domingo, 29 de septiembre de 2013

Arrabal de las Zamarrillas


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Organizada por el Club Senderista Michaelus y realizada durante la mañana del 22 de septiembre de 2013 por un grupo de casi sesenta senderistas.
Mañana bastante calurosa para una ruta que discurre, en su integridad, por una zona absolutamente seca en estas fechas y sin ningún tipo de masa arbórea que permita cobijarse mínimamente.
La ruta es fácil, por terreno llano en toda su extensión como lo prueban los escasos 80 metros de desnivel existentes. Así lo ratifica también el que la ruta tenga un desnivel acumulado de subida de 192 metros y de 117 bajando.

La ruta se hizo soportable, de un lado por el extraordinario buen ambiente que Emilio González y Juan Valadés, responsables del Club, saben dar a los encuentros que organizan. También por la belleza del Arrabal de Las Zamarrilas que era el objeto principal de nuestra marcha y que constituyó un deleite para todos, así como por el hecho de que, al no ser larga (9,8 kms), pudimos llegar a Torreorgaz sobre las 13 horas y refrescarnos, por dentro y por fuera, adecuadamente.
Salimos de Cáceres en autobús a las 8,30 para desplazarnos hasta la cabecera del Pantano de Valdesalor, de donde partía la ruta. El autobús fue hasta Torreorgaz por la EX-206 y desde allí hasta el Pantano. Se hizo así y no directamente por la carretera de Sevilla a Valdesalor y, desde allí, al pantano en cuanto el acceso de un bus resulta muy dificultoso (en algún tramo casi imposible) si se toma la estrecha carretera que parte del pueblo que lleva el mismo nombre que el pantano.

Se parte justo de la rotonda existente delante de la cabecera del pantano para tomar, durante poco más de un kilómetro, la carretera que lleva a Valdesalor.
Al llegar a la altura del acueducto existente en el lugar, veremos que existe un camino justo al otro lado. Se puede acceder a dicho camino por dos o tres sitios.


Durante unos metros vamos por el camino, en dirección contraria al que traíamos, hasta que tenemos enfrente las Casas de la Torrecilla, donde el camino gira a la izquierda.


Ya desde antes de este punto ha comenzado a quedar a la vista, en lo alto y a nuestra derecha, las ruinas del Castillo de La Torrecilla de Lagartera, del siglo XIV, que conserva en su torre las almenas defensivas desde las que se dominaba (y aún hoy lo hace) el río Salor y los caminos de acceso de los alrededores.

Desde este punto, y mirando en dirección a Cáceres, nos quedan a la vista todo el sistema de cerros existentes en esta zona, desde el Risco de Sierra de Fuentes (a la derecha de a foto), hasta el Alcor de Santa Eulalia (en el extremo izquierdo). Señalo lo más relevante.
Trescientos metros más allá de la Casas de la Torrecilla, una cancela en el lado izquierdo del camino nos permite acceder a la finca en la que se ubica el Castillo de La Torrecilla de Lagartera, cuya origen se remonta al siglo XIV.

Según nos vamos acercando a la pequeña cuesta que nos lleva al Castillo, Emilio González me llama la atención a los restos del empedrado que una vez existió aquí, así como del borde izquierdo del camino, perfectamente delimitado en algunos puntos por grandes piedras perfectamente alineadas.
El Castillo, desde el lugar por el que accedemos, presenta tres grandes cuerpos: en el centro la Torre fortificada con sus almenas y a sus lados otra dos construcciones adosadas. La más próxima al repecho por el que subimos tiene la puerta de acceso y lo que debió ser una sala noble. Al otro lado de la torre, visible con más dificultad desde abajo, otra construcción de menos empaque.

Me ha resultado curioso observar que las vistas aéreas de este Castillo nos muestran unas construcciones semicirculares en el lateral que da al río. Confieso que no fui consciente de dicha forma mientras estuvimos pateándolo. Solo para ilustrar lo que digo, esta imagen tomada de internet.

El castillo es una ruina, pero algunos detalles de lo que queda denotan el buen gusto de quien lo construyó o habitó: puertas de paso, ventanas con asientos laterales, para contemplar el paisaje, estancias amplias…





Y no puedo dejar de citar las balconadas, de las que ahora no queda más que la base, desde las que tendría que haber, en su momento, unas estupendas vistas sobre el río.


Al abandonar el castillo no pudimos dejar de comentar sobre la sequedad del campo, sobre todo al rememorar las lluvias del invierno pasado y la abundancia de hierba por doquier.
Como es lógico a la época, final del verano, el campo aparecía seco, presentando un intenso color dorado, y en los laterales del camino abundaban las zarzas repletas de bayas de moras, ya en un punto de madurez que varios senderistas hicieron acopio de las mismas para comerlas. Algunas encinas presentaban ya hermosas bellotas, aún faltas de madurez.





Tras volver al camino, dejando cerrada la cancela de acceso al castillo, recorremos unos seiscientos metros antes de llegar a una gran nave, a nuestra derecha, que debió funcionar (quizá aún lo haga) como secadero. Y desde una casetilla ubicada a la izquierda, unas ovejas se resguardan del sol, que ya empieza a apretar, mientras nos miran pasar.



En el kilómetro siguiente el camino hace un zigzag: primero un giro brusco, de 90º a la derecha y quinientos metros más allá otro similar a la izquierda. Y enseguida nos topamos, a nuestra izquierda, con lo que fue la Iglesia de Nuestra Señora de la Esclarecida, cuya construcción se mantiene, exteriormente, en bastantes buenas condiciones aunque su interior, al parecer, está ahora dedicado a labores agropecuarias.
Alfonso Callejo Carbajo tiene publicado un magnífico (como todo lo que hace) artículo sobre el arrabal de las Zamarrillas en el que alude a esta Iglesia. A dicho artículo me remito para quien quiera tener detallada información. Como es mi amigo, me permito tomar del citado artículo todo lo que me apetece en referencia al arrabal y a la Iglesia para ilustrar esta crónica declarando, como hago, que todos los datos que doy son originales suyos.
La parte central del cuerpo exterior de la Iglesia conserva aún sus primitivos contrafuertes, siendo el ábside pentagonal de sillares bien labrados lo mejor conservado. Parece que el cementerio del poblado estuvo situado junto al ábside, como lo prueban los restos que han aflorado allí a consecuencia de los trabajos agropecuarios.


La Iglesia cuenta con un pórtico en el que vemos los restos del atrio sin techar, con cuatro arcos de frente por uno de fondo.




Al otro lado del camino y en lo alto, el Arrabal de la Zamarrilla, al que se accede por un camino, un tanto desdibujado a consecuencia de la vegetación, ahora seca.

Al acceder al conjunto de construcciones, a la izquierda una casona alta, que debió tener en su día, como mínimo, dos plantas. El tejado original ha desaparecido habiéndosele dotado ahora con un tejado de uralita del que, parte, también se ha perdido. Como carece de puerta, pude acceder al interior. En la pared izquierda, la que mira a la iglesia, y en la parte alta, los restos de lo que debió ser, en su día, una gran chimenea, o una balconada, no lo sé. No tiene pinta de que se tratara de un acceso. Tiene un arco de piedra magnífico.


En la misma pared en que está la puerta, cuatro huecos de luz. El que está encima de la puerta no tiene mayor mérito, pero los otros tres me llamaron la atención. De ellos, el más pequeño es muy estrecho y curiosamente rematado por fuera. Los otros son ventanas con esos asientos laterales que tanto me gustan y tan buenos recuerdos de mi niñez me traen.


Y en la pared de enfrente a la puerta, dos ventanas, una de las cuales fue tapiada hace tiempo. La otra, también con sus asientos laterales.

La puerta, que en su día debió ser de buen tamaño y rematada en arco, ha sido posteriormente reducida en su tamaño, tapiándose la parte en arco y ajustándose a una dimensión estándar.

Pocos metros más arriba, en una explanada, encontramos a nuestra derecha la casa principal de este “arrabal”; es el palacio o “Casa de los Muñoces”, habitada, según cuenta Alfonso Callejo, hasta hace pocas décadas. Parece que todo su interior estaba amueblado, con televisores y demás y que los amigos de lo ajeno lo han desvalijado, impunemente, por completo.


En la fachada, debajo del balcón principal, tiene un escudo serigrafiado con las armas de Ovando-Ulloa en pésimo estado de conservación y en los laterales de la puerta antiguos bancos de piedra que debieron ser disfrutados por los moradores de la casa en las noches de verano.


La casa tiene tres plantas y su interior está de pena, aunque en se nota que debió tener mucha vida en mejor época. Y cuenta con algunos detalles preciosos.






Desde algunas de sus ventanas y balcones queda a la vista el antiguo poblado, hoy desierto.


Saliendo de la casa, a la derecha, una antigua dependencia alargada, de techo bajo actualmente ruinoso, cuenta con tres preciosos arcos de ladrillo y tiene dos abrevaderos que recorren la nave a lo largo y en toda su extensión



Junto a los abrevaderos, en otra dependencia carente por completo de techo, se alinean junto a la pared alrededor de una docena de antiguos abrevaderos redondo, labrados en granito, y cogidos entre sí y a la pared con cemento.


Justo al otro lado de la casona, el que da al norte, a la altura del segundo piso hay un escudo de granito enmarcado por un alfiz. Según Alfonso Callejo, en el trabajo al que antes me refería, es del siglo XVI y ostenta las armas de Ovando, Ulloa, Mogollón y Carvajal.

Para ver el escudo hay que meterse en una callejuela existente entre la Casa y lo que debieron ser humildes aposentos del servicio. Algunos de ellos son accesibles, al tener las desvencijadas puertas abiertas. Una de las casas tiene, junto a la puerta, un antiguo banco de granito que debió dar un merecido descanso a sus habitantes que, a buen seguro, disfrutaron más que los nobles los que están a la puerta de la casa noble.
En el extremo de la calleja, detrás de la última casa, me llama la atención una gran piedra de granito en la que se ha labrado un cuadrado de algo más de un metro de lado. Imagino que sería para colocar algo pero, vete tú a saber.



En un promontorio cercano a la casa, existen unas ruinas de lo que debió ser un castillo mucho tiempo atrás y del que se tienen noticias de que ya estaba en ruinas a finales del siglo XVIII.
Cuando me dirijo hacia el castillo, un bonito arco en ladrillo queda a mi izquierda. No me resisto a fotografiarlo, con la Iglesia al fondo y bajo él.

De lo que fue el castillo no quedan más que ruinas.




Una de las personas que viene en la ruta me llama la atención sobre una dependencia que, al parecer, fue capilla en el castillo. Las trazas avalan la afirmación y parece que el techo bien pudiera haber sido una cúpula.


Terminada la visita, nos reagrupamos a la sombra del primer edificio que visitamos. El sol aprieta fuerte y la sombra apetece.

Cuando regresamos al camino yo opto por hacerlo a través de lo que fue la única calle existente en este arrabal.


Enfilamos hacia Torreorgaz. El sol cae a plomo y los árboles que puedan dar un poco de sombra brillan por su ausencia. El pueblo está a poco más de cuatro kilómetros. A nuestra izquierda, a lo lejos, el Risco de Sierra de Fuentes.

Ya próximos al pueblo, dos pozos. Primero uno con brocal redondo. Alguien ha sacado agua que ha vertido en una vasija de plástico. Varios de los caminantes aprovechan para refrescarse.


Un poco más adelante otro pozo, este cuadrado.


Entramos en el pueblo con ganas de refrescarnos y, pasando junto a la Iglesia de San Pedro, nos dirigimos, por la calle Trujillo hacia la carretera de Cáceres. Allí, en uno de los bares próximos a dicha carretera y al crucero existente al final de la misma, damos por concluida la ruta sobre la 1 de la tarde.


2 comentarios:

  1. Me encantan tus reportajes de rutas, Teo. Sigue compartiendo este buen hacer con el resto. Gracias.

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  2. Un extraordinario reportaje fotográfico, lleno de sensibilidad y ... poesia... el que no ha hecho esa ruta queda convencido de que tarde o temprano terminará visitando esas piedras.... gracias Teo

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