jueves, 21 de marzo de 2013

Camino de Santiago. Etapa 24: Samos – Portomarín


19 junio 2004.-
En Wikiloc: pulsar aquí.

La etapa de hoy es larga, cercana a los 40 kilómetros, por lo que hemos salido de Samos a las 5,10 y hemos caminado de noche los 12 kms. que nos separaban de Sarriá. El ambiente olía a humedad y en cuanto ha clareado lo más mínimo hemos visto un cielo cargado de nubes. Desde el primer momento estaba claro que nos llovería.



Al llegar a Sarriá nos hemos llevado la sorpresa e encontrar, en las calles por las que pasa el Camino, a cientos de peregrinos. Sabíamos que de aquí empiezan muchos, pues este pueblo está a 111 kilómetros de Santiago y partiendo de aquí se consigue la “Compostela”, pero no esperábamos la enorme cantidad de gente que había. En el bar que entramos a tomar café hay entre 8 o 10 peregrinos y mientras esperamos pasan, al menos, otros tantos. Decidimos, pues, ante la amenaza de quedarnos sin cama en Portomarín, abreviar el café y salir pitando.
El recorrido de la etapa a través de Sarriá hace que no se entre de lleno en el núcleo urbano, sino que se toque el mismo solo por el sur caminando a través de la Rúa Peregrino primero, que salva el río Sarriá y de la Rúa Maior después, a mitad de la que pasamos junto a la Iglesia de Santa Mariña que, con la velocidad que hemos dado a la marcha, solo me da tiempo a fotografiar sin mayor detenimiento.


Solos unos cuantos metros más allá y casi al borde de un mirador, la Iglesia del Salvador y un precioso cruceiro que despedía a los peregrinos que salían de la población camino de Santiago.




Una vez que se ha bajado desde el mirador donde está el cruceiro se llega al Monasterio del Convento de la Magdalena donde en 2012 se inauguró un estupendo albergue.


A la salida de Sarriá el camino discurre en algunos tramos a través de una antiquísima arboleda en la que podemos ver árboles centenarios.



El cielo se va cubriendo de nubes cada vez más oscuras aunque, hasta el momento, hemos podido caminar sin tener que tirar de las capas de agua que, aunque cubren bien no dejan de ser incómodas, sobre todo por el calor que dan al no ser apenas transpirables.


Poco después de pasar las cuatro casas que componen la aldea de A Serra, al borde de la carretera LU-P-5709, encontramos una fuente decorada con el logo del Xacobeo 1993, el famoso Pelegrín. Y algunos metros más allá, y sirviendo para cruzar el río Marzán, un precioso puente realizado en losas de granito.



Nuestros temores  de lluvia se ven confirmados, por lo que paramos un momento para sacar las capas de agua de las mochilas y cubrirnos con ellas nosotros y nuestras mochilas. La verdad es que resulta graciosa la pinta que tenemos con ellas, pues al ir la mochila tapada solo se nos ve a nosotros y una enorme joroba.
Poco después de Brea y antes de llegar a Morgade nos encontramos con un punto emblemático: el mojón del km. 100, que está completamente pintarrajeado de amarillo y con muchas pintadas de otra índole. Como no podía ser menos, nos fotografiamos con el mojón.



Morgade no es ni aldea. Son cuatro casas concentradas en el lado izquierdo del camino, donde está un establecimiento de hostelería que hace su agosto.
Justo donde termina Morgade, y a la derecha del camino, está la famosa “Fuente do Demo”, o Fuente del Diablo. Cuenta la leyenda que si quien se acercaba a la fuente era una persona que estaba en gracia de Dios, dejaba de manar agua, mientras que si quien se acercaba era alguien que estaba en pecado, el agua seguía manando. De este modo la fuente solo servía para calmar la sed de los pecadores. La gente del entorno, cuando tenía sed, iba en grupo porque como entre ellos siempre habría alguien en pecado, así no dejaba de manar y todos podían beber.
Cuenta también la leyenda que la gente de los alrededores no se fiaba mucho de la forma de ejercer de un cura que estuvo de párroco por aquí. Por eso, después de confesarse con el cura se acercaban a la fuente para ver si sus pecados estaban perdonados: si dejaba de manar agua es que el cura les había absuelto eficazmente.
Francesco y yo quisimos comprobar individualmente nuestra situación. No cabe duda que necesitábamos de confesor, porque el agua no dejó de manar en ningún momento mientras estuvimos a su lado. ¿Qué no? ¡Ahí está la prueba!



Unos pocos metros más adelante, y también a la derecha, se encuentra la capilla de piedra de Santa Mariña, con una estructura de una solidez extraordinaria, pero cuyo interior está absolutamente maltratado por la gente que pasa por aquí: pintadas, basuras, etc… Me pareció normal la gran cantidad de mensajes que los peregrinos dejan escritos en papel y sobre el pequeño y humilde altar, pero inadmisible el poco respeto y cuidado a un monumento que es patrimonio de todos.




El mojón correspondiente al kilómetro 99 está mucho más limpio. No tiene la carga afectiva del anterior, por eso está más respetado. Tampoco podemos evitar la foto en este mojón, primero con solo dos dígitos que encontramos desde que salimos de Roncesvalles hace ya una eternidad y que supone un aldabonazo para nosotros ya que es la muestra evidente de que estamos dando los últimos pasos en el Camino (ya no hay “centenas” sino solo “decenas” de kilómetros pendientes).



Pasado Ferreiros deja de llover, con lo que podemos quitarnos las capas y colocarlas de nuevo en las mochilas. Nos quedan diez kilómetros que, esperamos, no nos llueva más.
Atravesamos varias aldeas minúsculas, con construcciones antiguas, típicas, humildes y que nos insinúan el modo en que las gentes han debido vivir durante siglos.


A estas alturas de esta etapa hemos adelantado, al menos, a cuarenta peregrinos y en lo que quedó de jornada aún adelantamos a otros 30 o 40 más. Algo increíble. Decidimos, en plan humorístico, no contar peregrinos adelantados, sino literas aseguradas. Más que andar, volamos en esta etapa.
Al fin divisamos Portomarín, al otro lado del Miño.


Cuando estamos a punto de llegar al río, una pareja camina en dirección al mismo. La chica lleva los pies destrozados. Va en chanclas y solo a duras penas es capaz de mantenerse en pie. Su cara refleja el tremendo dolor que le producen las llagas que se ha producido. Y es que mucha gente se lanza a caminar sin haber hecho el más mínimo entrenamiento y, con mucha frecuencia, estrenando unas botas que jamás se había calzado.
El Miño me parece inmenso, anchísimo y cargado de agua. Me trae recuerdos de mi infancia, cuando con seis o siete años mal contados Fray Fernando nos hacía cantar los ocho ríos de España con una musiquilla o un sonsonete que todavía recuerdo a la perfección: Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Ebro, Júcar y Segura.



La enorme anchura del Miño se debe, en realidad, a que las aguas que vemos forman parte del embalse de Belesar, construido en Chantada a inicio de la década de los 60 y que en 1963 sepultó por completo tanto al pueblo de Portomarín como al puente original que salvaba el río y que hoy está, bajo las aguas, unos 30 metros por debajo del nivel por el que pasamos que es el del llamado “Ponto Novo” o Puente Nuevo.
La primera de las siguientes dos fotos que inserto a continuación está tomada de la página web de galiciamaxica.eu, a quien reconozco expresamente la propiedad de la imagen. La otra es mía.



El Portomarín que conocemos hoy es todo construido de nueva planta en el Monte do Cristo hace poco más de 50 años. Algunos edificios singulares fueron desmontados y trasladados, piedra a piedra (que fueron numeradas para su reensamblaje, a su actual emplazamiento, como la Iglesia de San Nicolás o la balconada del Ayuntamiento.
Justo al otro lado del puente encontramos una escalinata que pertenecía a un antiguo puente medieval y que también fue traslada aquí. Al final del mismo se ha colocado la Ermita de las Nieves sobre uno de los arcos del antiguo puente medieval. El conjunto, tal y como lo vemos hoy, originalmente no existía sino que eran piezas separadas una de otra.




A pesar del cansancio que traemos, subimos las escaleras con la alegría de quien ya se sabe a un paso del albergue, la ducha y la reconfortante litera.
A través de la Rúa de Compostela, bien trazada y con buen firme, llegamos a la plaza central de Portomarín que, para mi asombro y monumental cabreo, se denomina “Plaza del Conde de Fenosa”, dejando así claro que, donde esté el dinero que se quite la tradición popular. En el centro de dicha plaza se reubicó la Iglesia de San Nicolás, conocida antiguamente como de San Juan.
Construida entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII, es uno de los edificios románicos más relevantes de toda Galicia. De la imagen exterior de la iglesia destaca su aspecto de fortaleza (debido a su situación estratégica junto al río Miño y por estar destinado a ser castillo de la Orden de San Juan). Fue declarada Monumento Histórico-Artístico el 3 de Junio de 1931.






El albergue está al lado de la Iglesia de San Nicolás. Cuando llegamos a él nos encontramos una cola de 60 personas que han llegado antes que nosotros. Es lógico, ya que la mayoría de ellos han partido de Sarriá, por lo que han caminado 12 kilómetros menos. La multitudinaria cola no nos impide conseguir cama aunque, eso sí, en litera de arriba.



El resto del día lo hemos pasado tranquilos. Veo fugazmente a mi convecino cacereño Antonio Parejo, que va en bici, pero con quien no logro cruzar palabra, pues el encuentro han sido un visto y no visto.
Tras una siesta de ¡¡dos horas y media!! me levanto con una empanada monumental y luego, lo de todas las tardes: visita turística con Francesco, cena y misa. Y en la cama a las 21,30.





Hoy han sido 37,5 kilómetros en 6 horas y 45 minutos. 45.000 pasos.

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