres de La Garganta a
los que se llamaba boleros, porque su trabajo consistía en hacer grandes bolos de
nieve para llevarlos al pozo. En los bolos hincaban un leño de roble
descortezado (al que llamaban pelao) y lo dejaban al aire libre
para que la helada de la noche lo endureciese. Convertida la nieve en hielo, el
bolo era llevado hasta el pozo con la ayuda del pelao y arrojado al pozo
y amazacotado con unos pisones grandes de madera. Sobre cada capa de nieve
apisonada, de medio metro
aproximadamente, se extendía una capa de paja trillada. La nieve quedaba
así depositada en grandes capas fácilmente separables unas de otras gracias a
la paja. Cuando se quería sacar, las capas se cortaban con la ayuda de hierros
o de cuás de madera, extrayendo el hielo en bloques que eran transportados para
su venta durante la noche y envueltos en helechos.
Algún autor afirma que la expresión limpia
de polvo y polvo y paja hace referencia a la necesidad de quitar ambas
cosas para la presentación y venta del hielo en los mercados, una vez que salía
del pozo.
Los escasos metros que separan el pozo del
pueblo son de una pendiente pedregosa y bastante pronunciada, por lo que
conviene bajarla con cuidado.
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