lunes, 4 de marzo de 2013

Ruta de las Peñas Blancas (PR-BA 47)


En Wikiloc: pulsaraquí.
Organizada por el Club Senderista “Peñas Blancas” de La Zarza (Badajoz) y por el Ayuntamiento de dicha localidad, y dentro del Circuito Extremeño de Rutas Senderistas 2013, de la FEXME (3ª ruta), se llevó a cabo durante la mañana del domingo 3 de marzo de 2013.


Aunque las páginas de internet que habitualmente nos proporcionan datos meteorológicos no daban más que una ligera lluvia a partir de las 13 horas, comenzamos a mojarnos sobre las 10,30, cuando estábamos alcanzando una pequeña meseta, que nos sirvió para darnos un ligero respiro, al final de la subida a la cima de la Calderita, lugar por donde accedimos a la Sierra de Peñas Blancas.
La temperatura agradable, en torno a los 8-10 grados en todo el recorrido, si bien en la subida a la Calderita a casi todos nos sobraban algunas de las piezas de abrigo que nos habíamos puesto. Tan temprano esfuerzo nos puso a tono con rapidez.
Según la información que me dieron antes del comienzo de la ruta, se habían inscrito del orden de 1.000 participantes, aunque muchos optaron por la ruta alternativa que evitaba la subida a la Sierra. Desde antes de las 9 (hora oficial de salida), un pequeño grupo se ubicó bajo el arco de salida para ser los primeros.


Además de los perros que suelen acompañar a los senderistas en buena parte de sus caminatas, en esta ocasión había un acompañante especial, bien representativo del pueblo de La Zarza: un burro bien enjaezado que pronto se convirtió en objeto de buena parte de las cámaras fotográficas de los participantes, con el amable consentimiento de su dueño. El burro no subió a la Sierra, sino que hizo la ruta alternativa, aunque solo lo volví a ver cuando ésta se juntaba con la ruta larga.


Empezamos a caminar sobre las 9,20 y el grupo de cabeza impuso un ritmo vertiginoso. Más que una ruta senderista parecía una carrera en  la modalidad de “caminata olímpica” (esa en la que el corredor camina de prisa, pero sin levantar los pies para correr).
En un paso (no me atrevo a llamarlo “puente”) de madera, en el mismo lugar donde se encontraba lo que parecía un antiguo pozo, se hizo el primer tapón, al tener que atravesar el Arroyo de la Calera que aunque no llevaba demasiado caudal, sí era lo suficientemente ancho  como de una cuarta de profundo como para tener que utilizar el puente.



Justo en el inicio de la subida (a 2,3 kms. del inicio de la marcha) se atraviesa (esta vez sin problema alguno) el Arroyo de las Molineras y comienza la ascensión. Son 250 metros de desnivel en un trayecto de un kilómetro. La vereda de subida es lo suficientemente estrecha como para tener que caminar en fila de a uno. El problema era que, al ser tan grande el número de participantes y encontrarnos en un sendero estrecho y empinado, aún sin quererlo te veías impelido a seguir el ritmo de los de cabeza, para no hacer de tapón a los que venían detrás.


Según pude enterarme después, en este tramo de subida sale un sendero a la derecha que te lleva al Abrigo de las Viñas, donde se encuentran las pinturas rupestres. He de confesar que me pasó tan desapercibido el señalamiento del desvío (si es que existe), que no tuve la más mínima oportunidad de visitarlo. Por ello aprovecho, primero para animar a quien tenga la responsabilidad de señalizar con mayor profusión o con mayor cartelería, el lugar del desvío y también a la organización de esta ruta para que en convocatorias posteriores facilite de algún modo la posibilidad de la visita.



Según alcanzábamos la cima de La Calderita, nos íbamos deteniendo para darnos un respiro y aprovechamos para deleitarnos con las magníficas vistas existentes desde allí. La vista de Zarza de Alange, su castillo y su pantano son magníficas, a pesar de que las nubes y la neblina no permitían que hubiera una vista nítida a la distancia. Pero, en todo caso, la subida había merecido la pena. ¡Ya lo creo!





Continuamos caminando por la ladera sur de Las Molineras (cuatro pequeños picos de 543, 532, 531 y 513 metros de altitud; en la foto inmediatamente anterior se ven dos de los picos), atravesando el Puerto de las Hoyas (que está entre los picos de 513 y 532 metros) a la zona norte de la Sierra, para bajar por la Umbría de Soria, con un desnivel del 10%. El camino era pedregoso y estaba muy embarrado, por lo que hubo que extremar las precauciones para evitar caídas.



Al llegar abajo y por un camino ancho y bien señalizado, fuimos por el Valle de la Osa, bordeando el Cerro Busca a nuestra izquierda, y otro cerro a nuestra derecha, hasta volvernos a encontrar el Arroyo de la Calera, lugar donde el camino realiza un brusco giro de unos 250º a la derecha para toparnos con un  sitio por donde corría un abundante regato.


Caminamos teniendo enfrente la Sierra de Peñas Blancas y a nuestra izquierda la Sierra de Juan Bueno. Los campos por aquí son puro pedregal, en los que parece imposible que pueda sembrarse nada ni sacarles algún provecho. Como se puede imaginar, también el camino está sembrado de piedras.



Casi a continuación dejamos a nuestra izquierda un chalet del que, desde el camino, no se ve más que una bonita torre-mirador que, supongo, hará las delicias de sus propietarios dada la orientación a la sierra.


Casi llegando a las inmediaciones de la Sierra de Peñas Blancas, encontramos a nuestra izquierda tres o cuatro casas. La última, que no tiene pérdida, pues hay en ella una curiosa construcción circular con una pequeña cúpula, sirvió de cobijo para el avituallamiento que tenía preparado la organización.




Lamentablemente, muchos de los participantes no tuvieron en cuenta el impacto visual medioambiental de sus gestos: sembraron de cáscaras de naranja y de servilletas de papel estrujadas, no solo el recinto de la casa que nos acogía, sino también todo el camino a lo largo del kilómetro siguiente.



Nada más dejar la zona de avituallamiento nos vemos sumergidos en el estupendo Pinar de los Valencines. Muchos pinos cortados para el aprovechamiento de su madera se amontonan a izquierda y derecha y los que siguen en su sitio crecen en medio de una buena abundancia de pastos y jaras.





Tras atravesar otra vez el Arroyo de la Calera, nos dirigimos en medio de gran cantidad de jaras en flor y de cantuesos hacia el Puerto del Lobo, paso que encontramos al final de la Sierra de Juan Bueno. El lugar lo identificamos fácilmente, pues allí encontramos las Casas de Don Andrés, aparentemente abandonadas y que tienen delante una charca, en estas fechas con abundante agua.




Allí mismo un poste informativo nos dice que estamos a poco más de 3 kilómetros de la Mina Tierrablanca, donde se extrae desde hace muchos años caolín. Esta parte del recorrido es también muy bello y con abundante vegetación. Nos estamos desplazando por la vertiente norte, la umbría, de la Sierra de Juan Bueno y lo comprobamos con facilidad al ver el abundante musgo que crece en casi todas las piedras de los bordes del camino, en especial del lado izquierdo.






Casi de improviso queda a nuestra vista la profunda herida que la mano del hombre ha infligido a la Sierra de Juan Bueno. Se trata de las minas, a cielo abierto, de caolín o de “tierra blanca” que desde hace muchos años vienen explotándose aquí, pero en los últimos decenios mediante grandes maquinarias que han dado lugar a un profundo corte en medio de la sierra. Se utiliza, principalmente, para el blanqueo de las paredes.



Antiguamente los “tierrablanqueros” la extraían a mano, con pico, y era transportada por los arriero a lomos de sus burros.


Hoy el mordisco en la tierra está a la vista con toda su crudeza, pero la explotación ha bajado en intensidad debido a la crisis económica.
La mina es profunda y el agua se acumula en su fondo. Cuando pasamos por allí, el agua tenía un bellísimo color verde que prácticamente ningún senderista se resistió a fotografiar.





Desde las minas un camino de tierra, ancho y bien compactado, nos lleva hasta la carretera que circunvala La Zarza, que atravesamos con cuidado para evitar percances. Al otro lado nos espera el pueblo, origen y fin de la ruta de hoy. Cuando ya está a nuestra vista, una casa ofrece a nuestra vista la clásica con la flecha y el gallo, que indica la dirección del viento.




En nuestro camino por las calles, pasamos por la Iglesia de San Martín, frente a cuya fachada se erigió hace casi 25 años el simpático “Monumento al arriero y su mundo”. El motivo del monumento, como no podía ser de otra manera, un arriero y su burro.




Y al llegar al punto de partida terminamos la ruta con un cronometraje de cuatro horas exactas, lo que da idea de la velocidad de la marcha.
No puedo dejar de referirme a los miembros organización, siempre atentos, simpáticos y generosos, tanto en el avituallamiento en ruta como en la paella final que ofrecieron a todos los senderistas.

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