sábado, 4 de mayo de 2013

Caminos de Guadalupe. Camino Visigodo 2: Almoharín-Alcollarín

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He pasado una noche de perros. La caída que me di antes de ayer, domingo, haciendo la ruta de Alfonso Onceno (Navezuelas – Guadalupe) no quiere que la olvide. No me rompí ninguna costilla pero, mire usted, como si hubieran sido tres o cuatro: es apoyar la espalda en cualquier sitio y como si tres cuchillos se me clavaran debajo y al lado de la tetilla derecha. Como le decía a Pepe esta mañana, será cuestión de dormir de pie.
Bromas aparte, nos hemos levantado al aviso del despertador, a las siete en punto. Como anoche fuimos un poco salvajes y vaciamos las mochilas dejando todo manga por hombro, nos hemos demorado algo en poner todo en orden y, tras desayunar con lo que las propietarias de la Casa Rural nos han dejado, hemos iniciado la marcha a las 8,15. Y ello con el propósito de ser mañana algo más madrugadores.


De camino hacia la salida del pueblo pasamos por delante de una ermita dedicada a la Virgen de Sopetrán, Patrona de Almoharín. No podemos, claro está, dejar de llevarnos en la cámara su recuerdo.



Enfilando ya el Camino de las Zorreras nos topamos con el Crucero de la Vega. A mi, personalmente, me interpelan con fuerza estos símbolos de piedad popular hoy en desuso, pero que forman parte de nuestra historia y son indicativo de la actitud con que, en otros tiempos, se salía a los caminos o se retornaba de ellos. Con frecuencia eran objeto de breve oración para suplicar amparo ante los peligros del camino incierto que se comenzaba o para dar gracias por culminar con éxito del que se regresaba.


Bastante más moderno, el Parque dedicado a la Constitución Española con motivo de su 25 aniversario. Junto al mismo, preciosos abrevaderos y lavaderos de piedra que sirven ahora para el juego de los críos pero que antaño fueron de inestimable utilidad.



Apenas recorridos 600 metros pasamos junto a la Charca del Tejar que, como todas, está de agua hasta rebosar.


Y ya en ruta, sobre algunos postes de hormigón, nidos de cigüeñas que, a estas horas tempranas, contemplan desde sus camas el paso de los dos madrugadores peregrinos.



La visión de la magnífica dehesa que nos rodea no solo nos solaza, sino que sentimos que llena de fuerzas nuestros cuerpos para acometer los casi 40 kilómetros que vamos a recorrer en esta jornada. A estas horas de la mañana, con el sol en nuestros ojos y las largas sombras de las encinas jugando con la hierba y las flores, caminar por el campo es un regalo que bien quisiéramos, comentamos, que pudieran disfrutar todas las personas.



En un recodo del camino encontramos una señal de “precaución obras” que primero nos sorprende y luego nos divierte. Pensamos que, como vamos “en el coche de San Fernando”, debemos tener cuidado. Suponemos que puede tratarse de algún bromista, o de alguna señal olvidada por alguien y seguimos el camino pues nada sugiere que la señal tenga sentido aquí, en medio “de la nada”.



Sin embargo, un poco más allá, la extrañeza y diversión aumenta pues otra señal indica “prohibido circular a más de 30 por hora”. Le digo a Pepe, que va delante de mi, que frene un poco, no nos vaya a salir la Guardia Civil y nos multe por exceso de velocidad. Tenemos ganas de juerga y cualquier motivo nos anima al comentario divertido.


Pocos metros más allá una tercera señal nos indica que no debe ser broma. Y según continuamos avanzando por el bonito callejón que recorremos comenzamos a escuchar, pero muy lejos, ruido de máquinas. Efectivamente parece que pueden haber obras un poco más adelante.


De improviso, tras un giro de 90º que hace el camino, nos encontramos con un monstruo de hormigón. El camino está, literalmente, cortado por la construcción de un canal de agua. Los responsables de la obra no han tenido la previsión de facilitar el acceso a los que podamos llegar por el camino. Se ve que en el lugar habrá, en su momento, un puente para salvar el canal. El puente ya está hecho, pero para acceder al mismo el desnivel es de algo más de un metro. Pepe, más atlético que yo, lo sube en un plis plas. Yo y mis doloridas costillas nos aprovechamos de la mano que me echa mi hermano para subir.





Después he sabido que ese es el canal por el que discurrirá el agua que salga de la presa del río Búrdalo, comenzada a construir en 2010 y que tiene prevista su finalización este año de 2013.
Según datos que recojo, la presa tendrá un volumen de 80 hm3, tratándose de una de las que llaman “de gravedad”; tendrá una altura de 35 metros y una longitud (en coronación) de 768 metros. La superficie de la cuenca a la que pueda afectar, en máximos de recogida de agua, es de 216 km2.
Nosotros, de  momento, nos conformamos con salvar lo que ahora es un obstáculo en nuestro camino y dejar constancia de lo que vemos: la falta de sensibilidad de la empresa hacia los caminantes y la falta de vigilancia por parte de quien debería haberles obligado a colocar un acceso, por provisional que fuera.
Tras cruzar al otro lado para seguir nuestro camino nos encontramos con los restos del Molino de Telesforo, en evidente estado de ruina. Primero lo rodeamos, pasando por una cancela y observamos los dos conductos de salida de agua, primorosamente construidos en piedra. Uno rectangular y el otro en vértice dejan ver detrás de ellos la hélice del molino que haría girar el mecanismo para trituración del grano.





El molino tiene una puerta, cerrada solamente con los restos de un palet de madera apoyado contra ella. Pepe se anima y, apartando el palet, entra. Le sigo. Y, ante lo que contemplamos, otra vez nos planteamos cuánta vida debe haber latido aquí: preocupaciones, trabajo, amor, miedos… Todos los vestigios son de trabajo, excepto los restos de una muñeca olvidada en un rincón.





Saciada la curiosidad, dejamos la puerta como la encontramos y continuamos la marcha. Y, bueno… lo de continuar es un decir porque, tras un recodo del camino, el río Búrdalo nos echa el alto. Va crecido, como es habitual en todos los regatos, arroyos y ríos que nos encontramos. Pero en este caso tiene una anchura de doce o catorce metros, una profundidad de entre 20 y 25 centímetros y no hay piedras que nos ayuden a cruzar.


Le digo a Pepe que toca descalzarse y santas pascuas. Pepe, más habituado que yo a encontrarse en esta misma situación por los senderos más norteños que recorre habitualmente, dice que, de descalzarse ¡nada!.
Con la parsimonia de quien domina la situación se quita la mochila de los hombros y, mirándome con una sonrisa entre burlona y cómplice, saca de ella unas bolsas de basura que procede a calzarse por encima de las botas. Se las ata a las rodillas y, divertido al ver mi boca abierta, cruza ceremoniosamente al otro lado cual si de Moisés conduciendo al Pueblo de Israel se tratase. Llega al otro lado sin mojarse en absoluto.


Yo he estado tan pendiente de toda la liturgia fluvial que ni siquiera he caído en haberle hecho una foto cruzando nuestro particular Mar Rojo.
Cuando llega al otro lado se quita las bolsas, mete una piedra suficientemente grande dentro de ellas y me tira la piedra con las bolsas, que llegan hasta mi sin mayor problema. Despojadas las bolsas de su pétreo contenido, procedo a calzármelas y a cruzar, regocijado, hasta el otro lado. Paso despacio, deleitándome al comprobar que las bolsas de basura no se calan ni un pelo. Pepe me atosiga con un “¡¡No te recrees!!”, así que acelero y concluyo, con total éxito, la travesía.





Tengo que decir que por la noche ambos coincidíamos que este rato (molino y travesía) ha sido el que ha marcado la pauta de la jornada.
Continuamos la marcha por una breve y repinada cuesta, en varios trozos bien empedrada, vestigio de lo que fue un camino carretero sin duda bastante frecuentado: el Camino del Molino de Telesforo, se le llamaba. A mitad de la cuesta un paso canadiense y, justo al otro lado, un cartel que advierte que está prohibido el paso en no recuerdo qué fechas del año 2010 porque se van a hacer voladuras. Fueron muy diligentes para ponerlo, pero absolutamente dejados para retirarlo. Típico.
A tres kilómetros del paso canadiense, tras coronar un pequeño alto y a mitad de una curva del camino, Miajadas se presenta a nuestra vista. Quedan todavía cuatro kilómetros para llegar, pero ya no se nos pierde de vista ni un momento.



Huertas, pequeñas fincas y casas de campo anuncian, por sí solas que tenemos cerca una población. Tras una cerca un pequeño pozo redondo de piedra y, junto a él, lavaderos excavados en piedra, obra de algún maestro cantero hace mucho tiempo olvidado.


Tras cruzar sobre un punto la autovía A-5 (o E-90), nos aprestamos para entrar en la localidad, donde tenemos previsto aviarnos para comer hoy.
Pasada una curva, en un cruce de caminos y a la derecha del que llevamos, nos topamos con un pozo circular de unos cuatro o cinco metros de diámetro.


Nos acercamos a verlo. Por fuera es de cemento y por dentro, por la parte de abajo, donde se almacena el agua, de ladrillo. En su parte exterior, en la cara que mira hacia Miajadas, una inscripción de la que se ha borrado, a martillazos, una parte. Inmediatamente nos recuerda al pozo de piedra que vimos ayer en el que también había una inscripción machacada. Pero aquí, debajo de la inscripción, una fecha: 1931. Pepe, ágil, dice inmediatamente que la palabra “maldita” que una mano justiciera ha borrado ha sido “República”. Bien, por la fecha y los restos de letras así pudiera deducirse. Dejamos constancia gráfica de todo ello.



Pocos metros más allá un simpático anciano trabaja un huerto con su azadón (y lo de “anciano” va de coña, pues no tiene más de cinco o seis años que nosotros, que somos unos chavales). Le preguntamos por el pozo y la inscripción, así como si el pozo tiene nombre. Su contestación breve y contundente: “Pos claro. Su nombre es lo tachao: “Pozo de la República”.
Tras darle las gracias por la información nos vamos barruntando que no sabemos que carajo reprochamos a los talibán por destruir sus Budas con dinamita, si aquí en España hemos sido tanto o más iconoclastas que ellos a base de martillo y cincel.
Miajadas nos acoge cuando es, justo, el mediodía. Nada más entrar nos permitimos el lujo (en ruta será la única vez que lo hagamos en los cuatro días de marcha) de tomarnos un refresco en un bar. El dueño, amable al vernos cargados con nuestras mochilas, se afana en ponernos una tapa: sobre un trozo de pan un pinchito de jamón serrano que podría habernos servido para liar un pitillo. Pero, qué diantres, jamón al fin y al cabo.
Dada cuenta del refrigerio echamos de nuevo la carga a la espalda y en dos establecimientos cercanos compramos pan y un poco de jamón de york y queso que nos servirán para comer un poco más adelante.
Atravesamos Miajadas sin detenernos demasiado. Nos llama la atención , en la fachada de una casa-palacio, un escudo episcopal y el nombre de una calle que hemos visto poco antes. La nomenclatura de nuestros callejeros, comentamos, darían para escribir un grueso libro lleno de nombres divertidos y de curiosidades.



Como ya estuve por aquí a mediados de marzo pasado haciendo la ruta de la Fuente de la Ballestera y de los Pozos de Escurial, le anuncio a Pepe que poco más adelante, en un jardín de traza triangular, encontraremos un crucero y un cartel anunciador de los Caminos a Guadalupe en el que podría hacerse una foto.
Vamos, con paso decidido al lugar indicado. Está justo en el vértice que forman la Avda. de Trujillo y la Carretera de Guadalupe. Allí, a la salida de Miajadas (como, generalmente, todos ellos) encontramos un crucero en el que, curiosamente la cruz no es de piedra, sino de hierro. Seguramente la original debió desaparecer en tiempos más conflictivos, siendo sustituida por la actual.


En el mismo jardín un rectángulo de metal siluetea en su interior la figura de un peregrino sobre el que campea el logo de los Caminos a Guadalupe. Inevitablemente, nos fotografiamos junto a él (yo dentro) para llevar con nosotros el oportuno recuerdo.



Miajadas y Escurial están separados por poco más de kilómetro y medio de carretera que superamos cómodamente por el acerado que, en todo el trayecto, discurre por uno de los márgenes de la misma. Solo el sol, que tenemos en todo lo alto, y la inexistencia de árboles hacen algo incómodos esos centenares de metros.
Al llegar a Escurial, el familiar crucero sale a nuestro encuentro.



Le comento a Pepe que en esta localidad existe un buen número de pozos singulares y, de ahí, el nombre de la ruta a que antes me refería. y que entonces no tuvimos ocasión de visitar. Le señalo, a la entrada del pueblo, uno pequeño, redondo y de granito que tuve la oportunidad de fotografiar en marzo pasado. Como no nos acercamos a él me limito a tirarle una foto desde la carretera, pero adjunto a esta crónica otras dos fotos que le hice en mi anterior visita.




Dejamos a nuestra derecha la Laguna de los Patos y cruzamos Escurial pasando por delante de su Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y del Ayuntamiento, al lado de ésta. La típica Cruz de los Caídos permanece junto a la fachada municipal, testigo mudo, y duro, del espíritu cainita por el que nos dejamos llevar los españoles en otra época de ingrato recuerdo. Entonces nos lanzamos balas unos a otros. Hoy, el dardo de la palabra y el insulto. Aquéllas produjeron muerte. Lo de ahora, hambre y desempleo.




Justo a la salida de Escurial encontramos otro crucero que, en mi opinión, es de más bella factura que el de la entrada o, como mínimo, en lo que se refiere a la cruz que lo remata.


El Arroyo de la Encinilla cruza lo que es la salida misma del pueblo y al otro lado del arroyo y a la izquierda del camino, dos estupendos pozos de piedra, de planta cuadrada, separados una treintena de metros el uno del otro.



El pozo situado junto al camino es de mayores dimensiones que su compañero. Uno de sus costados está formado por una sola piedra, enorme y cuenta con media docena de abrevaderos excavados en granito que debieron ser de enorme utilidad en el pasado.





El otro pozo es más pequeño. En su brocal de piedra nos parece apreciar las marcas que, con el roce continuo, han dejado las cuerdas utilizadas para sacar agua. Todo alrededor del pozo es también de piedra, lo que debió hacerse para una mayor comodidad de quienes estaban sacando agua y de los que esperaban turno.



Justo donde están los pozos se unen los cauces del Arroyo de la Encinilla, que viene por nuestra izquierda, con el Arroyo del Prado, que viene del norte y pasa entre los dos pozos que aquí se ubican.
Para salvar a este último arroyo y poder pasar de un pozo a otro, un puente construido con once enormes lanchas de piedra de las que no podemos dejar de comentar el ímprobo esfuerzo que debió suponer colocarlas tan perfectamente como se encuentran.




Es algo más de la una de la tarde. Llevamos recorridos unos 19 kilómetros y nos quedan otros tantos para llegar a nuestro destino.
Comentamos que nos hemos entretenido mucho con todo lo que nos ha salido al paso y que si bien es verdad que nadie nos espera, deberíamos alegrar un poco el paso para llegar con tiempo suficiente de dar descanso al cuerpo, ya que el espíritu no lo precisa por estar sobradamente solazado.
Confabulándonos para hacer de un tirón los once kilómetros que nos separan de Abertura, metemos sendos plátanos entre pecho y espalda y volvemos al camino.
He de reconocer, como Pepe también lo hacía, que el campo se encuentra tan exuberante que solo con mirarlo nos provoca a tirar de cámara de fotos. Y aunque el paisaje y los colores son parecidos a los que hemos captados anteriormente, no podemos superar esta tentación de avaricia gráfica que es el querer fotografiarlo todo. En nuestro descargo, la belleza del paisaje, del que aquí dejo una muestra.





Nuestra fraternal confabulación parece que ha dado sus frutos, pues en dos horas y cuarto recorremos la distancia hasta Abertura, que queda a nuestra vista desde el punto más alto de toda la etapa de hoy.
Al fondo venimos viendo, prácticamente desde que salimos de Almoharín, pero en especial durante las últimas horas, un gran pico. La sensación que tenemos es que es triángulo equilátero casi perfecto, completamente triangular, lo que llama nuestra atención. Y, a pesar de todas las fotografías hechas, no se nos ocurrió hacerle una al dichoso “pico”, por lo que me tomo la licencia (solo para ilustrar esta crónica) en tomarla de internet.


En realidad se trata de la Sierra de Santa Cruz, en cuyas faldas se encuentran Puerto de San Cruz y Santa Cruz de la Sierra. El pico más alto es el Risco de San Gregorio, de 844 metros de altura.
Ahora, según ha avanzado el día y nos hemos acercado a Abertura hemos comenzado a verlo de lado y ya no parece un pico sino lo que es: una sierra.
Llegamos a Abertura en torno a las tres y media de la tarde. Accedemos a través de un camino encementado por el que corren unas aguas fétidas cuyo olor se incrementa por efecto del calor.
Cuando entramos en el pueblo las calles están desiertas. Veníamos comentando la posibilidad de comernos el bocadillo en un bar pero no vemos ninguno, ni tampoco a nadie a quien poder preguntar. Ni un alma.



Como encontramos enseguida la Iglesia de San Juan Bautista (del siglo XV) y, a su sombra, un banco de hierro, decidimos que “a falta de pan buenas son tortas” y, siendo nosotros de buen conformar, tomamos asiento y damos cuenta de los bocadillos.
Saciada el hambre nos paramos a contemplar la Iglesia. Tiene dos fachadas. Una de ellas románica, bastante más hermosa (a nuestro juicio) que la gótica, que es junto a la que hemos comido.




Frente a la fachada románica, en medio de la plazoleta allí existente, una cruz conmemorativa a la que, por la razón que sea, se le ha cambiado la piedra más baja, que por su color desentona por completo no solo con la propia cruz, sino con la Iglesia sobre la que se recorta.


Continuamos camino, pasando por la Plaza del Ayuntamiento donde una fuente de cuatro vasos, pero sin agua, ofrece al sol toda su superficie. En toda la plaza no hay más que tres o cuatro árboles de muy pequeñas dimensiones, lo que nos lleva a comentar sobre lo poco acogedora que parece para que, en tiempos de calor, los vecinos puedan congregarse a charlar en la misma.



Al salir del pueblo cruzamos la carretera EX-354 y pocos metros más allá, al incorporarnos al llamado “Camino de Zorita”, encontramos, en lamentable estado de conservación lo que queda de un crucero al que algún salvaje ha despojado de la cruz de su parte superior. También su entorno aparece descuidado por completo. Me parece absolutamente lamentable cómo perdemos parte de nuestra riqueza patrimonial sin que parezca importar a nadie.


Desde que salimos de Abertura nos queda enfrente y un poco a nuestra izquierda, bien a la vista, una localidad que tomamos por Abertura. Solo después sabremos que, en realidad, se trata de Zorita. A su espalda, en primer plano, la Sierra de la Peña y más al fondo, la de Guadalupe, a la que comenzaremos a acercarnos de verdad a partir de mañana.
El calor aprieta. Llevamos recorridos 30 kilómetros, Son las 4 y cuarto de la tarde y aún nos faltan otros 8,5 para llegar a destino. Sabemos que son algo más de dos horas por lo que, una vez más, nos hacemos el propósito de no detenernos a fotografiar más que lo que sea verdaderamente singular. El problema es que nos parecen singulares las flores, la hierba, las charcas… ¡todo lo que nos rodea! Y es que, a pesar del lógico cansancio, estamos disfrutando cada metro recorrido.



No obstante, cumplimos nuestro propósito y en hora y cuarto caminamos algo más de 6 kilómetros. ¡Todo un récord para el ritmo que llevamos!
Tras una vuelta del camino nos encontramos, de pronto, con algo totalmente inesperado. Frente a nosotros, a unos cuatrocientos metros, se levanta un muro inmenso de hormigón. Nos parece que puede ser una presa. Sin embargo, sus paredes son completamente verticales, lisas y las presas suelen tener una inclinación para que el agua, al caer, se deslice.



Al acercarnos más comprendemos que nos encontramos justo en el terreno que, una vez terminada la presa, estará completamente inundado por las aguas  y una evidente desolación nos asalta. Comentamos que, dado lo avanzado de las obras que vemos, posiblemente comience a embalsarse agua en poco tiempo y concluimos que podemos ser los últimos peregrinos a Guadalupe que, haciendo este Camino Visigodo, hayan realizado el trayecto que traemos desde Abertura.
Al llegar junto a la presa tomamos un camino que sube a nuestra derecha y que nos lleva a la altura de coronación de la misma. Desde allí ya podemos ver Alcollarín (oculto hasta este momento) a nuestra derecha y la obra de ingeniería, en toda su extensión, frente a nuestros ojos.



Esta presa de Alcollarín tendrá un volumen de 51,64 hm3, siendo, como la del Búrdalo de gravedad, de planta recta de hormigón vibrado (lleva 170.000 m3 de este material); tendrá una altura de 31 metros y una longitud (en coronación) de 625 metros y la superficie de la cuenca, en máximos de recogida de agua, será de 127 km2. Es, por tanto, bastante menor que la del Búrdalo. Pero, sin duda, buena parte del camino que hemos hollado en la última hora quedará completamente anegado por el agua, lo que nos entristece.
Un cartel puesto por la propia empresa lleva, en sí mismo, la autodenuncia del incumplimiento de los plazos previstos para la construcción, que se inició en octubre de 2009 y debía concluirse en 27 meses y tener un coste de 29,2 millones de euros. Al momento de nuestro paso habían transcurrido ya 43 meses. Esperemos que el coste de la obra no aumente en la misma proporción que el tiempo empleado, pues ello significaría que el precio se incrementaría en más de 17 millones y no está España para dispendios.


La entrada al pueblo la hacemos por carretera, al haber quedado cortado por la presa el camino que traíamos Ello nos lleva a pasar por el puente sobre el río.



Nos vamos  hospedar, también aquí, en una casa rural ubicada al otro extremo del pueblo. Hemos quedado con la dueña en que al llegar al puente la llamamos por teléfono y ella sale a buscarnos.
En cuanto entramos en la localidad una señora se dirige a nosotros:
- Con mochilas y la pinta de caminantes que traéis, sin duda sois vosotros, ¿verdad?
- Verdad, nosotros mismos.
Nos acompaña los 400 metros que nos separan de la Casa Rural, que encontramos a plena satisfacción. Como la del día anterior, bien dotada, un cuarto de baño amplio, salón-comedor, frigorífico, televisión… Son 60 euros por los dos.  Como le habíamos pedido, nos tiene preparado lo suficiente para que desayunemos al día siguiente y ahora pactamos con ella que nos traerá la cena. Nos dice que serán 8 euros cada uno por ambas cosas (cena y desayuno). Nos parece muy razonable y aceptamos.
He de decir que sumado el importe del hospedaje al del desayuno y cena, nos sale todo por el mismo importe que ayer en Almoharín, donde cena y desayuno fue bastante más caro que aquí.
Y para ser justos tengo que agregar también que lo que esta señora nos preparó de cena excedió, sobradamente, a lo que se había comprometido. Y, además, excelentemente cocinado, lo que siempre es de agradecer.
Entre lo que nos trajo para la cena había una estupenda tortilla de patatas que decidimos llevar como comida para el día siguiente.
Alcollarín no tiene demasiado que visitar: la parroquia de Santa Catalina, que encontramos cerrada, y la placita que está delante. También el Palacio de Pizarro-Carvajal, del siglo XVI, que tampoco pudimos visitar.





Cuando la dueña de la Casa Rural nos trajo la cena comentamos con ella nuestra fracasada visita. Nos dijo que, de habérselo dicho, ella podía habernos facilitado el acceso, sin problema, tanto a la Iglesia como al Palacio. Pero ya era tarde y teníamos ganas de descansar.
Por si a alguien le interesa y como hice respecto a la Casa Rural de ayer, esta de Alcollarín también consideramos que es absolutamente recomendable. El teléfono de contacto es 927 340 203.
A las 10 de la noche, como troncos.