viernes, 28 de marzo de 2014

Ruta de los dólmenes – Introducción

Creo que si hay algo escandalosamente desconocido en Extremadura son los dólmenes existentes por los alrededores de Valencia de Alcántara. Monumentos funerarios que cuentan con unos 5.000 años de antigüedad y que, tanto por su número (se conservan 40, de 55 catalogados) como por su estado de conservación deberían ser objeto de visita, al menos, de los que somos y vivimos en Extremadura.


La primera alusión a estas construcciones megalíticas se remonta a 1763 y aparece en la “Crónica General de la Orden de Alcántara” de Fray Alonso de Torres y Tapia que, refiriéndose a Valencia de Alcántara, dice: “Véanse también en su contorno unas antas (así las llaman sus naturales) o losas hechas de propósito de piedra barroqueña bruta: de cuatro se formaba una como capilla o cueva que cubre otra y dicen que eran estas aras o altares donde ofrecían sacrificios a los dioses según la costumbre de los gentiles”.
Esa denominación de “anta” es el nombre que a los dólmenes se le da en Portugal y, hasta finales del siglo XIX, también en toda la franja española próxima a nuestro país vecino.
En al Diccionario de Madoz se dice que: “una gran porción de antas o capillas votivas a Júpiter tonante diseminadas por el campo, de ellas varias en pié, destinadas hoy a chozas o zahúrdas: compónense de tres o cuatro enormes piedras en forma piramidal en las cuales se apoya otra que sirve de techo”.


Los dólmenes eran, en realidad, los mausoleos del período calcolítico en los que se enterraba a los difuntos de especial alcurnia. Junto a los cadáveres, como en otras culturas, se colocaban los utensilios que usaron en sus vidas (flechas, raspadores, hachas, ídolos, vasijas de la cerámica y otros útiles personales) ya que pensaban que podrían serles necesarios en otra vida.
Muchos han sido los arqueólogos, historiadores y aficionados que han escrito referencias sobre estos gigantes sepulcros, alarde en esa época, ya que la divulgación a todos los niveles no se llegó a realizar hasta 1991, año en que se editaron folletos, estudios y se procede a una catalogación como es debido.


Según nos cuenta Elías Diéguez Luengo, historiador local, los dólmenes de Valencia de Alcántara venían siendo mencionados desde el siglo pasado y aunque J. R. Mélida (1924) hizo algún trabajo, podemos considerar que las excavaciones científicas, se empezaron en 1961. Las dirigió María Rosa Donoso, auxiliar del profesor Martín Almagro y los resultados fueron publicados en un folleto titulado “Megalitos de Extremadura”.
También el profesor Viñas y su esposa realizaron otra excavación. Más tarde Elías Diéguez (1976) y Gonzalo Muñoz fueron entusiastas investigadores de los mismos.


En 1980, el área de Prehistoria de la Universidad de Alcalá de Henares, representada por la profesora Primitiva Bueno con colaboradores de la Universidad de Extremadura, comenzó a tener contacto con esta realidad arqueológica. El descubrimiento del poblado amurallado del Jardinero datado en los siglos III-IV a.d.C. permitió conocer la población que había realizado estos sepulcros o por los menos la relación que éstos tenían con sus habitantes. Todo el material que se extrajo en las excavaciones está actualmente en el Museo de Cáceres.
Los 55 dólmenes catalogados a que me refería más arriba, son los siguientes:
Confeccionados en granito:
1.- Lanchas I
2.- Lanchas II
3.- Fragoso
4.- Changarrilla
5.- Corchero
6.- Huerta de las Monjas
7.- Tapada del Anta
8.- La Miera
9.- La Barca
10.- Tapada del Puerto o Puerto de Caparrosa
11.- El Palancar
12.- Zafra I
13.- Zafra II
14.- Zafra III
15.- Zafra IV
16.- Tapias I
17.- Tapias II
18.- Data I
19.- Data II
20.- Mellizo o Anta de la Marquesa
21.- Cajiron I
22.- Cajiron II
23.- La Morera
24.- Carral Valbon I
25.- Carral Valbon II
26.- Huerta Nueva (antes Huerta del Látigo)
27.- San Antón
28.- Torrejón
29.- Tiracalzas
30.- Chaves I
31.- El Caballo
32.- Huerta del Látigo
Confeccionados en pizarra:
33.- Terrías
34.- Porqueros I
35.- Porqueros II
36.- Porqueros III
37.- Bórdalo
38.- Palomares
39.- Fuente de las Yegüas
40.- Cuadrillas de la Duques
Catalogados, pero desaparecidos:
41.- Zafra V (antes Calleja de D. Pedro)
42.- Porqueros IV
43.- Porqueros V
44.- Quinto de las Yegüas
45.- Vihuela I
46.- Vihuela II
47.- Cotadilla I
48.- Cotadilla II
49.- Cotadilla III
50.- Cotadilla IV
51.- Cancho del Lobo
52.- Fraguil
53.- Camino del Cortiñal
54.- Anta II
55.- Chaves II
Los dólmenes han sido agrupados de modo que puedan visitarse en seis rutas principales y cinco secundarias. Las principales se encuentran en los alrededores de Valencia de Alcántara; las rutas 7, 8 y 9 en las cercanías de Santiago de Alcántara y la 10 y 11 en las cercanías de Cedillo.
Ruta 1 - Tapias
Ruta 3 - Lanchas
Ruta 6 - Huerta del látigo
Ruta 7 - Era de La Laguna
Ruta 8 – Garrapatas
Ruta 9 - Cuevas y pinturas
Ruta 10 – Joaninha
Ruta 11 - Era de La Regañada
Hasta este momento yo he visitado tres de las rutas (2, 4 y 5). Es de destacar el esfuerzo de señalización que se ha llevado a cabo pero resulta obvio desde todo punto de vista que la señalización se ha realizado quizá por técnicos en turismo pero absolutamente profanos en lo que al senderismo se refiere ya que resulta, en algunos casos, casi imposible localizar el lugar exacto en que se emplazan los dólmenes o, en su caso, menhires.
No estaría de más que, con un pequeño esfuerzo complementario, se encargase a algunos de los magníficos Técnicos en Senderos con que contamos en nuestra Comunidad, o a la propia FEXME (Federación Extremeña de Montaña y Escalada), la elaboración de unas rutas senderistas que propiciasen la multiplicación de visitas y un mejor conocimiento del rico e inmenso patrimonio que son estas catedrales del pasado.


LA CONSTRUCCIÓN DE UN DOLMEN
Inserto a continuación una parte de un trabajo que describe e ilustra el proceso de elaboración de un dolmen. (Tomado de El dolmen de Lácara”. Juan Javier Enríquez Navascués. Editora Regional de Extremadura. Gabinete de Iniciativas Transfronterizas. Págs. 23-25).
La construcción de un dolmen suponía un considerable esfuerzo de carácter colectivo, dado el nivel tecnológico del que disponían las comunidades neolíticas y también su estructura social. Las operaciones que había que desarrollar conllevaban un trabajo largo y pesado, en el que debía intervenir una considerable mano de obra bien estructurada, porque el esfuerzo físico a realizar era importante y su buena organización y planificación algo fundamental.
Los pasos básicos era cortar la piedra en los afloramientos que servían de cantera, tallar los bloques extraídos para ajustar la forma y medidas deseadas, transportar las piedras hasta el lugar elegido y por fin colocarlas tras haber preparado el terreno para ello. En diversas partes se han hecho ensayos sobre cómo se construía un dolmen y también numerosos cálculos del número de horas de trabajo y mano de obra precisa para trasladar los bloques y colocarlos. Cualquier estimación general es difícil ya que cada caso es distinto en función de la distancia de la cantera, número de bloques, peso y medida de éstos y características del lugar en que se ubica el sepulcro megalítico. En cualquier caso como mínimo serían necesarios de 20 a 200 hombres trabajando a la vez para que las operaciones fueran rentables.


Normalmente para obtener la piedra se aprovechaban las grietas ya existentes en los afloramientos, donde a base de cuñas de madera seca, odres de cuero o piel llenas de agua, a veces mechas de cuero, hachas de piedra y percutores, se ensanchaban las fisuras para marcar las superficies de fragmentación. Luego la alternancia de fuego y agua, los cambios térmicos, la acción de cuñas, etc. producía el resquebrajamiento de la piedra, hecho éste que según las condiciones podía ocurrir en pocos días e incluso en pocas horas, según las condiciones ambientales, geológicas y tecnológicas.


Una vez que los bloques habían saltado, eran tallados con utensilios de piedra hasta obtener la forma y el tamaño adecuados. El traslado podía hacerse con trineos, pero parece que fue más habitual la tracción humana ayudada por el deslizamiento sobre rodillos de troncos de árboles y sogas atadas a la piedra para el tiro. En ocasiones se acondicionaban las irregularidades del terreno para facilitar el transporte.


La colocación de los ortostatos o losas exigía de fosas de cimentación previamente efectuadas, donde con cuñas y palancas de madera se imbuían las piedras y enseguida se entinaban para sujetarlas. Luego estas fosas se llenaban con piedras pequeñas y tierra, mientras los ortostatos se calzaban con piedras medianas, cubriendo luego todo con tierra.


En los dólmenes más característicos del área alentejano extremeña el primer ortostato en colocarse era el de la cabecera, que se situaba frente a la entrada de la cámara. Suele ser el de mayores dimensiones. Luego se colocaban los de los lados apoyados unos en otros hacia el interior, de tal manera que el central recogía parte de la carga de todos los demás. Muy a menudo por el exterior se colocaban piedras de refuerzo.


Los corredores, que en la zona son estrechos y más bajos que la cámara, constituían el paso siguiente, con sus ortostatos también fijados en fosas de cimentación y calzados con piedras pequeñas.


Los túmulos se levantaban en último lugar, con una estructura interna que suele tener cierto grado de complejidad, con refuerzos y anillos de piedra que contenían las piedras sueltas y apelmazan las mismas. Por el túmulo se accedía a la colocación de la piedra horizontal que servía de cubrición a la cámara.
En Europa se conocen más de 50.000 sepulcros megalíticos de distinta tipología, que cubren cerca de 2.000 años. Pero este número de sepulcros, por alto que pueda parecernos en principio, pone de manifiesto que si se utilizaron a lo largo de unas 80-100 generaciones, sólo unos pocos individuos se enterraron en ellos a pesar de su carácter colectivo, de su monumentalidad y del considerable esfuerzo y número de personas que intervinieron en su construcción.



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