En
Wikiloc: pulsar aquí
Hemos cumplido nuestro propósito de ayer y nos hemos levantado
un poco antes, de modo que a las 7 ya estábamos desayunando. La dueña de la
casa rural en la que nos hemos hospedado nos dejó provisión suficiente y hemos
dado buena cuenta de todo ello.
La noche no ha sido buena. El dolor en el costado derecho sigue
siendo tremendo en cuanto apoyo el tronco del cuerpo en cualquier sitio y en
cualquier postura; es decir, que en la cama no hay modo de ponerme que no duela.
Boca arriba es la postura más soportable, por lo que he pasado toda la noche
así.
He podido dormir hasta las 3,30 gracias a un relajante muscular
que me ha dado Pepe. Las tres horas siguientes han sido de duermevela.
Levantarme de la cama, toda una odisea. Si hubiera tenido
cámara de vídeo lo hubiera grabado para los “Vídeos de primera”. Seguro que me
hubiera llevado un premio. Tras cinco minutos de intentos infructuosos, al
final he logrado deslizar las piernas hasta el suelo para, tras arrodillarme,
poder ponerme de pie. Muy cómico, si no fuera por lo doloroso.
Como anoche dejamos el contenido de las mochilas razonablemente
ordenado, hemos podido espabilar, de modo que a las 7,30 salíamos de la casa
rural. Tras bajar por el parquecito que hay delante de la casa, hemos enfilado
la calle Zorita que, describiendo un arco de 180º nos ha sacado del pueblo en
dirección a Zorita, hacia donde hemos comenzado a caminar por la Cañada Real de
Merinas en paralelo (aunque distantes) de la carretera que lleva a la misma
población.
El sol, aún muy bajo, apenas si alcanzaba a dar sobre una
buena parte del camino. Fresquete en estos primeros momentos, por lo que hemos
salido ligeramente abrigados.
A nuestra izquierda, a lo lejos, la Sierra de Santa Cruz,
con el Risco de San Gregorio en el medio, que con sus 844 metros destaca con
facilidad.
Mucho más cerca la Sierra de la Peña, contra la que se
recorta la silueta de Zorita (apenas a 6 kms. de Alcollarín), en la que
decidimos no entrar dada la longitud de la ruta que hemos de recorrer hoy.
Dejamos a nuestra izquierda los desvíos de ida y vuelta a
este pueblo, último en todos los listados alfabéticos de los municipios de la
provincia de Cáceres, para cruzar enseguida la carretera EX-355 que lleva a
Madrigalejo.
Seguimos ahora un camino de tierra, bien marcado, precioso,
en el que nos topamos primero con un pozo de reciente construcción, hecho con
bloques de cemento.
Un poco más allá el Arroyo de los Pajares anega por
completo el camino. En la parte izquierda del mismo hay una pasadera, antigua,
hecha con grandes bloques de piedra que nos ayuda a salvar el obstáculo.
Primero Pepe y después yo. Ambos atentos para evitar un chapuzón que, a estas
horas de la mañana, no debería resultar demasiado agradable.
La pasadera, aunque algo deteriorada, cumple su función y en
un momento nos encontramos al otro lado.
Ambos hemos activado la cámara de fotos, pues no es cuestión
de que, si cualquiera de los dos cae al agua, el momento no quedara
inmortalizado.
Los metros siguientes del camino son de pura piedra. Nos
asombra contemplar cómo, en la durísima roca, están claramente marcadas las
ruedas de los carros que, a lo largo de cientos de años de pasar por aquí, han
dejado impresa su huella. A la vista de la profundidad de las marcas,
comentamos la intensidad del tráfico que este camino debió tener en el pasado
No podemos evitar comentar cuántas historias, cuántas penas
y alegrías de hombres y mujeres que han pasado por aquí montados en sus carros
podría contarnos la dura roca si pudiera hablar.
A partir de este punto entramos en el paraje denominado La
Pizarra. Los track del GPS nos marcan un giro brusco a la izquierda
para realizar un absurdo y cerrado ángulo que nos hará recorrer algo más de un
kilómetro para ir a un lugar situado doscientos metros más allá.
Cuando llegamos al lugar exacto comprobamos que,
sencillamente, no hay posibilidad de continuar recto y que el giro a la
izquierda y luego a la derecha es inevitable.
La sorpresa (desagradable) nos la encontramos cuando, tras
realizar el giro a la izquierda vemos que quinientos metros más allá nos
incorporamos a una carretera que no figuraba en los mapas ni en los track que
hemos manejado. Siempre pensamos que era camino, no carretera.
Convencidos de que el asfalto no habrá de durar mucho,
seguimos el camino para alcanzar un puente sobre el Arroyo del Corralalto,
que viene completamente cubierto de flores, haciendo que el entorno nos deleite
la vista.
A pesar del asfalto, el entorno por el que pasamos es
precioso.
Enseguida llegamos a la altura de lo que fue la Charca
(hoy “pantano”) del Corralalto. El silencio es total. No hay ruido de ningún
tipo de procedencia humana y solo escuchamos el canto de los pájaros y el
aleteo de una bandada de patos que se deleitan con las aguas de la charca.
Definitivamente, parece que nuestro camino de hoy ha dejado
de serlo. Llevamos recorridos cuatro kilómetros por esta carretera y, a estas
alturas, nos da la impresión que nos queda asfalto para rato.
En honor a la verdad he de decir que estábamos un tanto
sorprendidos porque en la hora larga de marcha por ella no nos habíamos cruzado
con ningún coche (ni uno) lo cual, en los tiempos que corren, ya es extraño.
La verdad es que vamos encantados. No hay otro ruido que el
de nuestros pasos y el trinar de los pájaros.
Poco más allá llegamos a otro puentecillo que nos ayuda a
cruzar el Arroyo Herrrera que, al igual que los que hemos visto antes, va
cuajado de flores blancas en su superficie. Todo un espectáculo.
La etapa se hace un tanto monótona con la sucesión de
kilómetros y más kilómetros de asfalto.
Comentamos, sorprendidos, la gran calidad de la carretera
que pisamos, impropia de todo punto en relación con el nulo tráfico que estamos
viendo (NI UN SOLO COCHE. Ni uno). Observamos que la capa de asfalto
tiene entre treinta y cuarenta centímetros de espesor y que nada en la
carretera indica que la ausencia de tráfico de hoy sea casual. ¿Favores políticos
a algún propietario de alguna de las fincas colindantes o próximas a la
carretera? Pues vete tú a saber. Hoy en día, en España, cabe todo.
Desde que dejamos el Arroyo Herrera, todo ha sido un
continua, aunque no excesiva, subida. Al llegar arriba, tras una curva a la
izquierda, observamos una considerable bandada de lo que nos parecen buitres.
Hay un camino que se dirige a una finca. Pensamos que pueda haber algún animal
muerto o, quizá, un muladar en el que estas aves puedan alimentarse.
Pocos metros más adelante, a nuestra derecha, pero dentro de
una finca particular, vemos el poste indicador del vértice geodésico del Valle
del Judío (441 metros), del que saco algunas fotos desde la distancia.
El lugar también nos indica el punto en el que comenzamos
una amplia curva (4 kilómetros de longitud) que se encuentra en el punto más
alejado de la carretera EX-102 (Zorita a Logrosán) y que, una vez superada nos
conducirá a nuestro destino de este día.
Justo a mitad de la curva sale por nuestra izquierda una
carretera que lleva a Madrigalejo. La carretera por la que veníamos ha perdido
ya, en los últimos kilómetros, la calidad de su firme y esta que ahora
encontramos lo tiene muy deteriorado.
Aprieta el calor y el asfalto ha hecho que llevemos los pies
un tanto resentidos, por lo que decidimos parar a comer debajo de una de las pocas
encinas que logramos encontrar y que proyecten un poco de sombra en la
carretera. Estamos a 600 metros de la intersección con la carretera de
Madrigalejo.
La encina da mucha sombra pero la mayor parte queda al otro
lado de la alambrada. ¡Mecachis! Lo
curioso es que cuando nos sentamos a comer, a los cinco minutos tenemos frío,
pues el haber parado y el airecillo que corre…
En veinte minutos o muy poco más hemos repuesto fuerzas. Nos
quedan unos 13 kilómetros y, al paso que vamos, entreteniéndonos con todo lo
que se pone ante nuestros ojos, calculamos que serán tres horas y media, por lo
que hasta las cuatro y media o las cinco de la tarde no habremos llegado.
Cuando comenzamos a andar de nuevo comentamos sobre la
sierra que tenemos enfrente. Es la Sierra de Guadalupe. Todavía lejos
pero que mañana, a estas horas, ya estaremos cansados de patear.
Mucho más cerca, ligeramente a nuestra derecha, la Sierra
de San Cristóbal, ese “batolítico granítico” de más de trescientos
millones de años de antigüedad. Singular y aislado, es como un grano que le
hubiera salido a la meseta.
En nuestro caminar hacia Logrosán, desesperamos: por más que
ansiamos tener el pueblo a la vista, la Sierra nos lo oculta pues se encuentra,
justamente, al otro lado.
Foto
455
A poco más de siete kilómetros del sitio donde nos paramos a
comer, y principalmente a nuestra izquierda, encontramos una dehesa con
abundancia de encinas y, en ellas, anidando una abundante colonia de cigüeñas.
Procuramos caminar haciendo el menor ruido posible.
Anidan en las copas de las encinas. Calculamos que pueden ser
entre cincuenta y setenta y cinco ejemplares.
Poco antes de que desemboquemos en la carretera EX-102, que
viene de Zorita, nos sorprende a la derecha de camino que traemos una
abundantísima colonia de buitres, llamándonos la atención tanto su cantidad
como la proximidad a Logrosán.
Por fin llegamos a la carretera. Vamos cansados, con ganas
de llegar al hostal en que hemos reservado habitación y de tomarnos un par de
cervezas. Hoy ha sido asfalto, asfalto y asfalto.
Tener Logrosán a un palmo de distancia me anima a poner “Paquito
chocolatero” en el móvil, con el altavoz a toda potencia. Tenemos ganas
de llegar y la proximidad nos anima: como dos críos, muertos de risa, nos
ponemos a marcar el paso como si estuviéramos en un desfile de “moros
y cristianos”. Solo los coches que comienzan a cruzarse con nosotros
nos hacen recobrar la compostura.
Bueno… los de la foto siguiente no somos nosotros. Pero nos
sentíamos como si fuéramos en medio del grupo.
Dado que habíamos previsto hospedarnos en un hostal al otro
lado del pueblo, optamos por atravesar Logrosán para llegar, en vez de seguir
la carretera, que también nos hubiera llevado al mismo sitio.
Nada más comenzar a pisar sus calles, encontramos el Rollo
de Justicia y no puedo evitar pensar en las terribles escenas que
debieron tener lugar junto al mismo.
Más allá la Plaza y la Ermita del Cristo que quedan a
nuestra izquierda ya casi a la salida del pueblo.
Dejando a nuestra izquierda la Mina Costanaza, de fosforita,
que tanta vida dio al pueblo a finales del XIX y principios del siglo XX.
Una vez que nos hospedamos y descansamos un poco, regresamos
a la Mina para visitarla. La encargada de la oficina de información no pudo ser
más amable. Todo fueron explicaciones, detalladas y amplias. Y también pudimos
visitar la planta de la mina que queda a ras de superficie, pues las abundantes
lluvias de este invierno han hecho que los plantas más bajas estén
completamente anegadas y no puedan ser visitadas.
Poco antes de las 10 estábamos dormidos, como troncos.
Vaya facilidad que tienes tio, qué combinación tan amena de texto e imagenes, lo he disfrutado como una novedad paralela a mis propios recuerdos de la travesía... un abrazo... espero la 4ª parte final como los lectores esperaban el siguiente capítulo del Conde de Montecristo... abrazotes.
ResponderEliminar