lunes, 11 de marzo de 2013

Ruta de la Garganta del Fraile


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Organizada por el Club La Vereína, de Cáceres, y realizada el 9 de marzo de 2013. Participamos más de 100 personas (dos autobuses completos).
Pese a que todas las previsiones meteorológicas  anunciaban una lluvia generosa, nada pudo con el extraordinario buen ambiente que rodea a cuanto organiza este club, lleno de cordialidad y buen humor.


Salida de Cáceres a las 9 y desayuno en Serradilla algo pasadas las 10, tras lo cual iniciamos la marcha desde la parada de autobuses, al inicio del Paseo de Extremadura. Pasamos por el Parque Sur y, todo recto por el Camino de Peñafalcón o de la Garganta, como vimos que lo llamaba un cartel.




No había regato que no corriera con abundante agua, ni piedra que no rezumara por todos sitios. Por los huecos de desagüe que tienen algunas paredes de fincas, el agua corría que se las pelaba.





Enseguida nos quedaron a la vista el Pico de Peñafalcón y el Cancho de la Cueva, señalando claramente el lugar al que nos dirigíamos. Más a lo lejos y a nuestra derecha se divisaba con toda claridad el Castillo de Monfragüe, marcando el inicio de la Sierra del mismo nombre y, junto a él, pero un poco más a la izquierda, el Salto del Gitano




A 4 kilómetros de la salida llegamos al Mirador del Alambique, desde el que podíamos contemplar, a nuestra izquierda la Sierra del mismo nombre (Alambique) y más a la izquierda aún la de Santa Catalina, a cuyos pies está Serradilla. De frente, a la derecha la Sierra de Peñafalcón y a la izquierda la Sierra de la Cueva y en medio de estas dos La Portilla, por donde cae el agua del Arroyo de la Garganta en un salto de algo más de 10 metros de altura.




A partir del mirador comenzamos a ver buitres, con su pausado vuelo. Yo llegué a contar ocho o nueve volando simultáneamente. Alguno de los que me acompañaban, con cámaras fotográficas más precisas que la compacta que yo llevaba, con siguieron estupendas fotos de estas aves.

 
Me entretuve para que  Vicente Pozas me hiciera una foto nada más salir del Mirador. La verdad es que la vista merecía la pena: los cerros de El Sordo y El Tornero justo detrás de mí y Peñafalcón a mi derecha. Corriendo entre aquéllos dos y éste último, el Arroyo de la Garganta (o Arroyo Trasierra), aunque la perspectiva no permitía que saliera en la foto, pero sí en las siguientes que hice yo mismo. Y al fondo el Castillo de Monfragüe y el Salto del Gitano. Todo un espectáculo que no solo cautivó a mi cámara de fotos, pues creo que no hubo senderista que no le diese, a gusto, el disparador de la suya.



En cuanto comenzamos la bajada hacia el Molino del Puente, comenzó a sonar con fuerza el caudal del agua de un arroyuelo a nuestra izquierda (no se su nombre) que, un poco más abajo suma las suyas a las del Arroyo de las Viñas. El camino caracolea varias veces a izquierda y derecha para ir salvando, con suavidad, los 74 metros de desnivel que hay entre el Mirador y el Molino. En una de las curvas del camino me quedó a la vista el Molino y el Puente y una veintena de senderistas que ya había llegado al lugar. La vista, absolutamente preciosa y la foto, por supuesto imprescindible.




Desde el mismo punto del camino se divisaba ya la Garganta del Fraile y el salto del agua que, un poco más adelante íbamos a tener al alcance de la mano.


Al culminar la bajada y llegar al punto más bajo de todo el perfil de la Ruta, encontramos el precioso puente y el molino. Me llamó la atención el cartel colocado en el lugar que dice “La Puente”.


He tratado de buscar alguna referencia que me indicara la razón del femenino en la denominación. El diccionario de la Real Academia recoge hasta 15 significados distintos para la palabra “puente”, atribuyéndole, en todos los casos, género masculino. Solo he encontrado un breve estudio del ingeniero de caminos Josep M. Albaigès Olivart en el que, muy de pasada, se refiere a esta denominación en femenino (“La Puente”) indicando que, en la antigüedad, cada uno de los derivados de la palabra “puente” definía un tipo de puente distinto (pontón, puentecilla, puentezuela o pontezuela, pontana, pontanilla, ponto…) y dice que la mayoría de estas palabras, nacidas como simples matizaciones del primitivo concepto de puente, han acabado encajando en acepciones ingenieriles precisas. Señala que la expresión “la puente” en Chile otorga un matiz diferenciador al referirse a un puente pequeño.
Pues, en todo caso, el puente o la puente, junto con los restos del molino que se ubica a su lado, le dan al paraje una belleza extraordinaria o, al menos a mí, así me lo pareció. Y, como siempre en estos casos, no pude evitar evocar un recuerdo a la gente que atravesaba estos parajes y que sintió la necesidad de construir un puente, a la que lo construyó materialmente y a los que debieron juntarse cuando esta obra se inauguró. Cosas de viejos.







Junto al puente se unen los caudales de los arroyos de las Viñas y del Trasierra (o de la Garganta) que ya, fundidos, corren a verterse, unos cuatro kilómetros más abajo, en el Tajo. Dejo una foto del lugar en que se produce esa unión: el de las Viñas a la derecha y el Trasierra a la izquierda. Son las aguas de éste último las que salva el tan repetido puente.


Unos metros más arriba el camino tiene un desvío a la derecha respecto al que un cartel nos indica que está prohibido el paso, por tratarse de zona de reserva de la biosfera.



Y en seguida llegamos al merendero situado a los pies mismos de la cascada de la Garganta del Fraile, un salto de agua de unos diez metros de altura que cuando nosotros la visitamos tiraba un caudal considerable.



Por encima de nuestras cabezas, además del agua, una docena de buitres que anidan en las altas rocas del lugar. Un joven compañero senderista, más experto que yo en temas de la naturaleza, me explicó cómo distinguir, en vuelo, un águila de un buitre. Y yo, que me confieso habitante del asfalto, le agradecí su explicación tan bien dada, con claridad y sencillez.



Aquí mismo tuvimos uno de los ratos jocosos de la jornada. El agua que caía de la cascada eran en tal cantidad que el paso franco que hay por debajo para superar el arroyo quedaba totalmente cubierto. Cerca de una cuarta de agua lo rebasaba. Dada la edad de la mayor parte de los senderistas, aquello fue divertido, pues unos cuantos se prestaron a pasar, haciendo la sillita, montados “a burro” o, incluso, llevando a cuestas, como si de sacos de patatas se tratase, a otros participantes (chicos y chicas). Y ello para la diversión de todos. Fueron ratos especialmente gratos y relajados.





La Garganta es, dentro de la Ruta, el punto más alejado de Serradilla, por lo que a partir de aquí comenzamos el regreso. Los chicos de La Vereína, con estupendo criterio, habían programado el regreso por una ruta alternativa a la que es habitual, con el único objeto de hacer la Ruta un poco más larga y atractiva. Por ello, a 1,4 kilómetros de la Garganta cogimos un estrecho (pero claro) sendero a nuestra derecha que, bordeando la Sierra de la Cueva, lleva al punto más alto de la misma, el Cancho de la Cueva. Esto nos permitió caminar por encima del nivel en que anidan los buitres que habíamos estado viendo desde abajo. También permitió, a lo que tenían cámaras idóneas, obtener algunas fotos preciosas de los buitres volando a la misma altura en que ahora estábamos nosotros.




Las vistas del Parque de Monfragüe desde este lugar son, sencillamente, una preciosidad, quedando Peñafalcón y la Portilla enfrente de nosotros y a nuestra izquierda. Merece la pena subir hasta aquí para deleitarse con el espectáculo.





Nuestro deleite duró poco, pues las negras nubes que venían acercándose desde el oeste hacía ya una hora comenzaron a descargar agua con todas sus ganas. De las mochilas salieron, como por arte de magia, fundas de mochila, paraguas, capas de agua, chubasqueros y cuanto artilugio podía protegernos de la que se nos venía encima. Fuimos bordeando, por la umbría, la Sierra de la Cueva hasta llegar a la Caseta de Vigilancia de Santa Catalina, desde donde íbamos a haber bajado a Serradilla por la Cruz del Siglo y el Mirador de la Sierra. Sin embargo, el diluvio no se detenía más que por instantes y para retomar con la misma intensidad, por lo que decidimos retroceder unos metros hasta la confluencia con el Itinerario Marrón de Monfragüe para, desde allí y en kilómetro y medio, llegar a Serradilla.





La bajada hasta Serradilla fue húmeda (en sentido literal), emocionante y divertida, todo a la vez. El camino de bajada tiene, por el lado izquierdo, un canal por el que se precipitan, rápidas, las aguas de lluvia, pero en un momento determinado toda el agua se pasa al camino, que inunda y del que se apropia por completo. Eso nos llevó a tener que chapotear a ratos y a tenernos que subir a los bordes del camino en otros momentos. Y, una vez más, los chicos de La Vereína, llenos de buen humor y de espíritu de servicio, anduvieron pendientes de todos para que, en los momentos en que era más difícil atravesar el caudal de agua, sus manos y brazos sirvieran de apoyo para los saltos que nos veíamos obligados a dar.





Llegamos al pueblo bajo la mirada atenta de un pollino que debía preguntarse qué hacía toda aquélla gente chapoteando en el agua.


A la entrada de Serradilla un antiguo aljibe con trazas árabes, rejas en la puerta, pero ningún panel informativo que nos explicara su historia, nos da la bienvenida.



Pasamos por el Santuario del Santísimo Cristo de la Victoria, que visitamos con tranquilidad después de comer, así como por la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y dimos por terminada la ruta al llegar a la Plaza del Ayuntamiento.






Como es lógico, no dejamos de ver y fotografiar el singular puentecillo que, para pasar por encima de las aguas pluviales hay en otra placita un poco más debajo de la citada del Ayuntamiento. Desde luego, no es espectacular en absoluto pero sí es completamente singular, por lo que pasar a verlo y hasta fotografiarse en él es imprescindible.




1 comentario:

  1. el aljibe se llama fuente nueva,, hay varias fuentes mas en el pueblo, como la fuente del capillo la de los grifos, cercana a la primera. antes de estar los puentecillos habia pequeños muros de granito llamados pasaderas, que recuerde ahora mismo estaban colocados en tres puntos del arroyo que recoge las aguas de la sierra

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