jueves, 21 de febrero de 2013

Camino de Santiago. Etapa 9: Santo Domingo de la Calzada - Belorado

4 junio 2004.-
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Como va siendo habitual, a las 5 en pie.
Hemos dormido en el mismo cubículo del albergue Nella, Francesco y yo. Nella ha sido la primera en echar pie a tierra.
Nella es italiana, de 67 años y vive en Génova. Camina como una chica de 25 años. Francesco, también italiano, de Bolonia.
Hemos arrancado a caminar poco antes de las 6, pasando, justo antes de cruzar e Río Oja, ante la Ermita del Puente, construida en 1917



La etapa ha sido de cierta monotonía. Nada más pasar por Grañón hemos cruzado el límite entre La Rioja y Castilla León. Como la carretera nacional me quedaba a tiro de piedra, me he acercado a ella, pues tenía el capricho de fotografiar el cartel indicador del límite entre ambas Comunidades.



Ha transcurrido casi toda la etapa por un andadero que iba paralelo a la carretera N-120, excepto un pequeño tramo, que se aparta de la carretera para llevar al peregrino a Viloria de Rioja, cuna de Santo Domingo de la Calzada y, por tanto, de imprescindible paso para un peregrino de este Camino Jacobeo.
He fotografiado Redecilla y a unos caminantes que aparecían entre los campos cultivados. El Rollo Jurisdiccional a la entrada de Redecilla ha quedado tomado por mi cámara y he lamentado no poder fotografiar la pila bautismal del siglo XII de su Iglesia, desgraciadamente cerrada cuando he pasado y que, por tanto, no he podido ver.



A la salida del pueblo, un curioso paso para pasar el río Reléchigo que no me he resistido a fotografiar. He tenido la suerte de que dos peregrinos llegaban cuando estaba máquina en ristre y los he sacado mientras pasaban.



Continuando el camino, paso por Caltildelgado y vuelta a los campos verdes que se suceden unos tras otros en una apacible monotonía.



Me ha dado gusto atravesar Viloria de Rioja, cuna de Santo Domingo de la Calzada. No he podido resistir elevar una oración a este santo al paso por su pueblo, oración en la que he encomendado de modo especial a algunos sacerdotes amigos que me acompañan —inscritos sus nombres en mi bastón— en este Camino: el carmelita P. Miguel Márquez, el magnífico poeta Antonio López Baeza, el dominico Jaume Boada, el trapense P. Félix Sasián… conductores de gente que se ponen en sus manos.



En la ventana de una casa abandonada, dos pajarillos que me miran mientras los fotografío. El pueblo está prácticamente desierto. Creía que iba a cruzarlo sin ver más que pájaros, perros y gatos cuando, al lado de la Iglesia, sale un matrimonio con un niño.
Salgo del pueblo entre maravillosos trigales y… ¡vuelta a caminar en paralelo a la carretera por el interminable andadero! La soledad no me agobia en absoluto: la oración, mis propios pensamientos y, sobre todo, el clamor que elevo al Padre para que el Espíritu Santo haga evidente su presencia que sé hay en mí, me acompañan.


De improviso aparece ante la vista Belorado, encajado entre montes. Me gusta la entrada, muy rústica, muy de pueblo.
Cuando llego junto a la iglesia de Santa María son poco más de las 10. La hospitalera, suiza, que está limpiando, no abre hasta la 1, pero acepta que deje la mochila en el interior. Mientras, me voy a comprar y a dar un vistazo por el pueblo, que, a pesar de no tener nada especial, me gusta.


De vuelta a la Plaza de la Iglesia, van llegando peregrinos. La mayor parte prefiere irse al nuevo albergue privado de Cuatro Cantones, que ofrece todas las comodidades. Yo he elegido deliberadamente este albergue parroquial, que está montado en lo que antiguamente fue un teatro parroquial. Ahora el escenario es la cocina, los camerinos son la despensa, el patio de butacas es el comedor, recepción y duchas y, en lo que fue “gallinero” o planta alta, están los dormitorios: dos, con doce o catorce literas en total.





Mientras abre la hospitalera, los que hemos optado por este albergue —ya somos todos viejos conocidos— trabamos una amena y alegre, aunque intrascendente, conversación.
Dedico un buen rato a solucionar problemas caseros por el móvil y a la una, la tan ansiada ducha, lavado de ropa y, después, la comida. Hoy me he comprado una lata de albóndigas que como con gusto. Para la noche he optado por cenar solo leche con magdalenas.
No logro pegar ojo después de comer, por lo que me dedico a charlar un rato y, luego, a escribir estas notas.




La cena de la noche se transforma, pues Nella me ofrece cenar con ella y Francesco unos spaghettis “a la no sé qué”. Llevan tomate, atún, aceitunas negras y les faltan, al parecer, unas sardinas saladas que no ha sido capaz de encontrar por ningún lado.
Terminada la cena, un poco de cháchara y a la cama.
Hoy han sido 23,16 kilómetros en 4 horas y cuarto. 36.000 pasos según el podómetro.

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