viernes, 17 de abril de 2015

Marruecos: Cáceres a Algeciras

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El Club Senderista La Vereína, al que me honro en pertenecer no “organiza”, pero sí sugiere, o indica de vez en cuando la posibilidad de participar en alguna actividad turística y senderista organizada por terceros.
Este año avisó, en los primeros días de febrero, de la disponibilidad de unas veinte plazas para hacer unas rutas por las montañas del Rif y, en concreto, en el Parque Nacional de Talassemtane de Marruecos del 2 al 5 de abril.
Ni que decir tiene que se cubrieron todas las plazas, una de las cuales tuve la fortuna de ocupar, por lo que el 1 de abril, en plena Semana Santa, cada uno de los participantes se desplazó desde el lugar donde se encontraba hasta Algeciras. La idea era hacer noche allí para tomar, al día siguiente, el primer ferry que saliera (8,30 de la mañana) con destino a Ceuta para continuar, desde allí, vía Tetuán a Chefchaouen, ciudad donde pernoctaríamos todos los días.
En esta ocasión me tocó viajar “de señorito” pues me recogieron en casa dos compañeras de viaje para ir a Zafra y allí nos pasamos al coche de otro matrimonio amigo para ir los cinco hasta Algeciras. Esto nos permitía dos cosas: viajar en excelente compañía y abaratar costes de gasolina.


El viaje discurrió sin novedad (gracias a Dios) y poco antes de llegar a Tarifa, a la altura de la Ensenada de Valdevaqueros, vimos un buen número de cometas hinchables de gente que practicaba kitesurfing o flysurf. A todos nos llamó la atención y, no se a los demás, pero a mí, que soy más de tierra adentro que los Llanos de Cáceres, aquello me resultó un tanto “exótico” por lo que sin bajar del coche, eché cámara al ojo y disparé sin mayor preparación.


A eso de las 20,15 entrábamos en Algeciras, quedando a nuestra derecha ese trozo de piedra rodeada de un amplio terreno robado a España por la Pérfida Albión.



Para hospedarnos habíamos optado, para todos los del grupo, por el hotel Reina Cristina, de la cadena “Hoteles Globales”. Por un lado por su proximidad al Puerto, lo que nos facilitaba ir con el equipaje andando al ferry al día siguiente y, por otro, porque nos posibilitaba dejar los coches allí aparcados (sin coste alguno) durante nuestra estancia en el Otro Continente, pudiendo recogerlo a la vuelta.
Las instalaciones del hotel amplias, bien dotadas y limpias y el desayuno (incluido en el precio), abundante y apetitoso, como pudimos comprobar a la mañana siguiente.




Antonio propuso ir a tomar algo, en plan cena de tapas, pasando por el Puerto, al objeto de tener localizado el más cercano y cómo punto de acceso y así lo hicimos.
Bajamos, ya anochecido, por el Paseo Conferencia hasta la rotonda del Capitán Ayala.


y desde allí caminamos hasta la Plaza de San Hiscio, donde el Paseo cambia su nombre por Avenida de la Marina. Allí, delante de nosotros, la preciosa calle Juan de la Cierva, con sus palmeras y una cuantas piedras, vestigio de la antigua civilización que habitó esta ciudad.





Dándonos un paseo y con la pretensión de encontrar un sitio donde tomar algo, continuamos caminando por la Avda. de la Virgen del Carmen, a la vista del Puerto, hasta que nos percatamos que debíamos girar a la izquierda para subir más al centro. Un amable guardia urbano nos sugirió subir por la calle Trafalgar con dirección al Ayuntamiento, lo que hicimos.
Enseguida nos encontramos en una muy bulliciosa calle Alfonso XIII, especial animada por la concurrencia de gente para presenciar los desfiles procesionales.



Decidimos deambular por la calle a la busca de algo que comer y llegamos hasta la confluencia con la avenida de Blas Infante, donde hay un parque con árboles. Allí, en un bar que hace esquina, pudimos tomar unas cervezas y unas tapas que no supieron a gloria.



Repuestos, retomamos el camino más directo para regresar al hotel, volviendo por la calle Alfonso XIII hasta la Plaza Alta, donde pudimos contemplar la fachada de la Capilla de Nuestra Señora de Europa.


Desde allí, cansados y teniendo en cuenta que debíamos madrugar, regresamos al hotel.

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