miércoles, 29 de enero de 2014

Monasterio de Tentudía. De Calera de León a Monesterio

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Organizada por el Club La Vereína y realizada el 13 de abril de 2013, día magnífico en cuanto a meteorología y temperatura.
Se planteó la ruta como lineal para evitar salir de Monesterio y regresar a la misma localidad, haciendo el mismo recorrido dos veces, ida y vuelta. Por dicho motivo fuimos con el autobús por la A-66 hasta Monesterio, donde desayunamos en medio del cordialísimo ambiente que suelen darle los “vereínos” a todo lo que suponga vida en común de los miembros del Club.
Después del desayuno el autobús nos acercó hasta Calera de León, lugar desde el que estaba previsto comenzar la ruta.
La carretera que lleva hasta Calera pasa por encima de la presa del Embalse de Tentudía, repleto de agua gracias a las abundantes lluvias.

El punto de partida estaba justo a la entrada de Calera por lo que, tras cruzar la EX-103 (que habíamos traído desde Monesterio), nos pusimos en marcha por un camino que discurre por la llamada “Dehesa de Enmedio”, entre el Embalse de Tentudía y la carretera BAV-3002, que es la que lleva al Monasterio objeto de nuestra marcha de hoy.
Desde un pequeño altozano pudimos contemplar, en toda su belleza, el campo que se extendía a nuestra vista, a nuestra izquierda la Dehesa citada y por la derecha el Llano de las Viñas.

En cuanto empezamos a pisar tierra nos queda bien patente que nuestros ojos se van a dar hoy un hartazgo de verde y flor. La dehesa está exuberante.


Una pequeña explotación ganadera a la altura del Cerro del Cogoso provoca la parada de los caminantes. Unos pequeños burritos despiertan nuestra simpatía, lo que hace inevitable las caricias y las fotos.

La presencia de corrientes de agua va a ser una constante en esta parte del recorrido. Primero el Arroyo de la Virtud, que trae sus aguas de la Fuente de la María. Cruzaba el camino, pero unas pasaderas nos permitieron franquearlo sin mojar ni las suelas de las botas.
A los pocos metros, otro arroyo baja raudo entre dos collados a unir sus aguas con el de La Virtud. En esta ocasión el camino no tiene pasaderas tan bien colocadas, lo que dificulta el paso provocando un pequeño tapón en el grupo.
Un poco más adelante comienza a acompañarnos por nuestra izquierda un simpático arroyo que trae aguas que se recogen, más adelante, en el barranco de Santa Ana.
Según avanzamos, el camino comienza a dejar de estar en campo abierto para encajonarse en un callejón, entre dos paredes. Esto, que normalmente a mí me encanta, pues los callejones suelen tener un sabor especial, en esta ocasión no me hizo ninguna gracia, ni al resto de vereínos tampoco, pues en el dichoso callejón, además de meterse el camino y nosotros mismos, también se metía el arroyo ese que antes nos resultaba tan simpático. Ahora campa a sus anchas por medio del callejón y nos las vemos y deseamos para pisar en algún sitio que no tenga agua.



He de confesar que este fue el punto más divertido de toda la jornada. A la dificultad (relativa) del paso se unían las ganas de pasarlo bien de la gente, y lo que podría haberse visto como inconveniente se tomó como motivo de versión, algo a lo que estos vereínos ya nos tienen acostumbrados.
Al final y en un punto determinado el paso a pie enjuto se convirtió en algo, sencillamente, imposible, por lo que no tuvimos más remedio que subirnos a la pared de una de las fincas colindantes con el camino y caminar por ella durante unos veinticinco o treinta metros para superar el obstáculo, volviendo a bajar al camino en cuanto hubo la más mínima oportunidad. En estos momentos brilló la solidaridad de todos, echando una mano los más ágiles o los más fuertes al resto para subir o bajar. Finalmente, se recuperó un caminar “normal”.

Poco después de superar el “obstáculo” anterior, el camino que llevamos se cruza con otro en una encrucijada. El que cruza el nuestro, de izquierda a derecha, viene de Tentudía y lleva a Monesterio y se llama, en la cartografía al menos, “Vereda de Arroyomolinos”. De hecho, a nuestro regreso, volveremos a llegar exactamente a este punto y deberemos continuar, no por donde hemos venido si en dirección a Monesterio, es decir, por la izquierda según venimos ahora.
En ese punto, pues, hemos de tomar a la derecha.
A quien vaya a seguir mi track debo advertirle que justo antes de llegar a este punto mi gps perdió la señal durante varios minutos, por lo que aparece un trazado en “L” desde justo antes de llegar a la encrucijada hasta la finca Arroyo del Moro Alto de la que ahora hablaré. Ello no representa ningún problema: al llegar a la encrucijada, tomar a la derecha y continuar sin desviarse.
Lo que hay a nuestra derecha a partir de la encrucijada es el Cortijo de Galán, y tras ochocientos metros llegaremos a la verja de entrada a la finca, en mal estado de conservación. Sobre uno de los dos pilares en que se asienta la verja, unos azulejos indican: “Arroyo del Moro Alto”.


En dos minutos estaremos en el Puerto de las Cruces, y a partir de este punto comienza la parte más dura de la etapa, pues van a ser cinco kilómetros en zig-zag con un desnivel del 12,5%, si bien el mayor esfuerzo se concentrará en los últimos 150 metros previos a llegar al Monasterio de Tentudía.



Unos motoristas en quads nos adelantan levantando una buena nube de polvo. Pensé que, más que el polvo, molestaba el ruido de los dichosos aparatos.


Una pileta grande, al lado del camino, recoge aguas que no parecen potables. Parte de su contenido escapa, atravesando el camino. No estaría de más un cartelito indicando su potabilidad o no.
En una de las “Z” que hace el camino ascendente arrancan otros dos caminos. No existe posibilidad de pérdida más que por despiste, pues en este punto vamos a encontrar abundante información sobre las rutas que recorren estas tierras: las Lagunillas la Ruta de los Ecosistemas Forestales, la de La Pantaneta, la del Paraje del Moro serán las principales; y cada una de ellas con sus colores identificativos. Un buen ejemplo de iniciativas dignas de aplauso para dar a conocer la propia tierra (siempre que la señalización se prodigue razonablemente a lo largo de las respectivas rutas, claro).




Los primeros centenares de metros de subida convierten el, hasta ahora, compacto grupo en un hilo, por lo que la cabeza decide detenerse para un reagrupamiento.
Hace calor. La sombra y el agua reconfortan.

Ir ganando en altura cansa el cuerpo, sin duda, pero descansa los ojos y el alma.



El camino se vuelve un tanto más dificultoso, sobre todo por el calor, pero también por la cuesta, que se pronuncia. Cuando faltan solo 700 metros para llegar a la explanada donde se asienta el Monasterio los que somos “menos” atléticos nos animamos mutuamente: “Esto está chupao”… pero todavía faltan esos 700 metros.
Por fin llegamos a lo más alto del Cerro de Tentudía.
Del exterior del Monasterio da la impresión que ha sido sometido a una importante reconstrucción.

Cuenta la leyenda que, estando el Maestre Pelay combatiendo contra los moros en las estribaciones de Sierra Morena, la batalla no terminaba y la noche se venía encima. Desesperado, el Maestre invocó a la Virgen diciendo: “Santa María, detén tu día”. El crepúsculo se detuvo y Pelay Pérez Correa pudo ganar la batalla. (De uno de los paneles informativos).
El Monasterio de Tentudía es un conjunto mudéjar formado por una iglesia con dos capillas funerarias flanqueando el presbiterio (zona de la cabecera o altar), un claustro con aljibe adosado al muro sur del templo y una galería en el lado este del claustro.
Tiene sus orígenes en una pequeña ermita construida a mediados del siglo XIII por orden de Pelay Pérez Correa, en memoria del prodigio sucedido en estos lugares. En el siglo XIV sufre una ampliación y la construcción mudéjar queda compuesta de tres naves separadas por arquerías. Remata la nave central una capilla cuadrada a cuyos lados se adosan, años más tarde, sendas capillas funerarias. En la denominada Capilla de los Maestres están los sepulcros de los que fueron maestres de la Orden de Santiago. En 1508 ya se había concebido la obra tal y como hoy aparece, aunque no se remató hasta 1520.
La iglesia y las capillas funerarias contienen piezas de notable interés, destacando el retablo mayor, obra de azulejería realizada por Niculoso Pisano en 1518. El retablo está formado por banco, tres calles y remate. La calle central reproduce la escena de la Virgen rodeada por el árbol de Jesé. En las calles laterales se desarrollan seis escenas enmaradas en arcos de medio punto sobre columnillas. Una de las calles representa escenas del Evangelio (Anunciación, Nacimiento de la Virgen) y al Maestre Pelay Pérez Correa en el momento de producirse el milagro; la otra calle representa la Epístola) con escenas de la Presentación-Purificación) y de la Ascensión de la Virgen) y al vicario Juan Riero, promotor del retablo. En el remate se encuentra el Calvario. (Tomado del mismo lugar).
Y en el interior, detalles verdaderamente interesantes



De todo lo que es el claustro mudéjar, no puedo decir más que me pareció espectacular. Una preciosidad cuidada en sus arreglos con verdadero esmero. Sencillamente, nos encantó.




Frente al Monasterio, en un lugar con césped, una bonita fuente de azulejos y detrás de ella, a la izquierda Arroyomolinos de León y mucho más lejos, a la derecha, la población de Cabeza la Vaca.

Cerca del Monasterio, en la misma explanada y ligeramente más allá de la fuente, una cafetería ofrece sus servicios a los que deseen utilizarlos.
La mayor parte de los que íbamos comimos al amparo de los muros del Monasterio, unos al sol, otros a la sombra y otros entre uno y otra, pues estando parados, a la sombra hacía un poco de frío y al sol te asabas.
Y también aprovechamos para hacernos fotos con las figuras alegóricas ubicadas en la explanada.



Comidos y descansados (y algunos hasta con una buena siesta), iniciamos el camino de regreso.
Atención en los primeros metros, al bajar del Cerro, por la fuerte pendiente, y después disfrutando del entorno que ha habíamos recorrido en parte por coincidir con el de venida.
A seis kilómetros casi exactos de haber iniciado la bajada, hay que tomar un camino a la derecha para ir en dirección a Monesterio: es el Camino de Arroyomolinos, al que ya antes me referí. Este camino nos ofreceré algunos espacios muy hermosos.

El camino es claro, sin opción a pérdidas, pues va casi en línea recta hacia nuestro objetivo, aunque tengo que advertir que en un momento determinado el Río Bodión lleva su cauce por el mismo sitio por el que va el camino, por lo que hay que andar con cuidado. El caudal, cuando pasamos nosotros, no era abundante y si había piedras suficientes para sortear el obstáculo. Pero siempre atento a los posibles resbalones.


Cuando casi estamos llegando a Monesterio, divisamos a nuestra izquierda el embalse de Tentudía, signo inequívoco de que la ruta de hoy está tocando a su fin.
Entramos en Monesterio cruzando la EX – 103 por un paso al efecto que nos sitúa en la zona del polígono industrial de la población.

Tras un primer titubeo, decidimos circunvalar, por la izquierda, dicho polígono para llegar al hotel en que nos esperaba el autobús para el regreso, junto al campo de fútbol de la localidad.


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