lunes, 4 de noviembre de 2013

Laguna de los Caballeros (Gredos)


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Organizada por el Club La Vereína y realizada el sábado 22 de junio de 2013.
Aunque las previsiones iniciales era que hiciera fresco durante la ruta, la realidad es que tuvimos un día de sol espléndido y mucho, mucho calor. Tanto que, a pesar de no ser una ruta de un esfuerzo excesivo (900 metros de desnivel en 12,5 kms.), a mi personalmente me resultó más dura que lo que un trayecto de estas características suele resultarme. Quizá estaba un poco desfondado.


Dado que la ruta se ubica en la provincia de Ávila, salimos de Cáceres a las 7,45. Fuimos con el autobús hasta El Barco de Ávila y, desde allí, pasando por Navalonguilla hasta Navalguijo, punto de partida y regreso.
Como habíamos parado a desayunar, no nos pusimos en marcha hasta las 10,30, con el sol ya atizando.




Navalguijo es una localidad con escasos 100 habitantes y una arquitectura popular de la serranía de Gredos.




Al salir de Navalguijo, la Cumbre del Rayo y el Picario quedan frente a nosotros.


Enseguida atravesamos una breve zona boscosa, al pasar por la Garganta de la Lanchuela, donde encontramos en Arroyo de las Malezas.



Y muy poco más allá, por el paraje denominado “El Frontón”, unos estupendos pinares.



Cuando llevamos andados poco más de 2 kilómetros, al coger un poco de altura en la falda de los Huertos del Monte, vemos detrás de nosotros, al pie de los Riscos Blancos, Navalonguilla, a la que vamos a perder enseguida de vista.


En este punto alcanzamos la Garganta de los Caballeros, que queda a nuestra izquierda y que vamos a seguir hasta llegar a nuestro destino.
El Riscazo, también a nuestra izquierda, yergue soberbio toda su dureza.


La vegetación se ha vuelto escasa. Jaras, tomillos, algunos cantuesos y muchas piedras. Y los montes de Gredos a ambos lados del camino. No estoy acostumbrado a estos parajes, que me resultan bonitos.



Una pequeña pradera nos anuncia que estamos llegando a la Chorrera del Lanchón, que cae a nuestra derecha.




El Pico de la Camocha, a nuestra derecha, levanta imponente su mole pétrea y, como para compensar tanta dureza, entre sus piedras asoman las aguas del Arroyo del Horco.



Desde hace ya un buen rato la piedra se ha hecho camino. Dura, a veces incómoda y en algunos momentos peligrosa ante un mal paso que pudiera provocar algún percance.




El calor atiza. Son las 12; hace hora y media que comenzamos a caminar y llevamos recorridos unos 6 kilómetros. En este momento todavía no ha habido que hacer apenas esfuerzos de subida.


El Arroyo de los Caballeros traza su curso, en algunos momentos, sobre la misma roca.



El camino, empedrado con grandes rocas, presenta ahora una subida un poco más intensa, justo en el momento en que pasamos junto a una zona en que el Arroyo se hace más ancho.


Algunos pilones de aguas profundas junto con unas pequeñas cascadas me provocan de tal modo que me aproximo lo más que puedo al curso del agua para poder fotografiar mejor.




Me he detenido demasiado tiempo, por lo que tengo que subir de nuevo al lugar por donde discurre el camino. El calor aprieta, y mucho, y mi esfuerzo me pasa factura. La respiración se acelera y el cansancio comienza a hacer acto de presencia.



Llevamos recorridos 7 kilómetros. El repecho que acabamos de subir, junto al calor, a algunos nos ha dejado cansados. Una “parada técnica” nos ayuda a recuperar el aliento, momento que aprovechamos para hacernos una foto juntos  el grupo de los que ya no vamos a cumplir 60.


Retomamos el camino para encontrar, en un pequeño llano al que llaman “Las LLanaíllas”, un rústico refugio con forma de chozo de piedra cubierto el tejado por retama seca.



Y un poco más allá, lo que queda de las antiguas minas de blenda. Un poste indicador, cuatro paredes y restos de la antigua maquinaria usada en la industria minera.





Durante un rato el sendero es pura piedra. Hay que atravesar el Arroyo al otro lado, para continuar por aquella orilla durante un buen rato.




A lo lejos divisamos ya el final de nuestro camino, pero aún nos queda una dura subida, pedregosa que a mi, y a algún otro compañero, nos fatiga de modo notable.




Alcanzamos una pequeña pradera y, en ella, el refugio de los Malacatones, en muy buenas condiciones. Ahora está vacío pero cuando regresamos por la tarde encontramos en él a cuatro chicos que van a hacer noche en el lugar.



A nuestra vista quedan ya el Alto de la Cruceta, el Juraco y la Covacha y, a sus pies el glaciar en el que está la Laguna de los Caballeros que no quedará a nuestra vista (para la desesperación de algunos) hasta que no estás encima mismo de ella. Resulta curioso mientras caminas en su busca: sabes que está ahí, pero resulta completamente imposible divisarla, lo que resulta un poco frustrante.



Por algunas de las paredes del circo el agua baja, rauda, de los neveros.


A estas alturas voy francamente cansado. He tenido que parar tres o cuatro veces para coger un poco de aire. Camino completamente solo los últimos trescientos o cuatrocientos metros. He perdido de vista a mis compañeros que, seguro, ya han llegado.
Finalmente, tras un pequeño repecho, la dichosa Laguna de los Caballeros queda a mi vista. Solo contemplarla (y a los Vereínos tirados en la hierba comiéndose el bocata), me da nuevos bríos, por lo que acelero el paso con la intención de descansar también yo todo lo que pueda.





Como han hecho los demás, me descalzo y, tras estar tirado un buen rato, meto los pies en el agua helada. Y pido que me hagan una foto, para que quede constancia que también yo fui capaz de llegar (hecho polvo, sí, pero llegué). “Aquí estoy yo”, parece que digo.


El circo es impresionante, cerrado por los picos Juraco, Cerrojillo y Risco de la Ventana.
Como he llegado el último, solo puedo disfrutar del descanso veinticinco minutos. Son poco más de las tres de la tarde y tenemos que regresar.
El retorno se me hace fácil: todo es cuesta abajo. El camino es tan pedregoso como al subir, pero cuesta abajo.
Curiosamente, a algunos compañeros se les hace difícil caminar deprisa a pesar de ser cuesta abajo por el hecho de haber tanta piedra. A mi no me cuesta apenas. El haber conseguido llegar parece que me ha animado, por lo que ahora marcho a buen ritmo por el mismo camino por el que vinimos antes.
Cuando llegamos a Navalguijo nos encontramos la sorpresa de que no hay ni un solo bar, por lo que nos conformamos con descansar a la sombra del autobús esperando que lleguen los más rezagados.
Ha sido una ruta bonita, pero dura, al menos para mi.


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